ROMÁNICO
VIAJES
Es uno de los animales que más pronto aparecen en escena en su relación con el hombre. En el Neanderthal, en algunas zonas del Mediterráneo, existía la costumbre de efectuar los enterramientos de los varones con una mandíbula de jabalí en la mano del difunto; como ejemplo podríamos poner algunos yacimientos arqueológicos en Monte Carmelo, en Israel, lo cual demuestra la participación del jabalí en una de las primeras manifestaciones rituales de la historia de la humanidad, pues estamos hablando de un período comprendido entre 100.000 y 40.000 años a C.
Encontramos también jabalís en la cueva de Altamira (concretamente tres, situados en el centro justo y en los dos extremos de la gran sala de las pinturas), y aunque su estado de conservación no permite valorar en toda su medida la expresividad y fuerza de sus figuras, lo cierto es que sí se puede percibir el realismo y la fuerza del animal.
Su tradicional asociación simbólica con la muerte le viene por sus hábitos carroñeros, lo mismo que al buitre, y también en Catal Hüyük podemos ver representaciones y grafismos de senos en mandíbulas de jabalís, los mismos que en cráneos de buitres. Todo ello complementado en los ajuares funerarios con granos de cereal, huevos y utensilios de pedernal variados, amén de figurillas de terracota y cerámicas con la iconografía del animal.
En el yacimiento neolítico de la cueva de Gavan, en el norte de Italia, se encontraron algunas figuras talladas en varios de los molares del animal. En uno de ellos se representa a la Diosa Madre , con lo que comienza una asociación clara con el renacimiento cíclico, que se repetirá en Europa durante dos milenios (del VI al IV a C.), en los que de nuevo comienzan a verse enterramientos con mandíbulas de jabalí que, en estos casos, más parecen usarse como amuletos protectores.
Tanto en las Edades del Bronce como del Hierro, continúa el papel preeminente de este animal y muy particularmente en la cultura celta. Algunas tribus del norte de Europa y la Galia, empleaban figurillas de jabalí también como protección y, como narra Tácito (98 d C.) en “Germania”, …para poder adorar a la diosa de la muerte y la regeneración…, al margen de que también fuera adoptado como emblema e insignia militar, pues conocida es la fuerza desmedida y la violencia con que se defiende y ataca.
En los mitos y tradiciones de Hiperbórea (paraíso de la virtud, la ciencia y el conocimiento profundo), se consideraba al jabalí como símbolo de la autoridad espiritual, por lo que también estuvo asociado a los druidas -a los que se llamaba grandes jabalís blancos- y a todos aquellos que por su status o necesidad hacían uso del solitario retiro, casi siempre bosques, necesario para la meditación.
Así pues, ese carácter independiente vehementemente defendido por el jabalí, le llevó, desde el punto de vista iconográfico, a ser representado no solo en el arco de triunfo de Orange, sino también en monedas y sellos, sobre todo en la Galia.
No podríamos dejar de citar, por lo que aportan en el devenir y evolución del animal entendido como símbolo paradigmático, las apariciones mitológicas del jabalí, entre las que cabría citar una de las más famosas, la de los doce trabajos de Hércules, en uno de los cuales el héroe tiene que dar caza al jabalí del monte Erimanto, bestia de proporciones descomunales que se dedicaba a destrozar los campos que rodeaban el lugar de Psófide; con este episodio se trata de ejemplificar las cualidades intrínsecas y más definitorias del jabalí. Algo menos famoso pero igual de interesante es el episodio de la caza del jabalí de Calidón, blanco y de origen divino, pero igual de salvaje y devastador que el anterior y, al que después de causar una espantosa carnicería, dan muerte Atalanta y Meleagro.
En el mismo sentido, el jabalí asolador de campos aparece en la Biblia, concretamente en el salmo 80, en el que se suplica la restauración de Israel, a la que se compara con una viña, y se le pregunta al Pastor del pueblo elegido …¿Porqué has hecho brecha en sus muros, para que todo el que pasa por el camino la vendimie, el jabalí salvaje la devaste y la arrase el ganado de los campos?…
Por todo lo cual en el cristianismo, el jabalí no es compendio de cualidades benéficas precisamente, sino todo lo contrario. Representa más bien a las fuerzas demoníacas y ello no solo por lo ya comentado, sino también por su fuerte inclinación a la lujuria desmedida.
Poco hablan los bestiarios medievales de este animal, tan solo para recordar su naturaleza fiera y cruel y el origen de su nombre, información procedente básicamente de las Etimologías de san Isidoro (XII. 1, 27), y todo ello en las breves líneas que le dedican algunos pocos, ya que otros, empezando por el Fisiólogo, ni le mencionan.
Jerusalén, construida cual ciudad de compacta armonía, donde suben las tribus de Yahveh (salmo 122), que posteriormente se habrá de erigir en símbolo mesiánico de una Iglesia accesible a todas las naciones y que en el Apocalipsis será el destino final de los justos dentro de un nuevo orden. «Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén… Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios con los hombres y ellos serán su pueblo”…» (Apocalipsis 21).
«Su resplandor era como el de una piedra preciosa, como jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas; y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados que son los de las doce tribus de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al mediodía tres puertas; al occidente tres puertas. La muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras que llevan los doce nombres de los doce Apóstoles del Cordero» Apoc. 21, 11-14). Se añade luego las medidas: ciento cuarenta y cuatro codos de ancho y otros tantos de largo y alto, es decir un cubo perfecto. Y también se especifican los materiales: La muralla es de jaspe y la ciudad interior de oro puro, y los asientos de la muralla de piedras preciosas diversas. Las puertas son perlas y solo entrarán por ellas los inscritos en el libro de la vida del Cordero.
Se trata evidentemente de la descripción del lugar que habrá de ser tenido como premio a los justos donde podrán vivir eternamente en la presencia del Cordero. Al margen de las visiones iconográficas concretas que se describen en el Apocalipsis es evidente que se trata de un lugar común que todas las religiones disponen en sus estructuras teológicas y escatológicas (Egipto, India, etc.), en las que se apela a una nueva vida, generalmente eterna, como premio a una vida justa y como motivo de esperanza para paliar el hecho natural de la muerte inexorable, normalmente apreciado de forma negativa por el común de los mortales.
La representación gráfica de la Jerusalén Celeste es abundante en el románico y especialmente brillante y luminosa en las ilustraciones de los Beatos, pero sin olvidarnos en la abundancia de escenas relacionadas con los veinticuatro ancianos apocalípticos que acompañan al Cordero en gran cantidad de capiteles y, sobre todo, en arquivoltas de portadas de templos en las que los personajes quedan enmarcados en arquillos flanqueados por torres, a veces almenadas. En otras ocasiones en cimacios de multitud de capiteles y cimacios de portadas, o incluso de ménsulas de apoyo de arcos.
Las representaciones de Cristo como Pantocrátor tienen un origen más que probable en la iconografía del emperador en Bizancio, una figura hierática, frontal y majestuosa que expresaba sin ambages su poder universal, acentuando aún más si cabe por sus vestiduras de clara inspiración litúrgica.
En el caso de Cristo Majestad, dueño y señor de todas las cosas (Pantocrátor), –representado básicamente tallado en relieves de tímpanos de portadas y en pinturas sobre las bóvedas absidales y, eventualmente, en algunos capiteles–, su presencia se enmarca en la “morada celestial” inscrita en el simbolismo esférico o circular de los elementos arquitectónicos. Morada de la divinidad “en la tierra” como se especifica en multitud de textos bíblicos.
En el dominio general sobre todas las cosas (Pantocrátor) se engloban dos conceptos, el de Cosmocrátor (dominador de universo creado) y el de Cronocrátor (dominador del tiempo). Las representaciones relacionadas con el primero se relacionan con todo lo que tiene vida, y hacen referencia al dominio de la divinidad sobre todo lo animado (personas, animales y plantas), y lo inerte a lo que no tiene vida pero sí presencia (montañas, aguas, nubes, vientos, astros, etc.), lo cual también tiene reflejo simbólico en la propia estructura arquitectónica del edificio sagrado.
La acepción de “Cronocrator” se perfila iconográficamente en multitud de escenas, pero de manera muy significativa en las relacionadas con “la Adoración de los Magos”, asignando a cada mago una edad cronológica de forma específica, como sucede en el frontal de altar de la iglesia de Santa María de Mosoll (Girona), conservada en el Museo de Arte de Cataluña, donde se representa a Melchor con barba y pelo blanco (ancianidad), Gaspar, con pelo y barba castaña (edad madura) y Baltasar barbilampiño (juventud), lo cual sucede en otras muchas representaciones de este tipo, aunque no siempre se les asigna a los mismos personajes la misma exclusividad sobre la edad como en caso de Santa María de Tahull.
La concreción iconográfica cristológica en relación con el “cronos” también se plasma simbólicamente en las diversas representaciones del zodíaco o del calendario, en este último caso con incidencia en el calendario litúrgico. El calendario, en particular, con su asignación de tareas identificativas de los distintos meses del año, apuntala, además, el concepto de cosmocracia expresado en la multitud de personajes, asociados a distintas capas sociales, animales y vegetales que definen las distintas escenas y, por supuesto, todos los grafismos de carácter decorativo que adornan cenefas y cimacios con representaciones de carácter solar (ruedas, estrellas, rosetas, esferas, etc.).