ROMÁNICO
VIAJES
Muy parecido al lagarto, la salamandra es un reptil en el que se incluyen varias especies, algunas de ellas desaparecidas. En el mundo clásico fue objeto de estudio, aunque más cuantitativo que cualitativo, pues a raíz de los conocimientos divulgados por naturalistas como Plinio, Aristóteles y Eliano, se tuvo a la salamandra como animal de propiedades maravillosas, por no decir milagrosas originando con ello expectativas totalmente infundadas.
Efectivamente, se dijo de ella que era un reptil tan frío que apagaba el fuego a su contacto y también que hacía caer todos los pelos del cuerpo humano si entraba en contacto con la saliva que sacaba de su boca. A partir de aquí fue engordando la leyenda. Por si esto fuera poco, también era capaz de envenenar mortalmente fuentes y manantiales de agua si se introducía en ellos; o echar a perder los frutos de los árboles a los que subía; o alterar el estado de los alimentos si se acercaba a ellos. Todavía a finales del siglo XIII se decía que la salamandra era capaz de vivir en medio del fuego sin dolor ni menoscabo o alteración de su físico.
Semejantes propiedades antitérmicas no podían ser despreciadas o desaprovechadas, así que el mismísimo Parsival decía poseer una cota de malla trabajada en medio del fuego por las salamandras, trabajo que no sólo mostraba su impecable manufactura sino que además poseía propiedades únicas en lo referente a su dureza y eficacia para detener los golpes y estocadas del enemigo. En su “Speculum Naturale”, Vincent de Beauvais narra que el papa Alejandro llevaba una túnica tejida con “lana de salamandra” para evitar quemarse en las batallas si llegara a producirse algún fuego en la refriega. Lo de la lana tiene su explicación lógica, pues así es como se llamaba al amianto cuando se descubrió, y así se siguió llamando hasta el siglo XVII, aunque Marco Polo hacía ya algún tiempo que había dado cuenta de su descubrimiento y fabricación en la lejana región de Altai.
Lo cierto es que cuando el pequeño reptil se ve en apuros segrega, desde unas protuberancias que presenta en su piel, una sustancia que retarda la acción del fuego durante algún tiempo. Semejante fama de ignífuga llevó a la salamandra a grandes y graves padecimientos, pues todo el mundo las quemaba para contemplar el prodigio. Si se quemaban, que era lo habitual, lo más probable es que no fuera salamandra y todos contentos.
Hasta que por fin, en el siglo XVI, Ambroise Pase cuenta que después de haber sido arrojada al fuego una salamandra, fue consumida inmediatamente, por lo que concluyó que era falso todo lo que se había venido creyendo sobre ella y, aunque no puede decirse que sólo gracias a él concluyó tan funesta fama, lo cierto es que alrededor de esas fechas todo se fue apagando, valga la licencia.
Estas cualidades en lo referente al fuego, hicieron de la salamandra, en el cristianismo, símbolo de la castidad, es decir, del dominio total que debe ejercer el justo sobre las bajas pasiones, a las que habitualmente se compara con el fuego, o con ciertos ardores pasionales descontrolados, la mayor parte de las veces más bien físicos.
También se la asoció a la figura del Salvador pues, una vez hubo resucitado, descendió a los infiernos, como había prometido, y resultó incólume, como cabía esperar. Y no sólo por eso, sino que además también resultó ileso, junto con la Virgen su madre, en su paso por este mundo plagado de seducciones, pues no podemos olvidar que Jesús fue sometido por el diablo a severas pruebas.
En la Biblia, Isaías, en su profecía sobre la liberación de Israel (43, 2) y refiriéndose al justo -al que protege Dios-, dice: «…Si pasas por las aguas yo estoy contigo, si por los ríos, no te cubrirán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti…» Lo que claramente alude a lo dicho antes.
Para Vincent de Beauvais, la salamandra representa también a la castidad, entre otras cosas «…porque carece de sexo…» Aunque para san Agustín es la viva imagen del condenado sometido a las llamas eternas del infierno. De hecho al diablo se le ha llamado en ocasiones “salamandra infernal”.
El Fisiólogo alude al capítulo 3 del libro de Daniel en el que se narra cómo tres jóvenes son condenados a morir quemados por Nabucodonosor en un horno. Por supuesto, el ángel del Señor impide la fechoría ya que, como el autor dice «…eran justos…», para añadir que «…si se introdujera en una chimenea ardiente a una salamandra, se extinguiría el fuego al instante, tal es su naturaleza. Con mayor razón, pues, los que viven según la justicia cerrarán las bocas de los leones y extinguirán el poder del fuego…» -como también se dice en la Epístola de san Pablo a los Hebreos (11, 33-34)-.
Aristóteles, Plinio y Eliano son las fuentes directas de los bestiarios medievales, en los que se afirma que «…su nombre latino es “stilo” y “salamandra” en griego. Su veneno es el más potente de todos pues, mientras el resto de las bestias solo alcanza con su veneno a un ser cada vez, la salamandra alcanza a varios…» Casi todos insisten en las mismas historias, sobre todo en la peripecia ya mencionada de los tres jóvenes -Ananías, Azarías y Misael- con el rey que intentó quemarles, para sacar en conclusión que «…de esta misma manera, aquellos que crean en Dios de buena fe y hagan buenas obras, atravesarán el fuego de la gehena y las llamas no les quemarán…»
En algunos bestiarios franceses la salamandra, a veces, es considerada como ave y otras como reptil y representa, como no podía ser menos, al elemento fuego.
El mito de la lucha del bien contra el mal, común en todas las culturas, suele tener antecedentes mitológicos y, por supuesto iconográficos, y en el caso de estos dos personajes, dichos precedentes recalan en el románico de diversas maneras y con matices distintos pero, finalmente reducidos al denominador común de la prevalencia del bien sobre el mal.
La serpiente, uno de los intervinientes en la escena, que en las religiones telúricas tenía connotaciones positivas como representante de la diosa Madre Tierra, en las religiones celestes se convierte, en cambio, en representante de las fuerzas malignas y de todo lo negativo. No es de extrañar, por lo tanto, su presencia en las que es alanceada y vencida por san Miguel, o aniquilada, como dragón infernal, por san Jorge.
En el caso mítico del dragón-demonio que rapta a una doncella-virtud, los orígenes se remontan a antiguos rituales de fertilidad en la Vieja Europa en los una sacerdotisa penetra en la morada de la serpiente (caverna o bosque umbrío) y le entrega una ofrenda. Si es aceptada por el ofidio el mundo animal y vegetal se prodigarán en abundancia ese año gracias a este rito mágico de fertilidad.
La doncella virgen y sus ritos telúricos cambian al encontrarse con el cristianismo, el cual no puede desarraigar drásticamente costumbres culturales ancestrales por lo que, poco a poco, comienza a sustituir la imagen positiva de la serpiente por un representante de lo maligno, que en la caso de la conocida leyenda es ya un dragón, para enfatizar el mal. El dragón retiene a la doncella en su cueva hasta que un héroe, el Sigurd nórdico, la rescata y la devuelve a su padre. El relato es adoptado por el cristianismo que, a partir del siglo XI, convierte a san Jorge en el héroe salvador, el cual comienza a aparecer en la iconografía sobre un potente corcel y armado, ya sea con lanza y espada, y derrota al dragón. Lo mismo podríamos decir de san Teodoro, con una hagiografía en todo parecida a la del anterior. Ambos episodios son celebrados por el pueblo llano de la época, pues la serpiente o dragón monstruoso era, en contraposición a sus orígenes, un animal devastados de cosechas, sin cuyas malas artes volvería de nuevo la prosperidad a los campos, lo que trasladado al mundo espiritual tiene un claro reflejo simbólico: La doncella-alma es retenida por el dragón-demonio y liberada gracias a la intervención del héroe enviado por la divinidad, y devuelta a su padre.
En el caso de san Miguel, otro personaje que lucha contra el demonio y con un patrón iconográfico bastante parecido al anterior, los antecedentes hay que buscarlos directamente en la mítica lucha narrada en el Apocalipsis (12, 7-10):«Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel (cuyo nombre significa “quién como Dios”) y sus Ángeles combatieron contra el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la “Serpiente antigua”, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él. Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que nos acusaba día y noche delante de nuestro Dios».
En la tradicional e inexcusable lucha del bien contra el mal intervienen básicamente un héroe o un personaje bíblico señalado, normalmente veterotestamentario, en representación de las fuerzas celestes, y por parte del mal una bestia con un poderío debidamente homologado y reconocido para resaltar aún más si cabe el poder de la divinidad, la cual, como hemos dicho, nunca interviene directamente (cualquier fuerza oponente sería poco para ella), sino que delega en uno de estos personajes cualificados, mencionados más arriba, a los que ayuda a vencer enviando una pequeña ayudita a través de uno de sus ángeles emisarios para que quede patente que la victoria solo es posible gracias a esa intervención, la cual siempre queda registrada iconográficamente en casi todas las escenas de este tipo en las que suele aparecer el ángel sujetando a la alimaña por la cola o insuflando poder en el brazo del ejecutor.
Sansón es uno de estos protagonistas bíblicos y el animal, representante del maligno, el león, como casi todo el mundo sabe. En este caso el signo negativo de la bestia no debe asombrarnos, habida cuenta de que es uno de los animales que tradicionalmente son representantes de la propia divinidad; figura incluso como una de las teofanías del tetramorfos; y no son pocas las veces que se asocia el poder y la fuerza del león al poder y la fuerza de Dios. Pero ya sabemos que en el románico es habitual esta dualidad de papeles de signo contrario y, desde luego el león no es el único caso.
Pero la historia comienza narrando como Yahveh, a través de un ángel, avisa a una mujer de Sorá, de la tribu de Dan, que va a dar a luz, a pesar de que era estéril, a un niño a quien no deberá cortar el pelo pues será protegido de Dios y en él residirá su fuerza. Pasado el tiempo Sansón va camino de Timná para ver a una mujer que le gustaba para esposa, y en el camino le sale al paso un leoncillo rugiendo y entonces (Jueces 14, 6) «El espíritu de Yahveh le invadió, y sin tener nada en la mano, Sansón despedazó al león como se despedaza a un cabrito, pero no contó a su padre y a su madre lo que había hecho». Algún tiempo después volvió Sansón para casarse con la mujer y vio que en el cuerpo del león había un enjambre de abejas libando en un panal con miel del que comió y dio de comer a sus padres.
Se dedicó luego Sansón durante un tiempo a mortificar a los filisteos de extravagantes maneras y por diversas causas, aunque la principal es que, en realidad, era la mano ejecutora de Yahveh. Finalmente Dalila, su segunda mujer, dio, a base de zalamerías, con la causa de la enorme fuerza de Sansón, que residía en su melena, y se la cortó, dejándole de esta manera a merced de los filisteos, los cuales le tenían ganas, valga la expresión popular. El resto de la conocida historia no viene al caso.
Como antecedentes de este patrón iconográfico podríamos señalar, desde el propio Gilgamesh sumerio, pasado por el mítico Hércules y terminando en el rey David, en todos los casos protagonistas de encuentros con leones de los que salen victoriosos y, salvo en el caso de Hércules, los otros tres fueron representados en el románico. En el caso de Gilgameh la lucha fue contra dos leones y así aparece en el zócalo del parteluz, bajo la figura de Santiago, en el Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana.
Nos encontramos ahora ante el símbolo por antonomasia del demonio y del mal. Aunque no siempre fue así, antes al contrario, en la Vieja Europa la serpiente fue el símbolo de la Diosa, o la Diosa misma, cuya sacralidad podríamos decir que no reside tanto en su cuerpo físico como en la energía que emanaba de sus anillos, los cuales se enroscan en espirales, movimiento geométrico luego cristalizado en simbólico grafismo del eterno devenir, del perpetuo impulso generador de vida, que hace surgir de la tierra los manantiales de agua vital -de donde también surge el reptil-; que hace crecer y desarrollarse en ciclos estacionales al mundo vegetal, en el cual se apoya el mundo animal para su crecimiento, siempre vertical -tanto en el aspecto físico y corporal, como en el espiritual o intelectual-, que a su vez le pone en contacto con el universo cósmico, el cual gira en una eterna espiral en constante expansión energética que define los ambiguos y oscuros límites del tiempo y del espacio.
Los grafismos que vinculan simbólicamente a la serpiente y, por lo tanto, suelen acompañarla o sustituirla, en las distintas representaciones iconográficas a lo largo de su historia suelen ser, además de las espirales, las líneas onduladas -también llamadas serpentiformes-, y zig-zags. A su vez estos grafismos también suelen acompañar a representaciones de aves acuáticas y a la Diosa Pájaro, otra de las variantes de la Diosa Madre.
La serpiente como motivo iconográfico comienza a aparecer en el Paleolítico Superior, concretamente en el Magdaleniense (15.000 a.C.) en objetos fabricados en astas y huesos decorados con espirales y líneas paralelas onduladas, como en el yacimiento de Lortet al sureste de Francia, en donde la serpiente aparece asociada a cabezas de ave, plantas y triples líneas, lo que tendría relación con ritos estacionales, en este caso particular vinculados al ciclo de iniciación del crecimiento de las plantas, es decir, nuestra primavera.
Continúa en el Neolítico la tradición figurativa del ofidio en espirales grabadas en sellos circulares, muy abundantes en yacimientos europeos -como Katal Huyuk en Anatolia-, y vasos de cerámica -en el asentamiento de la cultura Cucutemi de Frumusica, en Moldavia y en el de Karanovo, en Bulgaria-.
Su cabeza también se reproduce en algunos vasos encontrados en yacimientos de Cerdeña o en terracotas aparecidas en la zona centroeuropea. En el asentamiento de Aberdeenshire (Escocia) -Neolítico Tardío, alrededor de 3000 a.C.-, han aparecido algunas piedras talladas de forma esférica con espirales grabadas y lo mismo en ortostatos, o piedras monolíticas dispuestas verticalmente, en tumbas santuario halladas en Irlanda, en el yacimiento de Newgrange, donde las espirales, muy marcadas, se acompañan con zig-zags y líneas paralelas.
En cuanto a la asociación de la serpiente con grafismos acuáticos (líneas verticales paralelas o convergentes, líneas verticales cruzadas en retículas o tramas, zig-zags paralelos verticales y líneas paralelas ondulantes o rectas), son habituales a todo lo largo del Neolítico.
Desde los asentamientos de Dimini, en Sesko, al norte de Atenas (5500-4500 a.C.), en platos de cerámica pintados con ocre oscuro sobre fondos crema; pasando por el sur de Francia, en los yacimientos de Tende (Alpes Marítimos) en grabados sobre piedra; o luego en Hacilar, Anatolia (6500-5500 a.C.); hasta Yugoslavia, en los asentamientos de Beletinci (4500 a.C.) y Creta; en Cnosos y Kophina, ya en el Bronce Minoico (2000 a.C.).
En este último yacimiento se encontró una especie de corona o tocado de la Diosa Serpiente en cuya parte trasera se representa un apretado entrelazo de serpientes cuyo diseño iconográfico es muy similar, al menos en el concepto, al de un capitel del claustro de la Colegiata de Santa Juliana, en Santillana del Mar (Cantabria).
La representación más conocida de la Diosa Serpiente fue hallada en el palacio de Cnosos en forma de figurillas, que oscilaban entre los 10 y los 17 centímetros, de cerámica o terracota y decoradas con gran profusión de grafismos acuáticos y espirales serpentiformes a todo lo largo del tronco, falda y brazos. Seguirán representándose hasta el 600 a.C. en Beocia.
En la Edad del Hierro, los celtas siguen manteniendo este icono, aunque con variaciones, en este caso añadiéndole cabeza y brazos humanos. Hay varios hallazgos, particularmente los de una tumba en Reinheim, Alemania, con los mismos dibujos decorativos mencionados. Lo mismo sucederá con los pictos en Escocia y también en Creta, islas del Egeo y Europa Central.
Para el culto de la Diosa Serpiente existían, en todas estas zonas, una serie de santuarios o templos, a veces ubicados en grutas o lugares subterráneos. Algunos se remontan hasta el Neolítico y conservan, grabadas en sus paredes, imágenes de serpientes. En otras ocasiones se han hallado multitud de figurillas de la Diosa, hechas en terracota, depositadas, formando círculos, sobre aras de piedra o también alrededor de las mismas. Todo lo cual sugiere la realización de rituales bastante elaborados, tal vez encaminados a asegurar la abundancia y la fertilidad en el ciclo agrario.
En Egipto la serpiente tiene una gran importancia, tanto en su aspecto benigno como maligno. El dios Amón en su papel de dios creador, puede adoptar la forma de serpiente primordial, que en la cosmología hermopolitana era conocida como Amon Kamutef, “El que está en el Origen del Doble País”, al cual se veneraba en el templo de Medinet Habu en Tebas oeste.
El animal protector de los faraones y la realeza en general era la cobra sagrada que se colocaba sobre las coronas y tocados de los faraones en actitud de vigilancia. Representaba a la diosa Uadyet, “La Verde”, hija de Anubis, ojo izquierdo de Ra, corona del norte, protectora del rey junto a Nejbet, el buitre. En su origen se cree que era símbolo del crecimiento pues el lugar de donde era originaria -el Delta del Nilo- estaba de lleno de serpientes, y ya hemos visto la tradicional y ancestral relación de los ofidios con este concepto.
En su aspecto más negativo como serpiente habremos de mencionar a Apofis, encarnación de todas las serpientes excepto la cobra, de carácter solar. Representa a las fuerzas del Mal que acechan en las tinieblas del Más Allá para interrumpir o entorpecer el recorrido de la barca solar en la noche y así destruir el orden cósmico. No lo conseguirá, de la misma manera que tampoco ella podrá ser eliminada, pues es uno de los pesos que mantiene la balanza equilibrada. Sin su concurso tampoco podría existir el Bien. Sin embargo es herida por uno de los defensores de la barca y rechazada con las palabras de la fórmula mágica: …Retrocede caminante despreciado, proveniente de Apep. Que seas sumergido en el lago Nun, lugar señalado por tu padre para tu destrucción. Aléjate de la presencia de Re porque en ella está el terror. Yo soy Re, el que está en el terror. ¡Retrocede!…
Una vez herida y casi descuartizada se dice que su sangre tiñe de rojo el cielo del amanecer. Es la hora doce del Amduat, el Libro “De Aquello que existe en el Inframundo”, y por fin el dios Sol se encarna, completamente renovado en una gran serpiente que asoma en el horizonte en la forma del escarabajo Jepri, “El que viene a la Existencia”.
En las culturas orientales, la serpiente también es uno de los animales importantes en sus estructuras religiosas, ya como representante del Bien o como teofanía del Mal. En el caso de China, además es el animal donde se reencarnan las personas santas, importantes e ilustres.
En las culturas mediterráneas sigue siendo animal imprescindible en ceremonias y ritos religiosos. En Grecia es muy conocido el mito de Pitón, la serpiente que, enviada por Hera, oficiaba y guardaba el oráculo de Demeter en Delfos. Era su aspecto terrorífico pues tenía cien cabezas con sus cien bocas que escupían fuego. Como sabía que uno de los hijos de Leto le habría de matar, intentó asesinar a la diosa durante su embarazo, pero Zeus, el padre, le salvó y Pitón tuvo que esconderse en el monte Parnaso. Nacido Apolo y cuando apenas contaba con cuatro días, hirió gravemente a la serpiente con una flecha y tuvo que ser escondida en Delfos. No obstante Apolo la siguió hasta allí y acabó con su vida, motivo por el cual el mundo cristiano encontró similitudes para comparar a Apolo con Cristo, también vencedor del Mal. Pero fue informado Zeus de este ultraje por Demeter por lo que el padre de los dioses instituyó los Juegos Píticos para honrar su memoria.
Tampoco podemos olvidar el mito de Tifón, a quien concibió Gea del Tártaro en venganza por la destrucción de los gigantes. Cuando nació sus piernas y muslos estaban formados por serpientes enroscadas y los dedos de sus manos eran cabezas de ofidios. El monstruo, padre a su vez de la Hidra de Lerna y de la Quimera, consiguió poner en verdaderos apuros a Zeus, pero finalmente el dios arrojó el monte Etna sobre él y desde entonces su cima escupe fuego y humos.
Por otro lado, la serpiente fue el emblema de las sacerdotisas de Dioniso y, a veces, durante las ceremonias y ritos, las llevaban en sus manos. El cambio anual de su piel fue señal de los cambios que se operan en las personas para mejorar o transformarse mental o espiritualmente.
Los druidas consideraban a la serpiente como una imagen de la Vida que surge de la Madre tierra en primavera y además era icono que defendía y ocultaba el conocimiento que no debe caer en manos perversas. A veces esta serpiente tenía cabeza de carnero, como la de los ritos órficos de Grecia y Tracia, con los que evidentemente mantiene una relación como animal benéfico.
En Roma es conocido el papel de las serpientes como protectoras del hogar, la familia y los animales domésticos. Aseguraban la fertilidad, la felicidad y la salud de los que vivían en la casa. Su energía vital se trasmitía al ser humano. En contrapartida, si se mataba a una serpiente era seguro que alguno de los miembros de la familia habría de morir pronto. Por lo tanto en las casas solía haber altares y nichos en los que se colocaban ofrendas y flores para los reptiles.
Pero en la Biblia cambian las tornas desde el principio. En el Génesis (3, 1-16) se dice: …la serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había creado. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios os ha dicho: no comáis de ninguno de los árboles del jardín?… La mujer le contesta que en realidad solo deben evitar comer del árbol que está en el centro del jardín porque si lo hacen morirán. Pero la serpiente les advierte que Yahveh les engaña, pues ocurrirá justo lo contrario: serán como dioses y tendrán acceso al conocimiento. En la iconografía pronto comenzará a ser frecuente la representación de la serpiente con rostro de mujer, es de suponer que para dejar muy claras las afinidades perniciosas de ambas para el hombre, afinidades evidentemente traídas con toda intención a las estructuras morales del cristianismo.
En el Génesis (3, 13-16) se pone colofón al episodio. Dios se percata de los hechos y pide cuentas a los infractores. La mujer acusa a la serpiente y Yahveh actúa en consecuencia: …por haber hecho esto, le dice Dios a la serpiente, maldita seas entre todas las bestias y todos los animales del campo, sobre tu vientre caminarás y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje. Te pisará la cabeza mientras acechas su talón…Obviamente refiriéndose a la Virgen María, es decir, una mujer –la Virgen María-, venciendo a otra mujer -la serpiente- para reconciliar al género femenino con estas interpretaciones tan desafortunadas. En cualquier caso, la historia de Adán y Eva siempre ha estado relacionada con la de Jasón, capitán de los Argonautas, que fue navegando hasta la Cólquida para apoderarse del Vellocino de Oro, custodiado por un dragón o serpiente. Con la ayuda de Medea, que se había enamorado del héroe, Jasón se apropió del botín, símbolo de la búsqueda de lo imposible. El patrón iconográfico habitual para representar el mito del Vellocino de Oro, sobre todo en los vasos de cerámica griega, guarda algo más que casuales semejanzas con el patrón románico de Adán y Eva.
Más adelante, en el libro del Éxodo (7, 8-12), en el episodio en el que Moisés y Aarón van a ver al faraón para que les deje salir de Egipto, éste se niega y Yahveh les ordena a ambos arrojar su vara para que se convierta en serpiente. Los magos egipcios también realizan el mismo prodigio, pero las serpientes en que se convierten sus cayados son devoradas por la serpiente de Moisés, con lo que queda clara la superioridad del Dios de los Hebreos, aunque no así para el faraón, que tuvo que sufrir las plagas que asolaron a partir de ese momento al país. En esta historia se basa la iconografía reflejada en los báculos abaciales y obispales, en los que se representa a la serpiente -de Moisés- como remate superior en forma de espiral, simbolizando el poder de Dios para vencer al Mal.
En el evangelio de San Mateo (10, 16) Jesús previene a sus Apóstoles de las persecuciones que van a sufrir en cumplimiento de su misión: …Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas…Texto que también fue considerado como argumento para justificar la inclusión del icono de la serpiente en el báculo de los prelados de la iglesia cristiana.
En el Apocalipsis (20, 1-2), cuando se habla del reino de los mil años, se dice: …luego vi a un ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del abismo y una gran cadena. Dominó al dragón y a la serpiente antigua, -que es el diablo y Satanás-, y lo encadenó por mil años… Aquí se ve como la serpiente es considerada como representante de las fuerzas infernales sin paliativos.
En el románico, la imagen de la serpiente, incluida en temas de variada índole, es relativamente abundante. La encontraremos en la escena del pecado original en el papel de inductora, enroscada al árbol prohibido junto con Adán y Eva y representada tanto en escultura como en pinturas murales y miniaturas.
Su presencia es también imprescindible en uno de los patrones iconográficos del pecado de la lujuria, es decir, una mujer mordida en los senos por serpientes.
Es víctima inevitable del águila solar -transposición de Jesucristo- en una escena en la que es devorada por la rapaz y que simboliza la victoria de Cristo sobre el pecado, o sobre el paganismo y las deidades telúricas, enemigas irreconciliables del Dios de los cristianos. La serpiente será vencida siempre por personajes representantes del Bien, aunque secundarios (la Virgen María y san Miguel), queriendo dar a entender con ello que para vencer al Mal no es necesaria la intervención directa de Dios, tal es su poder.
También la veremos, como atributo directo del demonio y representada junto a él, en la pila bautismal de Calahorra de Boedo, en Palencia.
Y por último, asociada a los espíritus de los antepasados y las almas de los muertos, como sucedía en Roma; con este significado sólo la veremos en una sola ocasión excepcional. Se trata del cenotafio de los Mártires de la Basílica de San Vicente en la ciudad de Ávila. La historia cuenta que, una vez consumado el martirio, los cuerpos de Vicente y sus dos hermanas fueron arrojados a una cueva en señal de desprecio. Un judío intentó profanar los cuerpos, pero una gran serpiente salió de entre los cadáveres y se enroscó en el cuerpo del delincuente tratando de asfixiarle entre espantosos silbidos. Aterrado el judío y entendiendo que lo que estaba ocurriendo era un aviso de Dios, prometió convertirse al cristianismo, hacer penitencia y levantar un templo en ese mismo lugar para honrar a los cuerpos de los tres hermanos asesinados. Inmediatamente se aflojó el nudo mortal de la serpiente y desapareció.
En todos los casos, menos en el último, la serpiente es el demonio, la tentación, el pecado, que es lo mismo que decir la competencia directa de las religiones telúricas (diosas femeninas asociadas a la Madre Tierra y simbolizadas por serpientes sobre todo y por el elemento agua), contra las celestes (dioses masculinos asociados a lo solar-celeste y cósmico y representados fundamentalmente por aves como el águila, o bien por otros de características muy similares).
No falta el capítulo de las serpientes en los bestiarios medievales. Comienza el Fisiólogo recordando la ya citada frase de Jesús a sus discípulos sobre la prudencia de las serpientes para, a continuación, entrar directamente en materia y consignar tres peculiaridades del ofidio, a saber: …La primera es que cuando envejece se le ciegan los ojos, pero si quiere recuperar la vista ayuna cuarenta días hasta que la piel se despega de su carne… luego la abandona restregándose contra una piedra y dejando a la vista la nueva piel que tenía debajo. Esta circunstancia sirve de comparación con los cristianos que después de un gran ayuno y demás penitencias …abandonan al hombre viejo que había en ellos y rejuvenecen en Cristo…
…La segunda peculiaridad es que cuando va a beber al río, deja el veneno en su madriguera… que suele ser lo mismo que hacen los buenos cristianos cuando van a la iglesia …a beber el agua eterna de la vida y dejan en la puerta el veneno de las cosas terrenales y las concupiscencias…
La tercera es que teme al hombre desnudo pero no al que va vestido. Suele atacar a éste último. Como le ocurrió a Adán que mientras estuvo desnudo en el Paraíso la serpiente no se atrevió a abalanzarse sobre él; mas cuando vistió la túnica (la mortalidad del carnal cuerpo pecaminoso) se abalanzó sobre él… que es lo que les puede pasar a los que no se despojan de los ropajes de este mundo, signos de iniquidad y de pecado.
A esta peculiaridad le fue añadida una cuarta -tal vez tomada de Aristóteles en su “Historia de los Animales” o de las “Geórgicas” de Virgilio-, y es que cuando se le acerca alguien con malas intenciones protege solo su cabeza, pues según Plinio …la cabeza de la serpiente, aun reducida a dos dedos, sigue viviendo… Lo mismo deben hacer los cristianos en tiempo de tentación abandonar todo el cuerpo pero defender la cabeza, es decir, no negar a Cristo, a imitación de los mártires, pues Cristo es cabeza de todos…
Los bestiarios comienzan casi siempre con los textos de san Isidoro (Libro XII, cap. 4, 1-3), en los que se da cuenta de la procedencia de su nombre: …Anguis es porque forma ángulos y puede enroscarse y desenroscarse. Se llama culebra o coluber porque vive en la sombra y se desliza en ondas sinuosas (colere umbras). Serpiente porque serpentea (serpit) por caminos secretos y no al descubierto. Va reptando al ritmo de los sutiles movimientos de sus escamas… Así es la naturaleza de estos animales: Tantos venenos como especies, tantos colores como muertes y sufrimientos en ellas…
Algunos capítulos más adelante -en los que se describen algunas especies concretas de serpiente-, los textos vuelven al epígrafe genérico para copiar los textos del Fisiólogo antes consignados y, en algunos casos, describen alguna característica más, como la de su lengua: …Ningún ser viviente es capaz de mover la lengua con tanta rapidez, por eso mucha gente cree que tiene tres lenguas, pero eso no es cierto, pues tan solo tiene una….Las serpientes viven mucho tiempo puesto que se deshacen de su vejez cambiando de piel…
Algunos bestiarios citan a Pitágoras, del que extraen que …la serpiente procede de la médula espinal de un hombre… aunque Ovidio en sus “Metamorfosis” fue aun más lejos en sus afirmaciones, pues asegura que la médula espinal se transforma en serpiente pero …dentro de la tumba, cuando se descompone… y esto supone que …de la misma manera que la serpiente engendra la muerte del hombre, también la serpiente es engendrada por esa misma muerte…
Eran hijas del dios del río Aqueloo y Calíope, musa de la elocuencia y de la poesía heroica. En general se ha aceptado que eran tres hermanas: Parténope, Leucosia y Ligea. Cuenta la leyenda que la diosa Ceres las convirtió en aves porque se negaron a socorrer a Proserpina cuando fue raptada por Plutón, dios de los infiernos. Aunque en versión de Ovidio, fueron ellas las que solicitaron a los dioses alas para poder volar en su busca por toda la tierra.
San Isidoro de Sevilla, en sus «Etimologías» (XI, 3, 30-31) dice de ellas: …A las Sirenas, que eran tres, se las imagina con cuerpo mitad de doncella, mitad de pájaro, provistas de alas y uñas; una de ellas cantaba con su propia voz, otra con una flauta y la tercera con una lira; arrastraban al naufragio con su canto a los seducidos navegantes. Pero la verdad es que fueron unas meretrices, las cuales arruinaban a quienes se acercaban, y éstos se veían luego en la necesidad de simular el naufragio. Tenían alas y uñas porque el amor vuela y hiere. Se dice que vivían en las olas, porque las olas crearon a Venus…
Jasón, al frente de los Argonautas eludió el peligro al pasar junto a la isla de las Sirenas superponiendo la melodía de la lira de Orfeo, aun más bella y potente, al canto de las mujeres-pájaro. A pesar de ello, Butes, uno de los tripulantes, no pudo resistir y se lanzó al agua, pero Afrodita lo salvó para convertirlo en su amante.
Tal vez el episodio más divulgado con respecto a las Sirenas sea el de Ulises (Odisea, canto XII), en el que el héroe es advertido por Circe de los muchos peligros que va a correr: …Primero te encontrarás con las Sirenas que hechizan a los hombres, sea quien sea el que se cruce con ellas. El que imprudentemente se acerque y escuche su voz, ya no volverá a ver a su esposa y sus hijos a su regreso a casa, pues las Sirenas le engañan con cantos melodiosos desde sus prados; a su alrededor blanquea una montaña de huesos de víctimas de las cuales se va consumiendo la piel. No te detengas. Tapa a tus hombres los oídos con cera ablandada para que nadie las oiga; pero si tú quieres escuchar sus cantos, ordena que te aten de pies y manos al mástil de la rápida nave con cuerdas, y podrás disfrutar a tu albedrío de los cantos. Si suplicaras a tus hombres que te libraran de las cuerdas, que te aten aun más fuerte los nudos…
Y así consiguió Ulises evadirse de los peligros de los temibles híbridos, lo cual le sirvió para ser comparado, en los textos medievales, con el cristiano prudente y sabio que prevé las tentaciones y toma medidas para evitarlas.
Finalmente las Sirenas no pudieron resistir el fracaso provocado por Ulises y se arrojaron al mar, que esparció sus cadáveres. Cuenta la tradición mítica que Parténope fue a parar a las costas de Italia, al lugar donde luego se levantó una ciudad. Durante las obras de construcción se descubrió su sepulcro, por lo que la urbe tomó su nombre. Pero esta ciudad absorbió en exceso la ciudadanía de Cumas. Como consecuencia de esto, las gentes de la campiña quedaron casi sin actividad, razón por la que, lesionados sus intereses, la destruyeron. Posteriormente, en tiempos de peste, el oráculo instó al pueblo a reconstruir de nuevo la ciudad para librarse de la enfermedad. Así fue, aunque cambiaron su nombre por el de Neápolis (Ciudad nueva), que no es otra que la actual Nápoles.
Leucosia dio con sus restos en una de las islas del mar Tirreno, a la que también dio nombre, y Ligea, cuyo cadáver arrumbó a la localidad de Terina, hoy la ciudad italiana de Nocera.
Para los pitagóricos, las Sirenas simbolizan la música engañosa y corrupta, en contraposición a las armonías purificadoras de las musas, interpretación que serviría a los autores cristianos para compararlas con los peligros de la voluptuosidad, tanto en un plano físico como intelectual, aludiendo así a todo tipo de doctrinas desviadas y heréticas; todo lo cual forma parte del contenido simbólico con el que aparecen en el románico.
También fueron relacionadas las Sirenas, en el mundo grecolatino, con los espíritus de los muertos. En las culturas orientales se las tuvo por imágenes aladas de las almas que vagan ávidas de sangre para poder seguir manteniendo su nebulosa existencia. Con el tiempo fueron perdiendo estas connotaciones tan terroríficas para simbolizar simplemente a las almas de los muertos que el mundo islámico nos transmitió. A veces aparecen envueltas en tallos vegetales para especificar su situación de almas condenadas (atrapadas), o bien simplemente para aclarar que son ya posesión de la Madre Tierra, es decir, que pertenecen a un difunto enterrado.
Plinio apenas pasa sobre ellas, remitiéndose a Dinón, el cual afirma que las Sirenas existen en la India y con su canto …hacen que a los hombres les abandones las fuerzas para desgarrarlos mientras duermen…
El «Fisiólogo» las describe junto al onocentauro: …Son animales marinos mortíferos que atraen con sus cantos; su parte superior hasta el ombligo tiene forma humana y del ombligo para abajo de ave…, para concluir que dichas criaturas representan a nuestros enemigos. En los mismos términos se explican los bestiarios medievales en general, los cuales reproducen también los textos de san Isidoro ya mencionados. Concluyen con la misma moraleja que aplicaban en el caso de la Nereida, con quien acostumbraban a confundir, como vimos: …De este modo, los que se solazan con los placeres y pompas del mundo, con comedias y demás distracciones del teatro que les llevan a sumirse en un profundo sueño, se convierten en presas fáciles para sus enemigos…
Detalle de una de la ilustraciones de “Splendor Solis”, un tratado de alquimia alemán del siglo XV conservado en la Biblioteca Nacional de Francia en París. El sol es considerado como imagen de la divinidad. El color rojo genera la piedra filosofal que produce oro.
En la lucha permanente por la supervivencia el hombre percibe que la victoria no depende tanto de él como de fuerzas superiores que no puede controlar, lo cual es aprovechado por la casta sacerdotal (en casi todas las religiones) para fomentar una dependencia del individuo hacia esas fuerzas imposibles de manejar, la divinidad, lo cual también supone una dependencia inmediata del individuo hacia la casta sacerdotal, que es lo que a ésta le interesa.
Desde el comienzo de los tiempos el sol ha sido uno de esos elementos tan incontrolables como imprescindibles para el sostenimiento de la vida, porque si se prodiga en exceso es capaz de matar de sequias y sed, lo mismo que si decide ocultarse entre nieblas y privar a los seres vivos del calor necesario para desarrollarse. No es de extrañar, por lo tanto, que el hombre haya estado permanentemente pendiente de erigirle como dios, hasta tal punto que llegó a ser escenario común de muchas religiones que finalmente fueron clasificadas como solares habida cuenta de las particularidades y dirección de sus ritos hacia el astro rey. Algo muy parecido le pasó a la luna, como ya se dijo en el epígrafe correspondiente a la “religión”.
La experiencia cotidiana nos coloca al sol delante todos los días al amanecer y nos lo oculta al atardecer. Esta observación diaria del desarrollo cíclico cósmico da lugar a parte de la configuración escatológica de muchas estructuras teológicas, y una de las más destacadas, podríamos decir que paradigmática, es la egipcia, con todos sus rituales relacionados con el mundo de ultratumba en los que el sol, Ra, cruza con su barca el inframundo para salir al alba y recorrer el cielo iluminando y vivificando a todo lo que vive, una luz que objetiva y materializa la realidad tangible. Cuando al atardecer regresa al mundo de ultratumba aparece la luna. Por lo tanto la divinidad celeste (luz, claridad) es requerida por el sentimiento religioso más profundo del individuo, sobre todo en épocas y regiones oscuras tanto desde el punto de vista espiritual como físico.
A pesar de lo cual, filósofos como Anaxágoras, con un espíritu más científico, trató de desmitificar al sol como deidad convirtiéndolo en una simple esfera de materia incandescente y la luna una simple roca desgajada de la tierra que se limitaba a reflejar la luz del sol, pero todo lo que consiguió fue que le desterraran por impío. El culto al “Sole invictus” estaba demasiado arraigado culturalmente hablando, es decir, había trascendido a la evidencia científica en casi todas las culturas mediterráneas que, desde Egipto, tenían al sol como una divinidad evidente en la que habían depositado simbólicamente el fundamento de la vida.
El cristianismo, y con vistas a su propagación, no puede obviar este hecho tan arraigado y asocia su divinidad con el “Sole invictus”, entre otras cosas trasladando –a partir del siglo IV–, el día de Navidad, que venía celebrándose el 6 de enero, al 25 de diciembre, día en el que se celebraba tradicionalmente el nacimiento del sol, justamente el día en el que el astro rey comenzaba a ganar minutos a la noche. Así pues, ese día, desde entonces, se celebra en el cristianismo el nacimiento de Cristo.
La iconografía del sol es bastante abundante en todo tipo de soportes y culturas. En la iglesia visigótica de Quintanilla de las Viñas lo encontramos deificado, aunque a medio camino entre los recuerdos no muy lejanos de los cultos solares a Mitra (no es casualidad que el edificio visigótico esté asentado sobre el anterior romano) y la aceptación definitiva por parte del cristianismo del hecho cultural previo, aunque reacio siempre a la divinización expresa de los astros.
El perfil geométrico en forma de esfera da lugar en la iconografía, sobre todo en la ornamental, a un sinfín de grafismos circulares en gran parte de las iglesias románicas en toda Europa. Hay simples discos, ruedas, rosetas florales, helicoidales simulando el movimiento del astro, rayos, líneas dentadas que rodean como cenefas arcos de puertas y ventanas, estrellas (que muchos, equivocadamente, confunden con puntas de diamante), a lo que habría que añadir muchos elementos arquitectónicos y constructivos, entre los que cabrían destacar los óculos de los hastiales de poniente (el ojo de Dios que todo lo ve y que proyecta su luz escatológica sobre el interior del templo) y que luego evolucionarán ornamentalmente hacia los grandes rosetones góticos de las catedrales. Y todo ello sin olvidar la orientación, más o menos estricta, de construir los edificios religiosos orientados sobre el eje “este–oeste”, es decir, la salida y el ocaso del sol, algo que ya realizaban los egipcios con maestría, sobre todo cuando hacían coincidir el reflejo del primer rayo del sol sobre el dios al que estaba dedicado el templo.
El sol presta su aureola luminosa a la divinidad y, por extensión, a todos los personajes relevantes, tanto en el mundo pagano como en el cristiano (reyes, emperadores, santos, etc.), no en vano incluso las monedas enmarcan en forma circular las cabezas o bustos de emperadores y jefes de estado desde la antigüedad. Pero para que quede claro en muchas representaciones del pantocrátor aparece Cristo con un libro en el que se puede leer perfectamente “Ego sum lux mundi”.
Una de las escenas donde suelen estar presentes casi siempre tanto el sol como la luna, es la de la crucifixión. Ambos presiden en la parte superior, sobre la cruz, para dar cuerpo a la propuesta teológica de que con la muerte de Cristo se extienden las tinieblas (luna: oscuridad, pecado) y con su resurrección regresa la luz (sol: iluminación, gracia, perdón, etc.). Y sobre todo lo demás la presencia del crucificado, Señor del Cosmos (Cosmocrátor), Señor del Tiempo (Cronocrátor) y Señor de todas las cosas (Pantocrátor).