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21 Diccionario de símbolos Z

Zodíaco

 

Planisferio celeste correspondiente al hemisferio meridional realizado por Carolo Allard en torno a 1710

Planisferio celeste correspondiente al hemisferio meridional realizado por Carolo Allard en torno a 1710.

 

No hay cultura en la historia de la humanidad que no se haya quedado maravillada ante la contemplación de una noche estrellada. El poder del Creador se refleja en las lejanas luces nocturnas de las estrellas como en ningún otro sitio. Es lógico, por lo tanto, que en todas las religiones haya astrólogos dedicados al estudio de los astros y «la etérea región por la que el todo discurre y se mueve», como decía Giordano Bruno en su obra ”Sobre el infinito universo y los mundos”, donde se esconden guarismos secretos, cantidades ignotas, geometrías alegóricas y ocultos mensajes sobre el futuro insoslayable. Dos mundos, el matemático y el metafísico circulando en paralelo a través de la noche. Y como daba a entender Plinio el Viejo, entre la tierra y el cielo hay una conexión constante que ordena los ciclos vitales de todo lo viviente, los avatares climáticos y geográficos y en muchos casos, supuestamente, el devenir del género humano.

 

Timpano de la catedral de Saint-Lazare d Autun con una representación del zodiaco en la arquivolta exterior

Tímpano de la catedral de Saint-Lazare d’Autun con una representación del zodiaco en la arquivolta exterior.

 

Las religiones, en general, son conscientes de ello y todas han estudiado el cielo nocturno que, paradójicamente, se hace visible en la oscuridad. Lo cual no deja de ser una especie de obstáculo iniciático para el común de las gentes, o un beneficio añadido para los designios e invenciones de los vicarios de la noche. Lo cierto es que, como siempre sucede, el cielo, ya sea diurno o nocturno, tiene dos caras: una material y otra espiritual. De hecho en el cielo está la morada de los dioses de las religiones solares, y a ella ascienden sus fieles, si se lo merecen, al final de sus días.

 

En el salmo 8 se dice:

«Al ver tu cielo, hechura de tus dedos,

la luna y las estrellas, que fijaste tú,

¿qué es el hombre para que de él te acuerdes,

el hijo de Adán para que él cuides?»…

 

Detalle del zodiaco sobre la parte superior de la Puerta del Perdon de la colegiata de San Isidoro de Leon

Detalle del zodíaco sobre la parte superior de la Puerta del Perdón de la colegiata de San Isidoro de León.

 

Está claro, pues, que el zodíaco, esa «faja celeste por cuyo centro pasa la eclíptica y que comprende los doce signos, casas o constelaciones que recorre el Sol en su curso anual aparente» según la RAE, es el símbolo paradigmático del poder de Dios sobre el “tiempo” (Cronocrator) y sobre el “cosmos” (Cosmocrator). Sin embargo el cristianismo nunca dejó de ver con cierto recelo todas las actividades esotéricas y adivinatorias asociadas a la práctica de la ciencia de la cosmología, razón por la cual restringió bastante las representaciones iconográficas del zodíaco, tratando de evitar así actividades sospechosas de paganismo.

 

El mundo en la edicion de Ulm 1482 de la Geografhia de Ptolomeo con una representacion del zodiaco en el circulo exterior

El mundo en la edición de Ulm (1482) de la «Geografhia» de Ptolomeo, con una representación del zodíaco en el círculo exterior.

 

Con el tiempo, los doce signos del zodíaco (Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis), fueron sustituidos poco a poco por las representaciones, también doce, de los meses del calendario a través de sus correspondientes trabajos estacionales específicos que, en un proceso cristianizador un tanto fundamentalista, terminó por asimilar todo con los doce apóstoles, como explica el emperador Flavio Teodosio: «Los doce signos del zodíaco se sustituyen por el colegio apostólico, pues así como la generación es regulada por ellos, la regeneración es llevada a cabo por los apóstoles, de manera es que Cristo es el año y los apóstoles los doce meses».

 

 

 

 

El Zorro

 

Miniatura correspondiente al zorro en el bestiario de San Petersburgo

Miniatura correspondiente al zorro en el bestiario de San Petersburgo.

 

Es el símbolo de la astucia por excelencia aunque, en honor a la verdad, siempre la astucia de signo negativo.

Es el caso de las culturas orientales que, en ocasiones, lo tienen por animal satánico capaz de transformarse en toda clase de objetos o personas para conseguir sus fines, aunque su transformación principal sea en una mujer de hermosa apariencia, una de sus armas favoritas; de ahí también su relación con el diablo y la tentación. Solía, además, ser considerado como la puerta a través de la que entraba el demonio en las almas para poseerlas.

En cambio en China pensaban que la zorra era el único ser que podía transformarse en hombre y, por lo tanto, pensar y predecir el futuro.

En Japón solía ser compañero y representante de Inari, dispensador de la abundancia y patrono de los cultivadores de moreras, árbol cuyas hojas constituyen el alimento de los gusanos de seda. Muchos comerciantes solían tener en sus casas un altar dedicado al zorro con el fin de que éste protegiera su negocio.

 

Capitel interior de la iglesia de San Martin de Tours en la localidad palentina de Fromista con la representacion de la fabula de la zorra y el cuervo

Capitel interior de la iglesia de San Martín de Tours en la localidad palentina de Frómista con la representación de la fábula de la zorra y el cuervo.

 

Para los celtas el zorro es el vehículo psicopompo o conductor del alma del difunto hacia el mundo de las sombras. Hay muchas leyendas referidas al zorro en este sentido. Una de las más interesantes, por su conclusión moral, es la de un joven que parte en busca de una medicina para curar a su padre que está muy enfermo. Sin embargo gasta todo su dinero en enterrar a una persona muerta, desconocida para él, simplemente por motivos humanitarios. Al poco tiempo del entierro se cruza en su camino un zorro blanco que le ayuda a conseguir el remedio para su padre y luego desaparece.

En la Biblia las referencias no son demasiado buenas para la zorra. El salmo de David «Cuando estaba en el desierto de Judá» (63, 10-11) dice: «…Mas los que tratan de perder mi alma / caigan en las honduras de la tierra. / ¡Sean pasados por el filo de la espada / sirvan de presa a los zorros!»

Y en el Cantar de los Cantares (2, 15): «…Cazadnos las raposas, / las pequeñas raposas / que devastan las viñas, / pues nuestras viñas están en flor…» En este caso las viñas son la imagen de las jóvenes que quieren verse libres de pretendientes indeseables, es decir, las raposas a las que más tarde el cristianismo comparó con los herejes.

En la literatura clásica, concretamente en el apartado de las fábulas, la zorra o el zorro son denominador común. En todas las recopilaciones históricas se pueden contar por docenas aquellas en las nuestro animal es protagonista. Desde Esopo (siglo V a.C.) pasando por Fedro (siglo I d.C.) y posteriormente Plutarco, Luciano, Opiano y un largo etcétera hasta llegar a Babrio (siglo III d.C.), este animal se convierte en emblema del engaño y la marrullería. Es obvio que desde aquí, estas pequeñas y tradicionales historias moralizantes pasaron a los bestiarios y al románico casi por inercia cultural.

 

Capitel del claustro del monasterio de San Juan de Duero Soria con un zorro devorando una presa

Capitel del claustro del monasterio de San Juan de Duero (Soria) con un zorro devorando una presa.

 

A la zorra la veremos en varios capiteles cuyo tema procede de una fábula clásica, como en Frómista y tal vez en el Monasterio de San Juan De Duero. Sin embargo es difícil determinar el origen, fabulístico o bíblico, de la asociación de la astucia con la zorra. En cualquier caso no es asunto de excesiva importancia para lo que nos interesa pues, además, los dos caminos progresan temporalmente en paralelo y a corta distancia el uno del otro.

El Fisiólogo también se ocupa de la zorra: «…Es un animal muy astuto y artero. Cuando tiene hambre se hace la muerta con el fin de que las aves de rapiña se acerquen confiadas al cadáver para devorarlo». En el último momento la raposa resucita para pasar de víctima a verdugo. El cuento es aprovechado para sacar la conclusión de que el pecado, o el diablo, también está muerto lo mismo que todas sus acciones; quien participa de su carne morirá también, «…pues su carne son las fornicaciones, las codicias, los placeres y asechanzas del siglo», más o menos lo que viene a decir san Pablo en su carta a los Gálatas (5, 19-21). La base de esta historia está de nuevo en una fábula, ahora de Opiano, recopilada en su «Halieutica» (2, 107).

San Isidoro (XII, 2, 29) también incluye al zorro en sus textos para matizar que los pecadores (las aves de rapiña) creen que el zorro (el pecado y el diablo) está muerto «…y cuando se acercan las caza y las devora». Los bestiarios añaden más detalles y variaciones a esta escena, tal vez para hacerla más veraz. Añaden, luego, las consabidas referencias a su nombre: “Vulpes», de «volupes» o «pes volubilis, «…pues por sus huellas se ve que es voluble en su caminar, siempre dando rodeos y revueltas. Es animal taimado y tortuoso como ningún otro».

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