ROMÁNICO

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Jesús Herrero Marcos
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00 Introducción

La supervivencia de la especie

Entre otras muchas consideraciones, y desde un punto de vista simplemente biológico y general, existen en el cerebro humano tres puntos neurálgicos donde se centralizan las sensaciones que el hombre percibe como hambre, sed y apetito sexual.

Podríamos decir de estas tres sensaciones que juntas constituyen un centro integral primario de supervivencia para la especie humana. Las dos primeras, el hambre y la sed, son sensaciones automáticas e instintivas que se centran en la supervivencia individual, ya que sin comer y beber, es imposible vivir. Incluso, en casi todas las culturas,  hasta los propios dioses pueden morir sin alimento el cual, lógicamente, no es el mismo que el de los simples humanos. Así por ejemplo, el néctar protegía a los dioses griegos de la muerte violenta, la ambrosía les proporcionaba la inmortalidad y las inhalaciones de humo, que subían desde los altares de sacrificio donde se quemaban las víctimas y que eran percibidos por los inmortales como símbolo del culto que se les rendía, les evitaba morir de inanición al caer en el olvido de los mortales. Ello confirma el grado de conciencia de los distintos grupos sociales sobre el concepto de “imprescindible” relacionado con la alimentación. Está claro que, de alguna manera, el hombre, que necesitaba protegerse contra calamidades que no podía controlar, chantajeaba, por así decir, a los dioses, los cuales sí podían propiciar la ausencia de estas calamidades obligándoles, de algún modo, a participar de cierto grado de mortalidad que dependía de la acción humana.

 

Relieve con una pareja en actitud amorosa sobre un lecho Susa Khuzistan Iran 1600-1500 aC

Relieve con una pareja en actitud amorosa sobre un lecho. Susa, Khuzistán (Irán). (1600-1500 a. C.) .

 

En el cristianismo, por el contrario, es el propio Cristo el que se constituye en alimento (pan y vino, cuerpo y sangre) que garantiza el alimento espiritual que conduce a la vida eterna a sus fieles.

La tercera sensación, el apetito sexual, se especializa, en cambio, en la reproducción con vistas a la supervivencia y conservación de la especie.

Así pues, es casi innecesario recalcar la importancia que estas tres percepciones y sus correspondientes áreas cerebrales tienen en este asunto capital. Y debido precisamente a esta importancia, el animal humano empieza a racionalizar esta experiencia cotidiana, lo que significa que todas las culturas y civilizaciones han tratado siempre de regular a través de normas su práctica con el fin de que los excesos en el aplacamiento de estas sensaciones primarias no perjudiquen a otras personas, dicho sea desde un punto de vista civil o social, o no constituyan una ofensa a los dioses, dicho sea desde un punto de vista religioso.

 

Canecillo de la fachada norte de la Abadia de San Quirce Burgos con una pareja de amantes

Canecillo de la fachada norte de la abadía de San Quirce (Burgos), con una pareja de amantes.

 

Puesto que el hambre y la sed son alarmas que afectan solamente al individuo, la incidencia de los excesos o abusos en la comida y la bebida siempre serán mucho menores en la comunidad que los excesos relacionados con el sexo, que no solo afectan a la pareja, sino que también inciden, entre otras cosas, en el desarrollo demográfico que circunstancialmente podría considerarse óptimo para una determinada comunidad en un momento histórico concreto, por no hablar de los perjuicios ocasionados al derecho y a la libertad de decisión ya apuntados.

Desde siempre se han producido, en mayor o menor medida, actitudes moralizantes con respecto a estos tres capítulos, sobre todo por parte de los distintos estamentos del poder religioso. En la base del problema del abuso está el hecho de que cuando el mecanismo se pone en marcha para saciar los apetitos mencionados, la consecución del fin produce placer, a veces mucho placer, lo que provoca una asociación inconsciente y activa mediante la cual el individuo procura no demorar demasiado los actos encaminados a saciar apetitos tan vitales una vez encendidas las alarmas. Aunque ésta es una de las maneras, tal vez la más eficaz, en que la naturaleza defiende su continuidad.

 

Canecillo de la iglesia de Santo Tome en Zamora El personaje porta sobre sus hombros un tonel representativo de su vicio particular

Canecillo de la iglesia de Santo Tomé en Zamora. El personaje porta sobre sus hombros un tonel representativo de su vicio particular.

 

Como se dice en el Deuteronomio (12, 7) con respecto a la comida…”en el lugar del culto comeréis en presencia de Yahveh vuestro Dios y os regocijareis, vosotros y vuestras casas, de todas las empresas en que Yahveh, vuestro Dios os haya bendecido”; y más adelante (15, 22) se concretan algunas normas sobre cómo consumir la carne de los sacrificios, parte de la cual se quema para que su humo sirva de alabanza a Yahveh. Aquí se constata, por un lado la existencia de los primeros controles con ese “en presencia de Yahveh” y por otro con el consecuente “os regocijareis” que impregna el acto del acicate correspondiente. Si la comida, la bebida y la unión sexual carecieran de un aliciente tan persuasivo como el placer que producen al hacer uso de ellas, probablemente muchos no estaríamos aquí.

En cualquier caso nos encontramos al final con tres pecados, dos de ellos encuadrados en el pecado capital de la gula (excesos en la comida y bebida) y la lujuria: el abuso del sexo y, sobre todo sus desviaciones delictivas en tanto no respetan los derechos o trasgreden las normas y regulaciones religiosas y civiles, no solo en el cristianismo, sino en muchas culturas. Dos pecados capitales que, como decía santo Tomás, lo son porque ellos mismos generan una multitud de pecados más en la consecución o satisfacción del fin perseguido.

Éste último pecado, la lujuria, se representa en la iconografía de las iglesias románicas de una manera clara y abundante, lo que supone una sorpresa para los visitantes hasta el extremo que este asunto, de apariencia iconográfica tan mordaz, ha dado en llamarse, equivocadamente para mi gusto, “románico erótico”. Así pues tendremos que hacer algunas consideraciones para entender las razones que impulsaron al clero a colocar, nada menos que en los edificios religiosos, el sitio más inadecuado para nuestra mentalidad contemporánea, tal cantidad de escenas relacionadas con la lujuria. Y también tendremos necesidad de dar un repaso a otras culturas, no solo para comparar los distintos tratamientos éticos en relación con la unión sexual, sino también para establecer diferencias, si las hay, en relación a los patrones iconográficos empleados en el románico con respecto a épocas anteriores, lo cual será muy aclaratorio, y si éstos devienen en una constante histórico cultural que se extiende hasta la Edad Media y más allá. Una constante cultural en forma de imágenes que, a modo de códigos conceptuales, podríamos perfectamente incluir en el inconsciente colectivo de todas las civilizaciones.

 

Canecillo de la iglesia de Santo Tome en Zamora con un personaje itifalico en una postura muy similar al de la cultura Dimini Bajo el denominador comun del falo siempre subyace el deseo de la fertilidad la abundancia y el renacimiento ciclico de la primavera

Canecillo de la iglesia de Santo Tomé, en Zamora, con un personaje itifálico en una postura muy similar al de la cultura Dimini. Bajo el denominador común del falo siempre subyace el deseo de la fertilidad, la abundancia y el renacimiento cíclico de la primavera.

 

Personaje itifalico posiblemente una representacion del dios Año que simboliza el renacer de la primavera Perteneciente a la cultura Dimini Larissa Grecia 5000 4500 a C Curiosamente en la misma postura que el canecillo de Zamora pero hecho seis mil años antes

Personaje itifálico, posiblemente una representación del dios Año que simboliza el renacer de la primavera. Perteneciente a la cultura Dimini, Larissa (Grecia). 5000-4500 a. C. Curiosamente en la misma postura que el canecillo de Zamora pero hecho seis mil años antes.

 

Parte de ese inconsciente colectivo comienza a conformarse, como siempre, en la constatación de hechos significativos a través de la experiencia cotidiana. Por ejemplo, es un hecho visible desde el momento en que el hombre comienza a recolectar vegetales silvestres (Paleolítico superior), que la tierra los produce y gracias a ellos es posible la supervivencia. Lo mismo sucede con el agua, imprescindible para la vida. Agua que surge de manantiales, o baja de las montañas y progresivamente va engrosando cauces de ríos. En épocas de lluvia, que es la que alimenta los cauces y manantiales, la tierra produce vegetales con mayor abundancia que en ciclos de sequía. La proliferación de vegetales conlleva también mayor abundancia de animales y por lo tanto la caza resulta más fácil. De todo ello es lógico deducir que la conjunción de las premisas, vamos a llamarlas así, agua y tierra, produce la vida.

Poco a poco el hombre descubre que se pueden cultivar a voluntad algunos vegetales con fines alimenticios regando la tierra que previamente ha sido sembrada con semillas. Lo cual resulta más cómodo porque el alimento se puede producir en la cantidad necesaria y, además, junto al asentamiento, lo que produce en los distintos grupos humanos un sedentarismo creciente (Mesolítico). Además comienza a cazar animales cada vez más pequeños como ciervos, jabalíes, liebres e incluso pájaros. Por otro lado, el tamaño de la caza facilita enormemente el comienzo de la ganadería, así que el hombre se vuelve agricultor y ganadero. De la compresión de la idea de que el agua, la tierra y las semillas son imprescindibles para la producción de vida, y ante el temor de carencias catastróficas, surgen las primeras necesidades de propiciar la abundancia de estas tres cosas por medio de rituales oferentes determinados, encaminados a asegurar el abastecimiento continuado.

En paralelo a esta experiencia podríamos decir lo mismo de la reproducción humana y establecer como hechos que, en aquellos lejanos momentos, el hombre comprendió que la conjunción del órgano femenino con el masculino también producía como resultado vida. Es lógico, pues, concluir, que la asociación “tierra” con el concepto “madre origen de vida”, con sus consecuencias, da lugar a los mencionados rituales propiciatorios hacia la entidad, vamos a calificarla de divina, de la diosa Madre Tierra, la cual dominó al principio casi todas las comunidades humanas. Tal vez sea mejor, dicho sea entre paréntesis, llamarla a partir de ahora “gran diosa” (y, desde luego, de ninguna manera “Venus de tal o Venus de cual”, expresión totalmente errónea y solo superficialmente descriptiva), porque no solo contiene en ella el concepto de fertilidad, (que no será asociada a la “sexualidad” hasta épocas muy posteriores), sino que se la debe entender de una manera más global, es decir, además de donante de vida, es al mismo tiempo portadora de muerte y regeneradora. Da la vida, la retira cuando ella considera acabado el ciclo y la regenera al comenzar el siguiente. Nueva experiencia que terminará estableciendo divisiones en el recorrido del tiempo que serán señaladas con fiestas y celebraciones propiciatorias más evolucionadas hacia la diosa. De hecho, de la misma manera que una semilla se entierra para que la gran diosa la devuelva en primavera convertida en frutos, los muertos son también enterrados, es decir, devueltos a quien les dio la vida, con la esperanza de ser posteriormente regenerados, resucitados en otra nueva existencia, ya sea espiritual o física. Este proceso se encuentra en las estructuras básicas de todas las religiones y culturas de una manera u otra. Y además, este proceso conforma una unidad inseparable: sin vida no hay muerte ni regeneración o resurrección o transformación, ni tampoco ciclos ni divisiones temporales dignas de mención.

 

Diosa de La Valltorta Rupestre levantino 4000 2000 aC en Covetes del Puntal Barranco Matamoros cercano a la villa de Albocasser Castellon Reproduccion realizada por Daniel de Cruz a partir del calco de Ramón Viñas

Diosa de La Valltorta. Rupestre levantino (4000-2000 a.C.) en Covetes del Puntal (Barranco Matamoros), cercano a la villa de Albocasser (Castellón). Reproducción realizada por Daniel de Cruz a partir del calco de Ramón Viñas.

Como atributo básico asociado a la diosa no podía faltar el agua, elemento que veremos reproducido hasta la saciedad por medio de variados grafismos geométricos en todo tipo de vasijas, rituales o no, del Paleolítico.

La diosa Madre no faltará en ninguna de las etnias y posteriores culturas de carácter telúrico, y tampoco en las celestes y universales, aunque ya no como diosa principal, pues en éstas predominan los dioses masculinos. Por ejemplo, en las culturas orientales, hablando en términos muy generales, las diosas figurarán siempre como esposas del dios principal, como es el caso de Visnú y Lakmi en la India, Isis y Osiris en Egipto, o la Virgen María en el cristianismo, aunque en este caso como madre de Jesús.

Fue con la entrada en escena de los pueblos indoeuropeos (aproximadamente alrededor del. 5.000 a. C.) en el centro-este de Europa, de ideología androcéntrica, cuando el culto a la diosa femenina fue siendo sustituido paulatinamente. Desaparecen lugares de culto y formas artísticas asociadas a ella, a pesar de lo cual siempre persistieron las viejas tradiciones rituales relacionadas con eventos mortuorios, natales y de fertilidad, sobre todo agraria, muchos de los cuales han llegado con más o menos nitidez hasta la Edad Media, que es nuestra etapa final; y, desde luego, también se puedan rastrear en los orígenes de muchas fiestas de carácter cíclico o estacional actuales más o menos relacionadas con la fertilidad agraria y humana, eso sí, debidamente transformadas o bautizadas por el cristianismo, pues no hay que olvidar que todo lo relacionado con la diosa o con lo femenino fue más o menos demonizado.

 

Personaje itifalico hallado en la tumba 36 de la necropolis de Marlik Tepe Iran Terracota de 38 cm de altura 1250 1000 a C La presencia de personajes itifalicos en ajuares funerarios quizá este proporcionando al difunto la seguridad de un renacimiento después de la muerte Posteriormente la sustitucion del todo el personaje por la parte el falo convertira el icono en amuleto protector magico

Personaje itifálico hallado en la tumba 36 de la necrópolis de Marlik Tepe (Irán). Terracota de 38 cm. de altura. (1250-1000 a. C.). La presencia de personajes itifálicos en ajuares funerarios quizá esté proporcionando al difunto la seguridad de un renacimiento después de la muerte. Posteriormente la sustitución del todo (el personaje) por la parte (el falo) convertirá el icono en amuleto protector mágico.

 

La preponderancia mayor o menor de una de estas dos caras de la misma moneda, masculina y femenina, marcará en una u otra dirección, las dos constantes religiosas, políticas, sociales y culturales de toda la historia de la humanidad. Todavía hoy hablamos de machismo y feminismo, generalmente tratando de hacer prevalecer uno de los dos lados de la moneda, sin darnos cuenta de que lo importante es la indivisibilidad de la propia moneda.

Hay sólo 1 comentario.

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