ROMÁNICO
VIAJES
Dentro de nuestro periplo iconográfico es imprescindible repasar esta cultura, paradigmática desde muchos puntos de vista, pero muy particularmente desde el nuestro.
Acercarse a la civilización hindú es, en realidad, como adentrarse en una zona sin límites definidos, y no me refiero a los geográficos precisamente. Hablamos de un continente cuyos habitantes proceden de muy diversos troncos y etnias a los que habría que añadir, por si esto fuera poco, múltiples invasiones extranjeras. El resultado final de tantos avatares es un país con una enorme complejidad lingüística, religiosa e histórica a la hora de describir su cultura, pero imprescindible para tener una visión con respecto a su increíble iconografía sexual y poder compararla conceptualmente con otras culturas, lo que nos llevará a extraer las pertinentes conclusiones.
Conjunto de personajes en variadas posturas eróticas ubicados en el nivel inferior de la esquina sur del templo Lakshman en Khajuraho, Madhya Pradesh (India).
Sus orígenes se remontan hacia el sexto milenio antes de Cristo, según la datación que los arqueólogos asignan a las ruinas de una ciudad de origen desconocido en la que aparecen una gran cantidad de materiales arqueológicos con signos de escritura. Se trata de Mohenjo Daro, yacimiento situado al norte de la India (Beluchistán) en la provincia de Sind. Está establecido que el comienzo de su desarrollo y evolución cultural y religiosa se produce con la llegada de los arios (indoeuropeos) hacia el 2.000 a. C. Las antiguas creencias religiosas, caracterizadas por cultos agrarios y matriarcales de tipo telúrico, se impregnan con los solares (Mitra y Varuna) y patriarcales de los recién llegados, dando origen a la cultura védica o ciencia sagrada.
Los Veda, (verdad, conocimiento) son la revelación divina, una enorme recopilación de textos redactados a lo largo de 3.000 años (1.500 a. C. – 1.500 d. C.) en sánscrito y cuyo autor único es Viasa, encarnación mítica de Visnú. Allí se habla de los mitos de la creación y todo lo relacionado con el uso y formas de los sacrificios tanto hacia los dioses como hacia uno mismo, además de cantos, himnos y fórmulas empleados en los rituales, es decir, un compendio de libros sagrados al estilo de nuestra Biblia. Estos datos nos evitan caminar por más tiempo sobre terrenos más amplios, porque no es fácil ni posible resumir en pocas palabras su contenido, ni tampoco es nuestra intención. Como cualquier otra estructura teológica compleja es, incluso, contraproducente tratar de hacerlo sin tiempo o superficialmente pues, además, en la India no hay visiones globales sino varias religiones que interactúan entre sí e influyen sobre las otras con las consiguientes implicaciones sociales y económicas.
No obstante, es necesario apuntar que estos rituales mencionados, basados en los primitivos conceptos asociados a la Naturaleza, a la Diosa Madre (Shakti) y a los órganos sexuales, tanto femeninos (Yoni) como masculinos (Limgan), aun persisten en nuestros días.
Tener en cuenta de aquí en adelante esta particular relación, no agresiva por definición, entre el hombre y la naturaleza en todos sus aspectos vitales, es imprescindible para comprender, de alguna manera, su forma de entender el mundo, sus relaciones con la divinidad y sus realizaciones artísticas, además de definir con cierta nitidez las diferencias generales entre las civilizaciones orientales y occidentales.
Fachada lateral de templo de Kandariya Mahadeva en Khajuraho, Madhya Pradesh (India).
En cualquier caso el Hinduismo, una de las religiones principales de la India, permite a sus fieles la libertad de elegir a cada individuo su propia manera de ver las cosas en lo relacionado con los aspectos religiosos y morales, lo que no se da con frecuencia en el resto de las religiones. Ello se refleja conceptualmente en los “sutras”, o caminos conductores, en sánscrito “darshana”, cuya traducción podría ser “formas de ver o entender”. Esta libertad conduce por muchos caminos, tantos como humanos y, a su vez, tantos como formas de establecer contacto con la naturaleza o el mundo desde cada persona, hacia un solo destino. Sin menoscabo de esta afirmación, lo cierto es que también hay normas o reglas que permiten corregir o mejorar el rumbo de algunas cuestiones de vital importancia para el hombre. Por ejemplo, y para no desviarnos de nuestra propia dirección, el Kamasutra (Kama es el dios del amor y sutra es la normativa didáctica o enseñanza ritual), que podría traducirse como “Tratado o arte de practicar el amor”, implica, por su propia existencia simplemente, el reconocimiento de la trascendencia místico-religiosa del acto sexual como medio no solo de procrear, lo que ya es uno de los valores y destinos más importantes, sino también de lograr a través de la conjunción del yoni y el limgan, la unidad perfecta, que sería la definición más exacta de la divinidad. Dicha unión provocaría, además, la comunicación directa con los dioses.
Mithuna con cuatro personajes en uno de los niveles del templo de Kandariya Mahadeva en Khajuraho, Madhya Pradesh (India).
Tal vez en los Upanishads están las claves y las alusiones simbólicas para comprender la iconografía sexual como analogía de esta unión. En el Brihadaranyaka Upanishad (IV, 3.21) se puede leer: “…En el abrazo de su amada el hombre olvida el mundo entero, todo lo que hay fuera y dentro, de la misma forma que aquel que abraza el Yo no percibe lo que hay fuera y dentro. Esta es la manera perfecta de satisfacer totalmente el deseo de su Espíritu. Desde ese momento ya no hay más dolor ni carencias o necesidades.”
Acercamiento amoroso en uno de los grupos escultóricos del Templo de Lakshman en Khajuraho, Madhya Pradesh (India).
Por lo tanto podríamos considerar objetivamente la posibilidad de interpretar las mithunas (escenas con parejas o grupos practicando el amor carnal, sobre todo en los templos) como la representación de la liberación final (Moksha) producida por la unión de dos principios, la esencia y la naturaleza, lo espiritual y lo físico, al margen de las representaciones puntuales del ayuntamiento de distintos dioses y diosas del panteón hindú que simbolizan o materializan iconográficamente este hecho. Interpretar, como se ha hecho, estas escenas como profilácticas, y más concretamente como protectoras contra el mal de ojo, no deja de ser una lectura totalmente occidental, al margen de que la fachada de un templo no es el soporte ideal para un amuleto, que es objeto mueble por excelencia.
Escena tántrica del Kamasutra, obra de finales del siglo XVIII, realizada en guache.
Todo ello va a producir unos resultados estéticos en consonancia con lo antedicho tanto en la ilustración de los textos del Kamasutra como en el arte mobiliar y en la decoración de los templos, cuajados de esculturas que llenan completamente sus fachadas ocupando todo el espacio disponible. Las “mithunas” nos sorprenden por su naturalidad y refinamiento, y su estética impactante, de apariencia barroca y recargada, no hace más que dibujar y mostrar claramente los aspectos sicológicos y religiosos más íntimos de una nación, su carácter y su forma de entender y vivir la vida. Poco podríamos añadir de sus costumbres socio-morales con respecto al sexo que no pase por describir los soportes más conocidos de la plástica erótica hindú: El Kamasutra y los templos.
Ilustración del Kamasutra con una de las escenas tántricas realizada en gouache.
Kama, dios del amor como queda dicho, es hijo de Laksmi, diosa de la fortuna y esposa de Visnu. Kama es representado normalmente con alas y con arco y flechas, prácticamente igual que nuestro Cupido clásico. Como no podía ser menos, está casado con la diosa de la voluptuosidad, que no es otra que Rati.
Placa de marfil representando una escena tántrica con una pareja en la postura del elefante, procedente de una cama.
El Kamasutra fue escrito en sánscrito culto, uno de los veintidós idiomas de la India, proveniente de la rama de las lenguas indoeuropeas y sobre cuyo origen hay controversias. Es utilizado sobre todo como lenguaje ritual en la religión védica.
Se trata básicamente de un conjunto de aforismos en los que se recogen, casi a modo de catálogo, no solo una serie de técnicas amatorias, que es lo más llamativo, sino también todo lo concerniente a las relaciones y comunicación entre el hombre, la mujer y su entorno.
Está dividido en siete partes entre las que se distribuyen treinta y seis capítulos con un total de mil doscientos cincuenta versos. En la primera parte se enumeran las sesenta y cuatro artes que se deben dominar al mismo tiempo que el Kamasutra, entre las que se enumeran las relacionadas con el canto, la danza, el teatro, los instrumentos musicales, la escritura, la pintura y el dibujo, la decoración del escenario amoroso, los perfumes, la cocina, los arreglos florales y un largo e increíble etc. que suponemos poco menos que imposible dominar. En una segunda parte se habla de las cualidades sexuales humanas, las uniones entre sexos iguales y las técnicas preliminares. Cómo acercarse con éxito a las mujeres es el tema de la tercera parte. En la cuarta se explica cómo tratar a las esposas y lo relacionado con la unión sexual. Del matrimonio y las aventuras extramaritales se habla en la quinta. En la sexta de las cortesanas, sus amantes y cómo cobrarles a éstos. Por último se habla de recetas, remedios e ingredientes para conseguir lo que se desea o para aumentar la virilidad y el goce sexual.
Conjunto de personajes en variadas posturas eróticas ubicados en el nivel inferior de la esquina sur del templo Lakshman en Khajuraho, Madhya Pradesh (India).
Para Vatsyayana, su autor, un joven asceta y estudiante de Benarés, la virtud, la riqueza mundana y el placer sensual, los tres fines más importantes de la vida, deben coexistir en armonía total, de manera que si uno de ellos mejora gracias a una práctica perfecta, los otros dos también lo hacen. Con esta intención se dispuso a escribir el texto que él mismo confiesa ser una mera recopilación de otras obras anteriores, pero tan amplias y farragosas que quedaban fuera del alcance del pueblo. El propio autor nos dice que Brama, el creador del universo material fue el que redactó el primer texto compuesto por cien mil capítulos. En ellos se especifican las normas que han de regular la vida de los hombres en los tres aspectos antes descritos. Nandi, el toro sirviente de Siva, recopiló, entre los anteriores, mil capítulos dedicados específicamente al kama. Svetkaku, hijo de Uddalaka, los resumió en quinientos y así un largo etc. con el que Vatsyayana trata de convencernos de la seriedad y rigor de su obra y por ello tiene todas las bendiciones, incluida la del dios supremo.
Las escenas de bestialismo también se encuentran entre las mithunas del templo Lakshman en Khajuraho, Madhya Pradesh (India).
Y lo hace en parte porque en alguno de los aforismos se salta a la torera los puntos de vista clásicos sobre determinados asuntos, lo que podría acarrearle algunos problemas. Así por ejemplo asegura que el orgasmo femenino es una realidad, cosa que hasta entonces nadie tenía por verdadera. A continuación añade, y como consecuencia de lo anterior, que los hombres deben pensar antes en el placer de la mujer que en el suyo, puesto que, además, el acto sexual es un acto de entrega mutua encaminado a satisfacer a ambos actores. A veces hay que olvidarse de las técnicas para experimentar y buscar todo aquello que reporta más satisfacción. Al final, la regla más importante es que no hay reglas y, ante el empuje de la pasión, los caminos por los que discurre el amor se quedan estrechos, por más que estos caminos sean el propio Kamasutra.
Escena tántrica del Kamasutra en un ejemplar del siglo XVIII.
En el texto encontramos, además de lo dicho, muchos detalles de vital importancia para conocer la vida y costumbres de la sociedad en la que se produjo esta obra, tales como todo tipo de acontecimientos sociales, lo relacionado con el vestido, la comida, la vivienda y las artes en general. En cuanto al tipo de moral que se desprende de los aforismos, está claro que no se trata de una moral que, desde nuestro punto de vista, podamos definir como de “manga estrecha”. Más bien se trata de lograr hacer las cosas lo mejor posible para disfrutarlas con la máxima intensidad, ya que el amor se produce al lograr dos opuestos alcanzar la Unidad (o sea, a la divinidad). Visión, como vemos, muy descargada de culpabilidades y temores y bastante alejada de nuestra cultura. Mientras en un sitio el sexo produce la exaltación del espíritu y la comunicación del hombre con la divinidad, en el otro es algo pecaminoso que nos aleja de Dios si luego no nos confesamos y hacemos la correspondiente penitencia, como veremos más adelante con todo detalle.
Vatsyayana completa el texto de su obra incluyendo algunos aforismos que tienen que ver con las relaciones extramatrimoniales: cómo iniciarlas, con qué técnicas, cómo llevarlas con discreción y cómo acabarlas. No faltan tampoco temas tan espinosos como la prostitución, que se trata con la naturalidad de quién acepta los hechos, no solo sin escandalizarse, sino describiéndolos y aconsejando qué hacer en determinadas situaciones. Lo mismo pasa con el amor de carácter homosexual, aunque justo es añadir que el autor, sabiendo que no son temas que gocen de la aquiescencia y beneplácito popular, no se atreve a publicitarlos como algo bueno. Simplemente se limita a aconsejar sobre lo mejor que se puede hacer en cada caso, ya que es evidente su existencia, por más que las costumbres populares no lo aprueben.
Las ilustraciones de que disponemos en la actualidad, referentes a la obra, son de factura bastante reciente, pero evidentemente mantienen la tradición estilística y estética de la época, como podemos ver al compararlas con la iconografía esculpida.
Los templos de Khajuraho
Fueron los rajás de la dinastía Chandela, entre los siglos X y XIII, quienes levantaron la ciudad de Khajuraho (en el actual distrito de Madhya Pradesh), donde llegaron a construirse alrededor de ochenta y cinco templos entre el 950 y 1.050 d. C., de los que solo han llegado hasta nuestros día veintidós.
Vista desde el sureste del conjunto de templos de Khajuraho, Madhya Pradesh (India).
Los templos se alzan sobre plataformas con la anchura suficiente para permitir el paseo ritual o procesión antes de penetrar en su interior y, como suele ser habitual en todas las religiones, su entrada está orientada al este para permitir el paso de los primeros rayos del sol al amanecer. La altura y verticalidad de los edificios no deja de recordarnos los primitivos cultos fálicos aun presentes, lo mismo que la propia y exuberante decoración de las paredes exteriores, cuajadas de mithunas en complicadas composiciones y posturas que dejan traslucir con claridad la simetría geométrica de los mandala. Contemplando las escenas comprobamos y comprendemos casi intuitivamente la sacralización y ritualización de la unión sexual que se preconiza en el hinduismo. Dioses y diosas, apsaras (damas celestiales), semidioses, hombres y mujeres exquisitamente ataviados, sin olvidar detalles como collares, pendientes o coronas rituales, telas transparentes exquisitamente talladas, para describir sin pudores occidentales la conjunción de lo masculino con lo femenino de la que emana la divina serenidad del Uno. Las posturas eróticas son múltiples y diversas, a veces sumamente complicadas, sobre todo cuando se trata de grupos o se mezclan con animales, casi siempre caballos o elefantes a los que suelen acompañar guerreros. En cualquier caso una cuidada técnica no solo en la talla, sino también en la expresividad realista de los conjuntos, los cuales dan a las fachadas una apariencia de vida en la que late oculto el asombro que produce no escuchar la algarabía de voces que debería acompañar a tal multitud de personajes.
Templo de Kandariya Mahadeva dedicado a Shiva.
Como siempre, la sociedad occidental ha teorizado largo y tendido sobre el significado verdadero de todas estas representaciones y, justo es decir que de tantas teorías solo valen aquellas que parten de un punto de vista estrictamente hinduista, como adelantamos. Ahora parece todo bastante claro, incluido el hecho cotidiano que se vivía en la India de los brahmanes, en la que el matrimonio, el harén y la prostitución sagrada, llevada a cabo por las devadavis, era habitual y no sujeta ni lejanamente a consideraciones de tipo moral. Habitualmente es en el espacio interior del templo donde se halla el lugar de encuentro entre el dios y el hombre, que se produce normalmente por medio de determinados rituales, según la ocasión, y de sacrificios, los cuales suelen ser acompañados de oraciones y cánticos. Dentro de ese lugar llamado natyamandapa también se llevan a cabo las sensuales danzas de las devadavis, cuya misión era inducir el contacto con lo divino y que concluían en el bhogamandapa, o lugar de la unión, donde se consumaba ritualmente el encuentro sexual. Con el tiempo los propios brahmanes comercializaron la prostitución de las bailarinas servidoras de la diosa con la excusa de sufragar los gastos del ritual, a pesar de que el culto de Shakti excluyera cualquier tipo de comercio o explotación sexual de las mujeres por parte de los hombres. Obviamente, también de este negocio se beneficiaba, a través de los correspondientes impuestos, el maharajá, el cual necesitaba mantener un harén, un ejército y multitud de sirvientes, cosas todas ellas bastante caras.
Interior del Templo de Kandariya Mahadeva en Khajuraho, India.
Los templos de Kumbakonan
De entre los millares de templos que jalonan las ciudades, tampoco hemos podido sustraernos a recordar aquellos de la zona limítrofe entre los distritos de Andhra Pradesh y Tamil Nadu, donde los reyes Cholas levantaron la ciudad de Kumbakonan, distrito de Tanjore, a finales del siglo VII, como sede del reino. En sus límites administrativos actuales se alzan multitud de templos, sobre todo en las orillas del río Cauvery cuyo cauce, portando las cenizas de los muertos, va a unirse con el Ganjes junto a otros muchos, hacia su destino final.
Templo Sri Sarangapani Swami. Kumbakonan, Tamil Nadu, distrito de Tanjore.
De entre todos estos templos, el de Sri Sarangapani Swami es el mayor de los dedicados a Visnú con sus cincuenta metros de alto. Fue construido en el siglo XII y restaurado durante el período del reino Nayaka, ya en el siglo XVI.
Detalle del templo de Sri Sarangapani Swami (1º piso derecha). Kumbakonan, Tamil Nadu, distrito de Tanjore.
Detalle del frontal derecho de la fachada del templo Sri Sarangapani Swami dedicado a Visnú Kumbakonan. Tamil Nadu, distrito de Tanjore.
Si en los templos de Khajuraho resplandecía la naturalidad y sofisticación técnica y estética de los conjuntos, todo ello se amplifica aquí con la presencia de la policromía, que añade verosimilitud y realismo a la propia realidad social y religiosa del pueblo indio. No podemos confirmar si ese color, que por lógica no es el original, respeta en todo, en parte o en nada a la obra primitiva o, si acaso, con qué criterios historicistas o estéticos se aplicó o restauró dicho color. Si nos atenemos a la pervivencia en estos tiempos de los rituales antiguos, es lógico sospechar que también las formas y colores se hallan mantenido sin demasiadas modificaciones, o al menos con las mínimas propias de las modas estéticas del país.
Frontal izquierdo de la fachada lateral del templo de Sri Sarangapani Swami, dedicado a Visnu. Kumbakonan, Tamil Nadu, distrito de Tanjore.
Lo cierto es que la visión general de cualquiera de estas fachadas en la que no falta nadie, parece incidir en el principio de los muchos caminos hacia el mismo destino (Templo-Espíritu-Moksha) que dejamos dicho en líneas anteriores.
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