ROMÁNICO
VIAJES
Pintura mural con escena erótica en la Casa del Centurión. Pompeya (Italia).
En el mundo clásico, la sociedad, fiel a su condición humana en el amplio sentido de la palabra, no cambia. En las relaciones sociales y la organización como estado es posible, pero en el tema sexual se atiene básicamente a los mismos principios ya descritos anteriormente, como se puede comprobar en su extensa iconografía.
En el caso de Roma sobre todo, y con respecto a la India, la diferencia es que ahora hay una exaltación del placer sexual y las artes amatorias más desde el punto de vista físico como tal, lo que conlleva, además de un refinamiento en su práctica, una esplendorosa gama de representaciones y escenas en todo tipo de soportes, ya sean los muros de las casas, ya la gran variedad de objetos de uso común que invaden la vida cotidiana: espejos, cajas de ungüentos, lucernas, vasos, muebles, etc. La libertad y liberalidad de las costumbres queda patente, como veremos, y ello marcará culturalmente los aspectos morales en épocas posteriores y provocará una mayor complejidad normativa en la regulación de las prácticas.
Escena mural de la Casa de los Misterios donde se representa el rito de iniciación de una futura esposa en los Misterios Dionisíacos.
Por lo que respecta al matrimonio en la sociedad ateniense hay que comenzar diciendo que su función básica era, en gran medida, proteger el patrimonio familiar por lo que normalmente, tanto el hombre como la mujer procedían de un entorno familiar más o menos endogámico. La fórmula habitual empleada en los casamientos fijaba, por otra parte, el resto de las intenciones, y muy particularmente con respecto a la mujer: “Te doy a esta mujer para la procreación de hijos legítimos”, se le decía al marido. A esto había que añadir las labores pertinentes para el cuidado de la casa y los trabajos relacionados con ella. Las mujeres de clase social elevada, sobre todo, eran controladas permanentemente y no solían acudir a casi ningún tipo de acto público, salvo aquellos de carácter familiar, ya fueran luctuosos o conmemorativos.
Como el matrimonio no estaba, en general, asentado sobre la base del amor tal como lo entendemos hoy, los burdeles, controlados por ciudadanos atenienses, se extendieron con tanta rapidez como normalidad. La prostitución era tanto masculina como femenina, aunque hay que apuntar que la femenina era más abundante. La mayor parte de las prostitutas eran esclavas, aunque entre el colectivo había niveles establecidos según su edad, cultura, profesionalidad y status social, lo cual se reflejaba en las tarifas correspondientes.
Lucerna romana con pareja haciendo el amor, encontrada en la Cueva de la Lobera cercana a la localidad de Castellar en Jaén (España).
Por ejemplo las hetairai eran más refinadas, elegantes y cultas, siendo capaces de asistir a reuniones y simposium, donde no acudían las esposas, y mantener conversaciones ya fueran serias y profundas o subidas de tono, según el caso y, por supuesto, terminar con las pertinentes relaciones sexuales, que solían tener tarifas fijadas y pagadas de antemano. Personajes famosos de la época como el escultor Praxiteles o el propio Pericles estuvieron enamorados de alguna de estas hetairas.
Las pornai solían ser esclavas de origen extranjero a las que controlaba un proxeneta, el cual tenía que pagar los impuestos de acuerdo a los beneficios obtenidos. Los burdeles solían estar ubicados en los puertos de mar como el del Pireo, que era muy famoso, o en barrios muy concretos y localizados.
La prostitución masculina de carácter homosexual no estaba mal vista siempre que se practicara con profesionales extranjeros, con los que se podía realizar sin problemas cualquier práctica desaconsejada por la moral pública, como por ejemplo la felación. En cambio sí estaba perseguido legalmente dedicar muchachos o jóvenes a este oficio, sobre todo si no eran esclavos o extranjeros, porque si se trataba de un ciudadano normal se perdían algunos derechos importantes en el futuro legal del individuo. Es decir, había una regulación de carácter protector hacia el menor contra este tipo de abusos.
Por lo que respecta a la homosexualidad en general, se solía hacer la vista gorda si la pareja estaba formada por un adulto y un joven e, incluso, se veía con buenos ojos si era ejercida como tutoría en la que el adulto educaba al joven, sobre todo en los valores masculinos, políticos o militares.
Escena erótica formada por un trío en una pintura mural hallada en las termas de Pompeya (Italia).
En lo que se refiere a Roma, no encontramos en las leyes ninguna normativa que sancione o proscriba algún tipo de práctica en relación con el sexo. El matrimonio se regula de manera amplia ateniéndose al principio general de que dos personas, hombre y mujer, se unen para procrear. Lo pueden hacer a través de las nupcias “cum manu”, modalidad en la que el marido controla los aspectos legales y económicos de la mujer, y de las “nupcias sine manu”, en las que el marido no la controla. La otra modalidad legal es el concubinato, que es cuando no hay nupcias, obviamente, pero ello sin prejuicios éticos o morales negativos.
Luego se consideran aspectos concretos propios de esta sociedad, como los relativos a si la persona es libre o esclava y sus posibles combinaciones y también con respecto a la situación legal de los hijos, según sea el status de su madre. Lo que nos interesa, con respecto a este asunto de los hijos, es que el derecho romano comienza a fijarse también en lo relativo a la protección del “nasciturus”, el que va a nacer. Así por ejemplo, se considera que en el momento de la concepción existe ya vida y por lo tanto el feto tiene derechos, es persona jurídica, aunque sin facultad de tener juicio propio, por lo que se le designan tutores. Hasta tal extremo se respetan estos derechos que si la madre estuviera condenada a muerte, no se produciría la ejecución de la pena hasta que el niño no hubiera nacido. Excepcionalmente algunos no consideran al “nasciturus” como persona si la madre es esclava, que es como decir que la madre es simplemente una cosa y por lo tanto también el feto. Todo lo cual entra en relación directa con el asunto del aborto en la moral cristiana, que veremos más adelante.
Vaso griego de figuras rojas con personajes en actitud de coito y felación.
En relación con la prostitución podemos decir que se repiten los mismos patrones de comportamiento que en Grecia y además se justifican. Catón el Viejo, entre otros, apunta: “Es bueno que los fogosos jóvenes inflamados de lujuria vayan a los lupanares en vez de molestar a las esposas de otros hombres”.
Y lo mismo que en la Hélade, las prostitutas ejercían su profesión por categorías. Así, las meretrices estaban controladas legalmente y sometidas a impuestos; las prostibulae ejercían la profesión en la economía sumergida y no pagaban impuestos, por lo que ganaban más dinero y ello les permitía un mayor lujo manifiesto, sobre todo en sus ropajes; las ambulatarae trabajaban en las calles, normalmente cerca de lugares con gran afluencia de público, como el circo; las lupae y bustariae lo hacían en los bosques, los cementerios y otros lugares recónditos o alejados de la urbe y, por último, las delicatae que, como su mismo nombre indica, se dedicaban a clientes exclusivos y de la alta sociedad, de lo que podemos deducir lo cuantioso de sus tarifas.
También había lugares, y no pocos, donde las mujeres podían disfrutar de algún efebo adecuado a sus necesidades, lo que viene a indicar que el control que ejercía la sociedad romana sobre su colectivo femenino era inexistente o, al menos, más liviano que en Grecia.
Hay, además de lo dicho, algo que no podemos dejar pasar por alto y no es otra cosa que la prostitución sagrada.
Sátiro y Ménade. Pintura mural en una de las habitaciones de la Casa de Cecilio Giocondo en Pompeya (Italia).
Los orígenes de estas prácticas debemos buscarlas en Babilonia, donde comienzan a producirse alrededor del tercer milenio antes de Cristo, en el entorno del culto a Inana, diosa de los cielos para los sumerios, que es la misma Isthar de los acadios o la Astarté de los sirios. En cualquier caso su faceta o dedicación más conocida era la de diosa del amor sexual y físico. Era también, y como consecuencia de lo anterior, protectora de las prostitutas. Entre sus cometidos estaba el copular una vez al año con el rey en el contexto de una ceremonia ritual íntimamente relacionada con ritos agrarios y de fertilidad específicos. Lógicamente el acto físico lo llevaba a cabo una de las muchas jóvenes vírgenes que servían en sus templos, las cuales solían ser entregadas a la divinidad por sus propias familias.
Poco a poco, lo costoso de las ceremonias y el no menos gravoso mantenimiento del templo, de las sacerdotisas y del resto del personal, fue propiciando el pago de los servicios por parte de los adeptos que acudían al templo a rendir culto a la diosa a través de las relaciones carnales con las sacerdotisas, las cuales cumplían su cometido de manera rápida y dentro de un horario y tarifas prefijadas de antemano.
Algunos autores como Herodoto, Diodoro Sículo o Luciano, describen en sus obras todos estos ritos de una manera bastante detallada. La Biblia hace referencia en varios pasajes y de manera más general, a estos “actos de abominación realizados por las cananitas adoradoras de una diosa lasciva babilónica”. En el Éxodo (34, 14-16) se dice: “No hagas pacto con los moradores de aquella tierra, no sea que cuando se prostituyan tras sus dioses y les ofrezcan sacrificios te inviten a ti y tú comas de sus sacrificios, y no sea que tomes sus hijas para tus hijos y que al prostituirse sus hijas tras sus dioses hagan también que tus hijos se prostituyan tras los dioses de ellas”.
Sabemos que en Grecia se practicaron este tipo de ritos de fertilidad en algunos templos concretos de Afrodita, aunque no fueron nunca tan habituales o numerosos como en las culturas orientales. No obstante también hay datos y documentos literarios que reflejan la entrega o donación a algunos templos de prostitutas como agradecimiento por favores concedidos por los dioses.
Reverso de espejo con escena erótica.
Por otra parte, la sociedad de los dioses en el mundo clásico es, en gran medida, reflejo directo de la sociedad humana y, por ende, están sometidos tanto a las leyes físicas de la naturaleza como a las morales o éticas, así que, de manera más o menos directa, los actos acometidos por los dioses justificaban en gran medida los actos (y desmanes) de los mortales que, eso sí, procuraban mantener de su parte a los inmortales por medio de sacrificios, ya fueran cruentos o incruentos, y demás rituales festivos al efecto. De todos son conocidas las historias mitológicas del panteón clásico, así que es fácil recordar la gran cantidad de violaciones, incestos, raptos, sodomías, zoofilias y demás asuntos pasionales que, hoy día, nos pondrían los pelos de punta.
La liberalidad en las costumbres que se deja entrever en lo expuesto con relación al tema del sexo, puede constatarse de modo paradigmático, si damos un paseo por las esculturas y pinturas murales de la ciudad de Pompeya. En ellas se representa una variada gama de escenas y posturas sexuales con parejas y tríos, particularmente en el famoso y turístico lupanar pompeyano, lugar perfectamente organizado por categorías sociales en dos pisos: debajo la plebe y encima, con acceso por una discreta escalera exterior, la clase alta, con habitaciones acondicionadas y decoradas de acuerdo a su status.
Se aprecia, además, una actitud moral alegre y desenfadada en algunas de estas escenas, e incluso jocosa, un poco al estilo de los papiros eróticos egipcios, lo que denota una libertad no contaminada o, al menos, no matizada por normas más o menos rígidas e impuestas que no sean las propias de la naturaleza, como quedó dicho.
Todo ello se repite no solo en este lupanar, sino también en los jardines, salones, baños y dormitorios de muchas casas privadas. Si bien es cierto que en los casos concretos de representaciones como la de Príapo, sigue manteniéndose muy clara su vinculación de carácter mágico-religioso con el asunto de la fertilidad. Éste dios de origen griego, de carácter menor pero con un falo de mayor cuantía, simbolizaba la prodigalidad de la naturaleza en todos sus ámbitos. Sus iconos propiciaban abundantes cosechas y en determinado momento fue el encargado de proteger contra el mal de ojo en particular y otros males en general. Ya en Egipto vimos el amenazante falo de Min asociado con la protección de personas y bienes. Con Príapo continúa esta tradición que evolucionará en sociedades posteriores, incluida la medieval, en forma de amuletos apotropaicos de carácter mágico y profiláctico del tipo de la figa, cuyo origen se remonta también al país de los faraones.
Escena erótica en una pintura mural que adorna uno de los lupanares de Pompeya (Italia).
Otro de los aspectos a considerar en el mundo clásico, con respecto al objeto de estas páginas, es el religioso y su organigrama funcional en relación con la sociedad. Los sacerdotes siempre fueron los encargados de regular los pertinentes rituales en forma y cantidad y, sobre todo, el de ejercer la función de intermediarios entre los dioses y los hombres, de manera que cualquier tipo de comunicación siempre se realizaba a través de ellos. Así pues, los sacerdotes comunican a los humanos las palabras de los dioses, sus deseos o mandatos, necesidades, etc., lo cual tiene siempre el peligro inmediato de que estos mensajes divinos sean solo los mensajes de los sacerdotes y sus intereses directos. Evidentemente no siempre era así, pero lo cierto es que este papel de puente con la divinidad coloca a la casta sacerdotal en un nivel dominante que procurará mantener siempre.
Entre las muchas obligaciones que tiene el sacerdote, está la de confeccionar los rituales que conllevan, en términos generales, el uso de fórmulas verbales (oraciones, salmodias) que se recitan en los distintos oficios religiosos. Estas fórmulas, que solo pueden ser utilizadas por la casta sacerdotal, podrían ser consideradas como mágicas en tanto en cuanto pretenden forzar de alguna manera las leyes naturales o, al menos, que éstas sean propicias por intervención de los propios dioses, a los que se va a pedir que actúen en determinada forma de acuerdo con las necesidades humanas. Hay cantidad de textos en la literatura clásica (Horacio, Lucano, Ovidio, Apuleyo, Diodoro de Sicilia, Teócrito, entre otros muchos), llenos de conjuros y fórmulas para conseguir determinados beneficios. No es necesario ya recordar los Textos de las Pirámides o el Libro de los Muertos egipcio, que son precisamente eso.
Pintura mura hallada en la entrada de la Casa de Vetti, en Pompeya, en la que se representa al dios Príapo como protector de la vivienda y sus ocupantes.
Entre los rituales apuntados más arriba, podemos incluir las fiestas, celebraciones, romerías y procesiones que sirven como homenaje, conmemoración y acción de gracias a las distintas deidades por los favores concedidos o por conceder: por una buena cosecha, por la fertilidad de los campos, los ganados, etc. Los calendarios de todas las culturas están llenos de fiestas y eventos dedicados o especializados en un fin o una deidad determinada. Ya hemos visto como los panteones de todas las religiones rebosan de dioses menores con cometidos particulares de protección y consecución de intereses generales o particulares. Así por ejemplo, en Roma se usaba la magia para provocar, a través del dios correspondiente, la lluvia, o evitar el granizo, calmar los vientos y otras muchas cosas, aunque eso sí, todo dentro de los cauces de una religiosidad oficial y positiva ejercida, no solo por los sacerdotes, sino también por un amplio colectivo de augures, arúspices y demás adivinos.
Al mismo tiempo los sacerdotes, desde tiempos remotos, han sido también los encargados de prescribir los remedios, fórmulas mágicas y múltiples brebajes, que luego eran administrados a los enfermos para su curación. Es decir, ejercían de médicos, entre otras cosas porque tenían acceso directo con la divinidad y, por otro lado, sabían más que la plebe de estos y otros muchos asuntos. Estamos aquí hablando de magia positiva, pero hay una magia negativa o negra, para entendernos, ejercida por personas ajenas al estamento sacerdotal, conocedoras de las virtudes y propiedades de las plantas, tradición cultural que, quizá, venga de los tiempos remotos de la Diosa Madre Tierra en los que las mujeres las recolectaban y su experiencia devino en el conocimiento de discernir entre las que servían para un fin u otro y las que provocaban efectos buenos o malos.
Amuleto fálico procedente de Julióbriga (Cantabria). 1,5 x 2,85 x 0,62 cm. (Reproducción). Original en el Museo Regional de Prehistoria y Arqueología de Santander, Cantabria (España).
Se trata de los residuos culturales del matriarcado ancestral y el patriarcado presente ya en el mundo clásico. Diosas femeninas telúricas y dioses masculinos celestes. Diosas que se identificaban con la noche, la luna, la oscuridad, lo negro, la serpiente y los animales nocturnos en general, y dioses que brillaban con la luz del sol y que tenían su morada en lo alto. Curiosamente, en siglos muy posteriores, solo habrá brujas en sociedades con antecedentes matriarcales sustituidos por estructuras patriarcales.
Se empieza a producir en este momento el enfrentamiento entre las castas sacerdotales y las personas que, por causas sociales, culturales y económicas, -por no mencionar los aviesos fines de algunos de estos conjuros que los sacerdotes no podían realizar-, les hacían la competencia.
Amuleto fálico romano con un falo en un extremo y una higa en el otro. 4,7 x 7 x 1. (Reproducción).Original en el Museo de Jaén. Procedente de la Guardia, (Jaén).
En el mundo clásico la magia y la hechicería tuvieron incluso diosas protectoras. Tal es el caso de Diana, adorada también bajo el nombre de Hécate; o Proserpina, señora de los infiernos; o Selene, la luna. En cualquier caso no hay relación alguna con la fertilidad o fecundidad al estilo de la ancestral diosa, sino más bien con aspectos más específicamente sexuales. Diana, hija de Júpiter y Latona, fue provista por su padre de arco y flechas y nombrada reina de los bosques. La acompañaban sesenta ninfas llamadas Oceánides y otras veinte llamadas Asias, a las cuales Júpiter exigió una castidad inviolable. Medea y Circe eran consideradas como las grandes hechiceras. Medea, hija de Hécate, fue tenida por una gran maga gracias a los poderes y conocimientos acerca de las virtudes de las plantas que le había traspasado su madre; Circe, hija del Sol y de Perse, una de las Océanidas del séquito de Diana, fue también famosa por sus poderosos hechizos, hasta el punto, se decía, que podía hacer bajar las estrellas del cielo. Además era conocedora de venenos y conjuros, algunos de los cuales fueron experimentados en propia carne por Ulises y sus compañeros, luego salvados gracias a la intervención de Mercurio.
Amuleto fálico romano (5,2 x 2,85 x 0,62 cm.) (Reproducción). Original en el Museo Arqueológico de Tarragona (España).
Parece ser que en Tesalia era donde más brujos y hechiceros había. Manejaban libros de conjuros mágicos; se trasformaban en animales para ejercer su poder sobre la naturaleza; convocaban a los dioses menores para obligarles, bajo amenazas, a ponerse a su servicio apelando al imperativo de otros dioses mayores; fabricaban, con refinados rituales, sustancias, filtros y preparaciones que luego administraban a su particular clientela, a quienes también prescribían el uso de amuletos fabricados entre conjuros y ensalmos para proteger de maleficios al portador.
Entre los muchos objetos curiosos preparados o fabricados con la intención de conseguir determinados beneficios a sus solicitantes, se encuentran las pequeñas plaquitas, normalmente de plomo, en las que se grababan con un punzón conjuros y maldiciones, los cuales tenían la propiedad de anular los recursos del destinatario a fin de que no pudiera defenderse. El texto se escribía al tiempo que se practicaba un complicado ritual mágico para potenciar el deseo del solicitante, y además se procuraba entorpecer la comprensión del texto mediante escritura en espejo o, incluso, ocultando palabras o letras, ya que era preciso que el deseo expresado en la tablilla quedara oculto a cualquier mirada. Luego las plaquitas tenían que ser depositadas en una tumba para que un determinado difunto, muerto de forma accidental o antes de su edad natural, se implicara en la consecución del fin deseado a cambio de su descanso eterno. Otras veces se arrojaban a los ríos o se enterraban bajo las casas, si se trataba de protegerlas, o de cualquier otro sitio relacionado con el destino o destinatario del conjuro. Casi siempre, en estos casos, se solían clavar sobre el lugar escogido para asegurar un efecto duradero y, eventualmente, infligir un daño mayor a la víctima. En cualquier caso, la operación debía ser realizada por manos profesionales para no comprometer el éxito.
Tablilla de maldición en plomo conteniendo un conjuro mágico de tipo protector, muy habitual en todo el mundo romano. (Reproducción).
En cuanto a los fines perseguidos se han encontrado plaquitas de todo tipo. Las hay para proteger la casa, las tierras, para conseguir o mejorar aspectos económicos y todo tipo de beneficios, para procurar la indefensión de la parte contraria en los juicios, para vencer en los juegos del estadio y, por supuesto, los relacionados con asuntos amorosos y sexuales, que es donde queremos llegar.
Los filtros de amor, tal vez los más solicitados a las brujas y hechiceras, también eran preparados mientras se recitaban conjuros. Servían tanto para conseguir a un marido o mujer, como para retenerlos en caso de desafección. Y lo mismo para conseguir la fertilidad necesaria para tener hijos, cosa que, además, se acompañaba normalmente de amuletos fálicos, como el ya mencionado de la higa y otros, fabricados a tal fin. Había una verdadera industria dedicada a la venta de estos solicitados productos.
Todo ello tendrá continuidad posterior en la sociedad medieval, en la que el estamento clerical reaccionará ante la competencia, como cabría esperar. De todas formas es necesario considerar el hecho de que, con su magia, cubrieron en gran medida la necesidad de esperanza de la gente para controlar todas aquellas circunstancias que escapaban a su entendimiento.
Pintura mural de la Casa de los Misterios de Pompeya en la que se representa una bacante.
2 comentarios.
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