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06 El Cristianismo

Sanguesa Iglesia de Santa Maria la Real relieve sobre la portada Escena biblica del pecado de Adan y Eva en el Paraiso

Sangüesa. Iglesia de Santa María la Real: relieve sobre la portada. Escena bíblica del pecado de Adán y Eva en el Paraíso.

 

En lo relacionado con la iconografía sexual en particular, la historia de las manifestaciones artísticas y religiosas de la humanidad nos muestra con cierta claridad que existe una relación directa entre las imágenes producidas por una determinada cultura y sus formas de vivir, pensar y actuar, o dicho de otro modo, que las manifestaciones plásticas son un reflejo del carácter general de toda cultura y de cómo ésta juzga los hechos en relación con las nociones de “bueno” ó “malo” y, por lo tanto, qué tintes de tipo moral o ético aplica a determinados conceptos o actitudes en la vida cotidiana de los ciudadanos.

De aquí pueden deducirse, por lógica, una serie de normas y leyes que han fijado la forma de actuar de los miembros de cualquier sociedad. Y al revés, de un determinado corpus legal también podemos deducir como vive y piensa un determinado grupo social y explicar en gran medida sus manifestaciones plásticas. Me cuido mucho de no proyectar el concepto de “estética” sobre determinados conjuntos culturales icónicos porque, en muchos casos, no era el afán artístico la causa más importante de su producción. Antes había otras necesidades más inmediatas como era dotar al objeto iconográfico de un contenido que produjera beneficios con su uso: algunos eran de carácter mágico, como es el caso de la fabricación de la gran mayoría de amuletos protectores del tipo de la figa y similares, o de muchas pinturas rupestres desde el Paleolítico, representando vulvas o figuras femeninas de carácter propiciatorio de la fertilidad, por no hablar de las representaciones de algunos animales cuya caza sería más fácil gracias a ellas, si podemos dar por válida esta teoría; otros serán de tipo religioso o ritual y relacionados con la representación del panteón de dioses o personajes relacionados con funciones protectoras o ejemplificantes.

Incluso algunos cánones iconográficos están sujetos a formas y medidas de carácter sagrado y no llegan a surtir los efectos deseados si no se atienen a ellas. Recordemos, por ejemplo, las medidas rituales empleadas en la construcción de los templos de casi todas las religiones, incluida la cristiana, en cuya Biblia (Ezequiel 40, 1-49), se especifican con todo detalle: El profeta es llevado por Yahvéh a un monte sobre el que había una ciudad. Allí, un hombre como de bronce y provisto de cuerda y vara de medir, insta a Daniel a tomar nota de todas las medidas de los distintos edificios para que luego pueda emplearlas en Jerusalén. Daniel pretendía, como vemos, aplicar reformas urbanísticas en la ciudad santa y se erige sin quererlo, si no se me escapa algún caso anterior, como pionero en eso imponer su santa voluntad a los demás con la excusa, o argumento incuestionable, de una aparatosa o milagrosa revelación.

 

Isis y Horu

Isis y Horus, madre e hijo, en una pintura mural del templo de El Derr (Alto Egipto), consagrado por Ramsés II a Amón-Re, Re Aractes y Ptah. La estructura familiar de la divinidad es clave como modelo socio-religioso, y se mantendrá en todas las religiones, incluida la nuestra.

 

Imagen de la Virgen con Niño que se conserva en la iglesia de Santa Maria de Iguacel

Imagen de la Virgen con Niño que se conserva en la iglesia de Santa María de Iguacel (Huesca). Características estéticas al margen, desde el punto de vista conceptual no hay mucha distancia con respecto a la iconografía egipcia.

 

Lo mismo sucede con la estatuaria egipcia o la pintura mural de los templos que forman habitualmente parte del conjunto de las “palabras de dios” o jeroglíficos, los cuales no son más que la cristalización de toda una cultura de expresión, a través de la imagen, de ideas y conceptos que subyacen en el inconsciente colectivo de todas las civilizaciones desde el comienzo, cuando, se puede sospechar, la comunicación entre los miembros del clan era muy elemental o primaria y los iconos y el lenguaje gestual servían sobradamente para ese fin. Es posible deducir que con el aumento paulatino de la capacidad cerebral e intelectual, aumentara proporcionalmente la expresividad, variedad y matices en la comunicación verbal humana, seguramente posterior a la expresión icónica.

La comunicación a través de imágenes, algo que se remonta a los principios, como quedó dicho, fue adquiriendo con el paso del tiempo la posibilidad de transmitir conceptos y símbolos cada vez más sofisticados, es decir, fácilmente comprensibles de un solo golpe de vista, y por eso mismo muy difíciles de olvidar. Algunos iconos sobreviven en todas las culturas por su cualidad de ser entendidos intuitivamente y, cuando es así, su imagen física permanece gravada en el subconsciente, casi siempre unida a su primitivo contenido conceptual, si bien éste suele evolucionar con cierta facilidad, lo cual, a su vez, posibilita la supervivencia de los patrones iconográficos en culturas y civilizaciones sucesivas, como veremos. No es de extrañar, por lo tanto, que el cristianismo tuviera que hacer la vista gorda en muchas ocasiones y asimilar y aceptar no solo muchos patrones iconográficos paganos, sino también muchos rituales, e incluso literatura, que era imposible eliminar, habida cuenta de su profundo enraizamiento cultural.

 

Canecillos y metopas del tejaroz de portada de la iglesia Colegiata de San Pedro en la localidad cantabra de Cervatos

Canecillos y metopas del tejaroz de portada de la iglesia Colegiata de San Pedro en la localidad cántabra de Cervatos.

 

Todo esto es común a cualquier proceso de cambio religioso. Por lo tanto, para erradicar una determinada imagen de la mente de un colectivo al que se pretende atraer, se suele empezar reinterpretando el contenido semántico como paso imprescindible para su sustitución. Y aún así no está garantizado el éxito, como hemos podido comprobar en múltiples ocasiones y, particularmente, en el caso concreto del cristianismo con respecto a culturas anteriores.

 

Canecillos de Cervatos

Canecillos absidales de la iglesia colegiata de San Pedro en la localidad cántabra de Cervatos. La procacidad de las imágenes que podemos ver en muchas iglesias románicas de nuestra geografía no deja de asombrarnos a causa de nuestra moral contemporánea. Pero no siempre ha sido así.

 

Por otro lado la iconografía sexual mantiene desde el principio una línea constante de evolución en sus contenidos y es inútil aislarla en épocas puntuales con el ánimo de definirla simbólicamente, o pretender entenderla sin tener en cuenta todo el proceso. Se trata, así pues, no ya de interpretar su uso y ubicación en las iglesias románicas solamente, sino también de entender esa línea ininterrumpida que, a su vez, nos hará comprender de manera más completa el contenido cultural de un determinado icono y cómo se entendía esta imagen en aquella época, lo que nos facilitará también la comprensión amplia de la vida medieval, al menos en este aspecto.

Todo ello no impide el asombro, alegremente perverso, que nos producen las figuras mal llamadas eróticas, por más que lo sean, que podemos ver en una gran cantidad de iglesias románicas de nuestra geografía, tal vez el sitio más inadecuado para semejantes escenas, al menos desde el punto de vista de la moral actual.

Dicho esto y para explicar las razones que pueden justificar la existencia de esta iconografía tan “desvergonzada”, algunos expertos aluden a la (supuestamente) relajada moralidad reinante en el mundo medieval; otros a la dejación de esa misma moralidad a causa de la creencia popular de la inminente llegada del fin del mundo, cosa totalmente falsa porque tales especulaciones se produjeron con posterioridad a esta etapa histórica; otros, al característico ambiente, pretendidamente lúdico y tolerante, que teñía las costumbres de nuestros antepasados; hay quien afirma incluso que tales representaciones eróticas tenían que ver, básicamente, con trasgresiones jocosas de los maestros escultores y artesanos que participaban en la construcción de los templos y, en fin, no faltan quienes creen ver alguna relación entre dichas representaciones y algunas de las desviaciones doctrinales o herejías de la época, aunque es evidente que no podemos imputar tales imágenes, sobre todo si previamente son interpretadas como pecaminosas, a estos grupos heréticos que huían, casi por definición, de todo aquello que pudiera apartarles de una vida pura y rigurosamente ascética, obviamente por contraposición a la tendencia permanente de la Iglesia de ensuciarse las manos demasiado con los asuntos terrenales y políticos.

 

Monasterio de San Pedro Pareja besandose en un capitel del lado izquierdo de la portada en la localidad asturiana de Villanueva Cangas de Onis

Monasterio de San Pedro. (Parador Nacional). Pareja besándose en un capitel del lado izquierdo de la portada en la localidad asturiana de Villanueva (Cangas de Onís).

 

En esta tesitura andaban, por citar alguno de los casos más representativos, los valdenses, bogomilas y albigenses o cátaros. Éstos últimos en particular, y a modo de dato, accedían, dentro de sus estructuras organizativas y jerárquicas, al nivel de “perfectos” y “perfectas”, a través de una dura vida ascética y célibe. Nótese que las mujeres estaban totalmente equiparadas a los hombres en este asunto, y no es descabellado pensar que estas razones y la última en particular, fueran algunas de las claves de su éxito entre casi todas las capas sociales, al tiempo que les abocaba al anatema y excomunión1 por parte de la Iglesia, que no hacía sino defenderse. De hecho fueron acusados en su momento, entre otros, por el clérigo Raynaldus (siglo XIII) en una serie de escritos, de darse a los vicios y a la lujuria2, aunque la falta de documentos o pruebas fehacientes sobre el particular hacen poco creíble su discurso, no exento, además, de demagogia.

Tampoco podemos olvidar la cercanía ideológica de los valdenses con el movimiento de Francisco de Asís (también en entredicho en algunos momentos) que venía a predicar las mismas cosas, es decir, una vida de pobreza evangélica como reacción a las excesivas riquezas amasadas por la iglesia, aunque los “pobres de Cristo”, como se autodenominaban, tuvieron mejor suerte gracias a una serie de circunstancias socio-religiosas, que sería largo de explicar y al hecho de tener una línea doctrinal más adecuada a la mirada atenta de los doctores de Roma.

En resumidas cuentas, y en lo que se refiere a estos grupos, lejos de fomentar una vida relajada que luego podría reflejarse en las imágenes procaces de nuestras iglesias, lo que practicaban y predicaban era justo lo contrario. Dicho sea todo ello en términos muy generales, ya que el complicado asunto de las herejías no es el motivo de estas páginas.

Las verdaderas razones por las que esta iconografía se encuentra en nuestras iglesias son variadas, pero sobre todo hay que tener en cuenta que no hay nada espontáneo ni original en estas escenas, sino que se trata más bien de una evolución, en este caso de la idea religiosa y moral que se quiere comunicar al pueblo por medio de la tradición cultural de la imagen, máxime si nos atenemos al hecho de que el uso de la escritura y lectura estuvo durante siglos vedado al pueblo llano, destinatario principal de la doctrina, que ya estaba acostumbrado a captar conceptos o ideas sin dificultad a través de patrones icónicos.

En estas imágenes también se reflejan escenas de la vida cotidiana relacionadas con el sexo, algunas de las cuales servirán de ilustración para los distintos epígrafes de los Libros Penitenciales que veremos más adelante. Así pues, es necesario entender y conocer varios aspectos de la vida diaria de aquella sociedad para aproximarnos con cierta seguridad a los distintos iconos y escenas representadas en las iglesias medievales.

 

 

El Matrimonio

Conviene aclarar que en la Alta Edad Media el concepto de matrimonio tal como hoy lo entendemos no se conocía. El matrimonio se entendía más bien como un pacto o contrato que pretendía, sobre todo, salvaguardar o ampliar el patrimonio familiar. Por lo tanto los padres de los futuros esposos eran los que concertaban la unión, al margen de lo que pudieran opinar los contrayentes que, normalmente, no tenían nada que decir al respecto; a ello hay que añadir que rechazar el matrimonio por parte de alguno de los contrayentes constituía un auténtico escándalo, porque era como tratar de impedir a sus mayores realizar un buen negocio o interferir, en la mayoría de los casos, en una economía de supervivencia.

Este tipo de unión socioeconómica, valga la expresión, ya viene de antes como vimos, pero, por añadidura y a modo de ejemplo, la propia Biblia deja entrever en el Deuteronomio (5, 21) y dentro del Decálogo: “No desearás la mujer de tu prójimo, no codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo”. Es decir, no se habla de un precepto sexual solamente, sino ligado con la propiedad en general, en la que se incluye la mujer y a la que se valora como parte de esa propiedad. Por si no queda claro, en el Levítico (20, 8-21.) se insiste en consignar algunas trasgresiones particularmente graves, hasta el punto de ser alguna de ellas causa de muerte, como por ejemplo el adulterio y algunas modalidades de incesto (acostarse con la mujer del padre, con la nuera o con la propia madre).

 

Escena de coito en un canecillo sobre la portada de la iglesia parroquial de Omeñaca Soria

Escena en la que se representa un coito en un canecillo sobre la portada de la iglesia parroquial de Omeñaca (Soria).

Llegados al acuerdo entre los padres de los contrayentes, el novio entregaba las arras a la elegida, que era como firmar un contrato, y se comprometía a tomarla como esposa en un futuro próximo. Por costumbre se sellaba el pacto con un gran banquete3 en el que los padres solían hacer alarde de su poderío económico. Los invitados aprovechaban, a su vez, para cubrir sus necesidades alimenticias y lanzar gran profusión de bromas obscenas con la buena intención de estimular la libido de los futuros esposos, antesala de una prole lo más cuantiosa posible. Seguramente nos suena todo esto porque aun permanecen algunas de estas costumbres rituales en la sociedad actual, a pesar de que hayan perdido su sentido primitivo.

A partir de ese momento se vigilaba, habida cuenta de la delicada transacción que era el matrimonio, que ésta no se malograra por algún tipo de acto trasgresor o violento hacia la novia, que debía ser virgen, por supuesto, ya que esto garantizaba el compromiso, tanto desde el punto de vista social como religioso. Por lo tanto el rapto, la violación, el incesto y el adulterio, comunes a cualquier época, son considerados pecados básicamente para proteger no ya a la mujer, sino a la sociedad matrimonial, futura o presente, que ha de velar por los intereses patrimoniales.

 

Caballero despidiendose de la dama en un capitel del lado izquierdo de la portada del monasterio de San Pedro en la localidad de Villanueva Cangas de Onis Asturias

Caballero despidiéndose de la dama en un capitel del lado izquierdo de la portada del monasterio de San Pedro, en la localidad de Villanueva (Cangas de Onís, Asturias).

 

Esos patrones iconográficos que solemos ver en los capiteles románicos, en los que el caballero, camino de la guerra, se despide de la dama con afecto, no responden a una descripción romántica de la escena, sino más bien a una despedida del tipo “guarda bien la casa, las tierras, etc., y guárdate a ti misma hasta que yo vuelva”; no es necesario recordar que, por si acaso, era de uso corriente el cinturón de castidad provisto de un buen candado.4 Es decir, hablamos de “charitas coniugalis”, una mezcla de ternura y respeto promovidos desde los estamentos religiosos, que llevaba aparejada una “honesta copulatio” (Jonás de Orleáns, siglo IX), es decir una sexualidad controlada, no desbordada, o más bien reprimida, pero de acuerdo con los fines perseguidos, entre otros apagar fuegos pasionales y producir hijos, o sea, mano de obra tanto civil como militar, dicho sea no en sentido peyorativo, aunque esto no se diga habitualmente. Y ello con el ánimo de dulcificar, limar o encubrir las aristas propias de los aspectos crematísticos dentro del contrato matrimonial y posibilitar la bendición divina sin cargos de conciencia, que en esto la Iglesia siempre ha sido diligente. Todo lo cual dicho, en lo que se refiere al amor y en términos generales, para toda Europa, sin excluir, por supuesto, las pertinentes, numerosas y bien documentadas excepciones, sobre todo desde el punto de vista literario. En épocas posteriores cambiarán las cosas y el caballero se pondrá a disposición de la dama para todo y hará todo tipo de barbaridades y salvajadas para conquistarla, esta vez sí, impregnado del romanticismo propio del mal de amores.

 

Pareja haciendo el amor a punto de ser devorada por un monstruo infernal Cimacio del extremo izquierdo de la portada oeste de la iglesia parroquial de El Salvador en Cifuentes Guadalajara

Pareja haciendo el amor a punto de ser devorada por un monstruo infernal. Cimacio del extremo izquierdo de la portada oeste de la iglesia parroquial de El Salvador en Cifuentes (Guadalajara).

 

Por el contrario, el concepto de amor que se tenía entonces era más bien nulo, o mejor dicho, era entendido como deseo ardiente, pasión desenfrenada y siempre pecaminosa, descontrolada, aunque dentro del alcance de una normativa no escasa que, además, poco a poco, se vería incrementada notablemente. Así las cosas, con el marido o la mujer se tenía respeto, cariño, fidelidad y ternura (conceptos muy aplicables a la propiedad), pero con el amante respectivo, pasión, ardor y desenfreno, o sea transgresión, que es donde desembocan las relaciones sexuales pautadas por la casta batuta religiosa, aunque más placenteras por otro lado. Todo ello se constituye en una de las razones, junto a otras que veremos, que provocaron un mayor control de la moral y las costumbres del pueblo por parte del poder religioso, cada vez más fuerte, por cierto. Y, lógicamente, el lugar más próximo y seguro donde acudir para establecer y fijar normas era la Biblia.

 

 

La Biblia

La Biblia recoge una regulación básica a este respecto, y no es más que un reflejo de esta política moralizante de tintes socioeconómicos propios de la cultura de su época, pero que perduró durante siglos. Así pues, es el punto de partida para un corpus que llegará hasta los Libros Penitenciales, que a su vez fueron engrosados a lo largo del tiempo por los distintos concilios, Padres de la Iglesia y demás avatares doctrinales.

En muchos de los libros bíblicos se especifica de manera clara esta normativa, pero de manera más puntual, y en lo que se refiere a la unión conyugal, en el Levítico (18, 1-30). Se empieza avisando sobre la prohibición de seguir las costumbres de los egipcios y de los cananeos, puntos culturales de salida y llegada del pueblo hebreo, para luego centrarse directamente en las transgresiones incestuosas: “Ninguno se acerque a una consanguínea suya para descubrir su desnudez”; ni la del padre o la madre; o de la mujer del padre; o de la hermana nacida en casa o fuera de ella; o de la hija de tu hijo o de tu hija, y así sucesivamente hasta acabar con cualquier posibilidad familiar que pueda considerarse incesto, un pecado que lo es, entre otras cosas, por la posibilidad de crear divisiones que podrían debilitar a los distintos clanes en un momento crítico de supervivencia constatable en aquel contexto.

 

Pareja en actitud amorosa en un canecillo absidal de la cabecera del monasterio de San Pedro en la localidad asturiana de Villanueva Cangas de Onis

Pareja en actitud amorosa en un canecillo absidal de la cabecera del monasterio de San Pedro, en la localidad asturiana de Villanueva (Cangas de Onís).

 

Luego continúa con otra casuística producida por las características de las estructuras y usos sociales cotidianos: “No tomarás a una mujer juntamente con su hermana, haciéndola rival de ella y descubriendo su desnudez mientras viva la primera”; “tampoco te acercarás a una mujer durante su impureza menstrual para descubrir su desnudez”, pues esto era considerado como estado odioso a los ojos de Yahveh; “no te acostarás con varón como con mujer, es abominación”, en clara alusión a las uniones homosexuales, que al no estar encaminadas a la procreación y por lo tanto no cumplir con la función específica para la que habían sido creadas por Yahvéh, eran consideradas contra natura y por lo tanto rechazables; “no te unirás con bestia haciéndote impuro por ella”; “la mujer no se pondrá ante una bestia para unirse con ella, es una infamia”.

 

Canecillos con una pareja de amantes y un personaje exhibicionista en la iglesia parroquial de San Juan en la localidad asturiana de Amandi Villaviciosa

Canecillos con una pareja de amantes y un personaje exhibicionista en la iglesia parroquial de San Juan, en la localidad asturiana de Amandi (Villaviciosa).

 

Se condena también el adulterio, como se dice en el salmo 73, 27: “Los que se alejan de ti perecerán, aniquilarás a todos los que te son adúlteros”, aunque en este caso se refiere más bien a los que se apartan de la doctrina y adoran ídolos paganos. Hay muchas referencias (Oseas 1, 2, por ejemplo) en las que Yahvéh considera su preferencia por el pueblo hebreo como una unión conyugal con todas sus características y cuando se habla de prostitución o de adulterio, se habla del abandono de la fidelidad hacia Yahvéh para adorar a los dioses de otros pueblos ajenos. No obstante, se da por sentado que el adulterio y la prostitución son pecados.

También en los Proverbios (2, 16) se dice: “La sabiduría te aparta de la mujer ajena, de la extraña de dulces palabras”, o sea, la mujer del prójimo; o en 5, 15: “Bebe del agua de tu aljibe, la que brota de tu pozo”, o lo que es lo mismo, la mujer propia.

La prostitución tampoco escapa a la normativa, como vemos en Amós (2, 7): “El hijo y el padre acuden a la misma moza para profanar mi Santo Nombre”, aunque en este caso el texto se refiera más bien a las esclavas domésticas que eran corrientes en las estructuras familiares y de alguna manera refiriéndose también a la prostitución sagrada habitual en otros pueblos de las zonas por las que transcurrió el éxodo, como los cananeos, de los que también habla el profeta Oseas, o Miqueas (1, 7) refiriéndose a Samaria con terribles palabras:”Todos tus ídolos serán machacados, todos tus dioses quemados al fuego, todas tus imágenes las dejaré en desolación, porque han sido amontonadas como don de prostituta y a don de prostituta tornarán”; y lo mismo en el libro de los Jueces (2, 17) refiriéndose al pueblo de Israel: “Se prostituyeron siguiendo a otros dioses y se postraron ante ellos. Se desviaron muy pronto del camino que habían seguido sus padres”.

 

Pareja practicando el coito en un canecillo del tejaroz sobre la portada de la Colegiata de San Pedro en la localidad cantabra de Cervatos

Pareja practicando el coito en un canecillo del tejaroz sobre la portada de la Colegiata de San Pedro, en la localidad cántabra de Cervatos.

 

No obstante en los evangelios encontraremos algunos casos particulares (Juan 7, 53), como aquel en el que Jesús perdona a una prostituta, sorprendida in fraganti, que le habían llevado los fariseos para ser lapidada según la ley de Moisés, aunque luego la recomienda no volver a pecar.

Otro de los problemas que inciden sobre la regulación circunstancial en la vida conyugal, y más concretamente sobre el pecado de la lujuria, es el problema demográfico, con características particulares y propias del momento.

 

Calendario en San Isidoro de Leon

Calendario en una pintura mural del Panteón de los Reyes de la colegiata de San Isidoro de León. Las labores agrícolas y ganaderas se van sistematizando en los territorios ocupados, lo que propicia una gran estabilidad favorecedora, a su vez, de una mayor tasa demográfica, pero también de una presencia más intensa de las viejas costumbres paganas relacionadas con los ritos y fiestas de la fertilidad.

 

En los comienzos de la Alta Edad Media, grandes territorios han sido ya colonizados y ocupados por grupos sociales mayoritariamente dedicados a la agricultura y ganadería como medio básico de subsistencia. Poco a poco los entramados sociales se van consolidando con la intervención del poder político y sobre todo religioso. Al principio las poblaciones son relativamente pequeñas pero, paulatinamente, la necesidad de mano de obra, tanto civil como militar, es decir, tanto para cultivar la tierra como para atender las necesidades de la recuperación del territorio ocupado por los musulmanes, incrementan de modo sustancial los índices demográficos.

La moral cotidiana en lo referente al sexo, podría ser calificada como natural en estos grupos, es decir, exenta de preocupaciones o remordimientos específicos y menos aun de cualquier sentimiento auto represivo. Entre otras razones porque sus tradiciones, básica y ancestralmente paganas, no solo reflejaban un primitivo culto a la fertilidad, que aun hoy pervive en forma de fiestas estacionales directamente relacionadas con la antedicha fecundidad agraria y humana, sino que tampoco tenían un concepto preciso o una preocupación excesiva con respecto al pecado, especialmente del sexual.

Es de suponer que ante las acuciantes necesidades demográficas, que conllevan una actividad sexual mayor, se incrementa también la necesidad, por parte del clero, de controlar la dirección de los acontecimientos hacia el asunto práctico de la procreación siguiendo, por supuesto, las indicaciones bíblicas de las que se desprende que una cosa es buena si cumple las funciones para las que ha sido creada. Es decir, el sexo ha sido creado para la perpetuación de las especies y, por lo tanto, cualquier uso que se haga de él que no vaya encaminado en esa dirección, es malo.5 Así que, para evitar malentendidos, no hubo más remedio que definir y delimitar todas las prácticas habituales no encaminadas a la reproducción y establecer, además de esta nómina, la correspondiente relación de penitencias ateniéndose a la gravedad de la transgresión.

 

Los pecados, las penitencias y el infierno

 

El infierno suele representarse como una gran cabeza de fauces monstruosas que devora sin piedad a los pecadores Timpano de la iglesia de Santiago en Sanguesa Navarra

El infierno suele representarse como una gran cabeza de fauces monstruosas que devora sin piedad a los pecadores. Tímpano de la iglesia de Santiago en Sangüesa (Navarra).

 

Hasta entonces, en la iglesia primitiva, el espinoso tema de la penitencia había sido un auténtico problema, sobre todo porque el cristiano tenía que mantener siempre su estado de limpieza moral adquirido con el sacramento del bautismo. Así que el feligrés que cometía un pecado grave, si quería obtener un hipotético perdón, era expulsado prácticamente de la sociedad, ya que se le privaba de sus bienes e incluso de su familia, pues podía ser desterrado y verse obligado a engrosar las largas filas de penitentes hasta el final de sus días, lo que le empujaba vivir permanentemente de la mendicidad o, lo que es lo mismo, de la caridad del prójimo, a pesar de todo lo cual ya tenía muy comprometida su salvación eterna. Todo ello se agravaba porque el acceso al sacramento de la penitencia era de carácter público y se llevaba a cabo una sola vez en la vida.

Este sistema tan riguroso no convenía, como es lógico pensar, a ningún grupo social, entre otras cosas porque fragmentaba peligrosamente la cohesión socio-familiar, e indirectamente empujaba a pecar sin medida ni remordimientos de ningún tipo, con toda tranquilidad y, ya al final de la vida, o en trance de muerte inminente, el pecador se confesaba, era absuelto y se le imponía una penitencia que, en cualquier caso, aunque fuera abusiva, ya no tenía la más mínima importancia. Todo este estado de cosas degeneró en excesos en la comisión de todo tipo de trasgresiones, lo que obligó al clero a poner freno y mesura en la vida de los parroquianos y a gestionar y regular todas las modalidades de pecados, y no solo el de la lujuria, aunque éste último tuvo especial atención, como veremos.

Para forzar en lo posible la aceptación de semejante estado de cosas por parte del pueblo, se utilizó el miedo al infierno entre otros muchos miedos: Todo aquel que muriera accidentalmente en pecado, es decir, sin haberse confesado, ardería en el fuego toda la eternidad. El clero ya se había ocupado con dedicación a pintar, con dramáticos colores, todo tipo de castigos y demonios que hacían flotar amenazantes sobre la débil mente del parroquiano, íntimamente aterrorizado con semejantes perspectivas.

 

Infierno en Barrio de Santa Maria

Múltiples y variados tormentos para los pecadores en el infierno, como se puede ver en esta pintura mural del presbiterio de la ermita de Santa Olalla, en la localidad palentina de Barrio de Santa María.

 

Histórica y culturalmente, el infierno había tenido muchos ingredientes procedentes de otras culturas, así que era más bien un lugar indefinido y confuso, teñido incluso con matices folclóricos en muchas regiones. Pero desde finales del siglo X y comienzos del XI, se convierte en el lugar más conocido y temido de la cristiandad. Desde los púlpitos se describen sus penas y tormentos, los monjes meditan permanentemente sobre el escatológico lugar y, en algunos casos famosos, incluso se narran visitas particulares, en persona, de clérigos a los que, por la gracia de Dios obviamente, se permite el acceso al lugar, básicamente para dar fe de que los horrores y castigos que allí se practican son tan terribles como ciertos. Tal es el caso, entre otros muchos, del monje benedictino Alberico de Settefrati (1130), el cual fue transportado por una paloma a las puertas del infierno donde San Pedro, acompañado por dos ángeles, actuó de guía a lo largo de la hedionda caverna. Allí fue viendo en distintos parajes como se castigaba a los condenados: A los fornicadores se les torturaba en un valle gélido; a las mujeres lujuriosas, sobre todo las que se negaron a amamantar a sus bebés, eran colgadas por los pechos que, al tiempo, eran mordidos por serpientes, imagen que ya se había convertido en estereotipo del pecado de la lujuria; las adúlteras eras colgadas por los pelos y quemadas; a los adúlteros que además no se han abstenido sexualmente el día del Señor, se les obliga a bajar por una escalera de hierro al rojo vivo hacia un estanque de pez hirviendo; a los tiranos y a las mujeres que abortan se les asa en hornos; a los homicidas se les arroja en un lago de fuego del color de la sangre; a los obispos que permiten ejercer a clérigos corruptos se les sumerge en calderas de pez, plomo, estaño y azufre hirviendo; los dragones, serpientes y otros animales infernales atacan indiscriminadamente a todo tipo de pecadores como ladrones, falsos testigos, perjuros, sacrílegos, mentirosos, y un largo etc.

En este tipo de narraciones se suele contar, por añadidura, que incluso se ha visto a algún vecino de determinada localidad, ya fallecido, siendo torturado por la legión demoníaca, todo lo cual enfatizaba el realismo de la escena y aumentaba la credibilidad del cristiano que sabía, por supuesto, que el tal fulano había sido en vida un desalmado y se lo tenía bien merecido.6

 

Escena del Juicio Final en los relieves del timpano de la iglesia de Santa Maria la Real de Sanguesa

Escena del Juicio Final en los relieves del tímpano de la iglesia de Santa María la Real de Sangüesa (Navarra). San Miguel pesa las almas en la balanza y decide su salvación o condenación eterna mientras el diablo trata de arrastrar consigo a los pecadores.

 

Como dejamos dicho, algunas de estas escenas y animales demoníacos suelen dejarse ver en multitud de canecillos y capiteles románicos, cuya presencia no hace más que testimoniar gráficamente la doctrina que se impartía al pueblo por parte del estamento clerical.

Por supuesto no todo el mundo llegó a creer ciegamente en la realidad del infierno. La inducida presencia de un infierno tan dramatizado y confuso en la conciencia colectiva del pueblo, comenzó rápidamente a ser matizada por los teólogos, molestos quizá por la falta de rigor descriptivo y exceso de superficial parafernalia, para convertirla en algo serio y creíble. No faltaron voces como la de San Bernardo 7, el cual llegó a insinuar que para infierno, el de esta vida, con cuyas tribulaciones, sufrimientos y penitencias el alma se purifica evitando así los tormentos eternos que vienen luego en la otra. Ello no le impide describir esos tormentos como estrictamente físicos, es decir, dirigidos exclusivamente a los sentidos, a los que se somete al frío, al fuego, a olores espantosos, horrendos sonidos, pavorosas visiones y todo ello en medio de la oscuridad, tal vez el único de carácter psicológico que menciona. Todo ello da lugar a un estado general, por lo que a la feligresía se refiere, de temor escatológico y de aceptación de las penas y fatigas que a uno le puedan venir en esta vida, como parte de un programa controlado de salvación eterna de enorme éxito, tanto que ha llegado hasta casi nuestros días.

 

 

Timpano de Santa Fe de Conques

Tímpano de la portada de la iglesia de la Abadía de Santa Fe en Conques (Francia). Demonios y pecadores de todo tipo se mezclan en el caos definitorio del infierno. La leyenda dice: “Los perversos están sumidos en el Tártaro, los injustos sufren tormento quemados por las llamas, rodeados de demonios tiemblan y gimen sin cesar. Los ladrones, mentirosos, tramposos, codiciosos, raptores y lujuriosos están todos condenados”.

 

Mientras tanto, el tipo de confesión pública vigente antes mencionada, tan canónica como inhumana, va trasformándose y evolucionando lentamente hasta convertirse en privada durante el siglo V, cuando comienzan a escucharse voces en favor de una confesión más llevadera, como es el caso de San Juan Crisóstomo de Antioquia (Siria, 347 – 407), patriarca de Constantinopla y considerado por la Iglesia Católica como uno de los Padres de la Iglesia de Oriente, que dice: “Si pecas por segunda vez, haz penitencia por segunda vez, y cuantas veces vuelvas a pecar ven a mí y yo te curaré”, lo que le costó ser acusado por sus contemporáneos de contravenir las normas eclesiásticas, pero dejó sembrada la semilla del cambio que terminó abriéndose camino en el árido terreno mental de la época.

 

Ilustracion de uno de los Concilios Toledanos del códice Albeldense que se guarda en el Monasterio de El Escorial Madrid

Ilustración de uno de los Concilios Toledanos del códice Albeldense que se guarda en el Monasterio de El Escorial (Madrid).

 

A partir del siglo VI la iglesia anglosajona va introduciendo en el resto de la cristiandad este nuevo modelo de penitencia en el que la confesión se realizaba en privado, tantas veces como fuera necesario y relativa a todo tipo de pecados, no solo los más graves como hasta entonces.

Como casi siempre, no faltaron voces contrarias a las nuevas costumbres que se estaban imponiendo. Esta vez fue en el III Concilio de Toledo que, convocado por Recaredo, se celebró el 8 de mayo de 589 y en cuyas actas se dice: “En algunas iglesias de España, los hombres hacen penitencia por sus pecados no según los cánones establecidos, sino de una forma censurable, de modo que cada vez que pecan le piden reconciliación al sacerdote. A fin de acabar con esta presunción abominable, este santo concilio establece que la penitencia sea dada según la forma canónica de los antiguos (canon 11)”. La desobediencia, según se especifica en las conclusiones, es castigada con la confiscación de la mitad de los bienes para la clase alta y, para la clase baja, la pérdida total de las propiedades y el destierro además de la excomunión temporal.

Pero este fue el último intento serio para mantener las cosas como estaban, porque a partir de ese momento, poco a poco, se va imponiendo el nuevo modelo que, a medida que se consolida y perfecciona, va necesitando, como es lógico, la elaboración de normas que regulen su práctica.

 

 

Penitencia estipulada

Habida cuenta de las necesidades de la época en el orden moral y social antes apuntadas, los primeros libros penitenciales comienzan a circular con normalidad a partir del siglo VIII y son, básicamente, una ayuda de primer orden para el confesor, que encuentra en ellos una nómina completa de pecados con sus correspondientes penitencias; y no menos para el creyente, que de esta manera ve más clara la justicia tanto divina como humana, por no mencionar el hecho de que con estas normas sabe a que atenerse con respecto a sus actos, como sucede con el derecho romano, uno de los antecedentes de los mencionados penitenciales.

 

Penitencial de las Glosas Silenses folio 135v Comienza el capitulo VIII De diversis fornicationibus

Penitencial de las Glosas Silenses (folio 135v). Comienza el capítulo VIII “De diversis fornicationibus”.

 

Este ordenamiento plasmado en los penitenciales rebaja considerablemente la presión ejercida sobre el pecador en etapas anteriores permitiéndole, sobre todo, acceder al sacramento de la penitencia de forma más relajada, entre otras razones, además de las ya expuestas, porque las penas pasaron de ser eternas a temporales, por muy abusivas que fueran, porque es justo reconocer que el fundamentalismo del clero en España gravó en muchos casos los castigos con una excesiva duración en comparación con otros penitenciales europeos. Con el tiempo, y básicamente por esta razón, se fue introduciendo la costumbre, sobre todo en las clases altas, de traspasar la sanción a terceras personas e, incluso, sustituir la pena por estipendios o encargos de misas, de manera que un pecado grave con varios años de mortificaciones podía quedar reducido a unos pocos días tan solo, lo que producía en el pueblo una cierta sensación de impunidad en beneficio de los pudientes, que no favoreció en nada el espíritu que se buscaba.

Una vez que la confesión se hace en privado y cuantas veces fuera preciso, la Iglesia va introduciendo poco a poco, y con el fin de consolidar la presencia del sacramento en la vida cotidiana, la obligatoriedad de confesar los pecados al menos dos o tres veces al año, sobre todo si el pecado es mortal.

 

La estructura del corpus básico de los penitenciales es siempre la misma, aunque es curioso observar en los distintos libros cómo algunos pecados desaparecen sustituidos por otros distintos, y ello debido a que se trata de una relación confeccionada sobre casos prácticos basados en las forma de vida de las distintas regiones del mapa cristiano, lo cual proporciona, en contrapartida, ciertas facilidades para estudiar los distintos grupos étnicos en lo referente a costumbres y usos que, en muchos casos, vienen a aclarar la dureza o flexibilidad de las reparaciones que se asignan a cada pecado.

 

Personaje itifalico Escultura Iberica siglo V a C encontrada en el Cerrillo Blanco Porcuna Jaen

Personaje itifálico. Escultura Ibérica del siglo V a. C. encontrada en el Cerrillo Blanco en Porcuna (Jaen).

 

El confesor se encarga de explicarle todo este listado de pecados y penitencias al creyente leyéndole, si es necesario, el propio libro penitencial, escrito normalmente en latín, pero con glosas marginales aclaratorias anotadas en el habla al uso que, en el caso del penitencial silense, empiezan a escribirse en un incipiente idioma popular, el “roman paladino en qual suele el pueblo fablar a su vecino”, es decir, los primeros pasos del español derivados del latín que poco a poco se iba deshaciendo y olvidando.

Uno de los últimos penitenciales ve la luz con esta intención a principios del siglo XI. Lo escribe Burchard de Works, obispo de esta localidad, aunque nacido en la villa de Hesse (Alemania) en el año 965. Su famoso “Decretum”, escrito entre 1008 y 1012 es un compendio de todo lo recogido anteriormente sobre el particular, como él mismo reconoce. El uso de la tradición moral y de los textos de las autoridades religiosas precedentes le sirven como justificación para legitimar su obra y, por si no fuera suficiente, adjudica directamente a Dios “todo lo útil y valioso que de sus páginas se pudiera extraer”. De esta forma evita cualquier discusión o controversia que pudieran generar sus textos. Lo cierto es que este penitencial, al ser uno de los últimos, contiene uno de los catálogos más amplios de pecados de entre todos los existentes, y refleja, sobre todo, algunas costumbres particulares de su zona de influencia

Pero como todas las cosas, también estos libros con penitencias estipuladas entraron en decadencia, sobre todo a causa de los abusos arriba consignados con respecto a la redención de las penas. Su abolición definitiva vino de la mano de Gregorio VII (1073 – 1085), aunque el espíritu de fondo y su uso siguió manteniéndose durante mucho tiempo.

 

Personaje itifalico en uno de los canecillos de iglesia parroquial de Tozalmoro Soria Ambos casos son comparables iconograficamente con la representacion del dios Min egipcio o el dios Annus y muy probablemente tambien con el contenido simbolico

Personaje itifálico en uno de los canecillos de iglesia parroquial de Tozalmoro (Soria). Ambos casos son comparables iconográficamente con la representación del dios Min egipcio o el dios Annus y, muy probablemente también, con el contenido simbólico.

 

Es también evidente que gran parte de la iconografía sexual representada en las iglesias románicas no es más que una reproducción ilustrativa de algunos de los pecados que se consignan en los libros penitenciales, y están para servir al creyente de recordatorio en lo que respecta a sus obligaciones morales y los castigos a los que puede verse expuesto si no sigue las normas. Por lo que ya hemos visto queda claro también que las antiguas, y paganas (para el cristianismo), tradiciones culturales icónicas relacionadas con la fertilidad agrícola, animal y humana, están detrás, en el inconsciente colectivo, de otra gran parte de la figuración escenificada en los templos, que sigue manteniéndose con la permisividad del clero ante la imposibilidad objetiva de erradicarla, habida cuenta de su milenaria tradición. Lo que hará el estamento religioso es empezar a modificar sutilmente su contenido simbólico sin cambiar el continente físico. Con ello conseguirá en un plazo relativamente aceptable, llegar a la meta perseguida, que no es otra que eliminar ciertas imágenes, como éstas de que hablamos, no solo de su soporte físico, como es el edificio religioso, sino también de la cabeza de los feligreses.

 

Notas

1  En la religión cristiana la excomunión significa la exclusión del creyente del sacramento de la Eucaristía, práctica que se inicia en el Concilio de Elvira, localidad hoy desaparecida cercana a Granada (de fecha dudosa, aunque se cree que pudo celebrarse entre el año 306 y el 324), donde se institucionaliza su aplicación para todos aquellos que se desvían de la ortodoxia doctrinal. Evidentemente es uno de los castigos más serios que pude recibir un cristiano porque se le separa temporalmente de la unión con Cristo y la Iglesia que le fue dada con el bautismo y los sacramentos. Solamente puede ser levantada la excomunión por el Papa, el obispo de la diócesis o, en caso de peligro de muerte inminente, por cualquier sacerdote.

La apostasía, la herejía o el cisma llevan aparejados de forma inmediata la excomunión (latae setentiae), porque se trata de delitos muy graves (canon 1364), así como también la violación del secreto de confesión por parte de los sacerdotes (canon 1388); lo mismo sucede con los que practican el aborto y sus cooperantes necesarios (canon 1398: “Quién procura el aborto, si éste de produce, incurre en excomunión “latae setentiae”).

En los casos de “ferendae sententiae”, en cambio, la imposición de la pena de excomunión va precedida de un proceso judicial incoado por el obispo ordinario cuando el acusado no responde a las amonestaciones pastorales, o las desprecia abiertamente (canon 1341). No obstante existen atenuantes, como la ignorancia invencible, o la falta de libertad (canon 1323). La pena nunca será levantada si previamente no hay arrepentimiento.

En lo que concierne al anatema hay que decir que se trata de un castigo aun más grave que la excomunión porque, si con aquella se apartaba al trasgresor de los sacramentos, con el anatema se le separa de la Iglesia totalmente, lo que además, conlleva la condenación eterna. El anatema es una maldición por medio de la cual se condena, en el Antiguo Testamento, al exterminio de personas o cosas que han sido malditas por Yahvéh.

Con respecto a lo que es un canon, para San Isidoro de Sevilla (Etimologías VI, 16-1) “canon significa regla porque se dirige rectamente y nunca lleva por otros derroteros”. A partir de la época de Constantino los obispos comienzan a reunirse para establecer las bases  de la doctrina por medio de los cánones. Lo hacen en el primer Concilio Ecuménico celebrado en Nicea en el año 325. En este Concilio se reúnen trescientos dieciocho obispos bajo el pontificado de San Silvestre y se establecen las condenas pertinentes contra el arrianismo. En los tres Concilios Ecuménicos posteriores (Constantinopla, 381; Éfeso, 431 y Calcedonia, 451) se establece el corpus principal de los cánones eclesiásticos.

 

2  Dice Raynaldus en sus Anales: “Conocido es que algunos grupos de herejes se llaman a sí mismos Perfectos y Hombres Buenos; otros se llaman Creyentes. Los primeros usan vestiduras negras pretendiendo falsamente ser castos, no comer carnes, huevos o queso y aparentan odiar la mentira a pesar de que lo hacen constantemente, sobre todo en lo concerniente a Dios. Los llamados Creyentes siguen las doctrinas de los primeros y practican asiduamente la usura, el pillaje, el homicidio, la lujuria y todos los demás vicios en general, porque creen que para ser salvados, estando en peligro de muerte, no hace falta arrepentirse, ni reparar los daños, ni hacer penitencia, sino que solo basta con rezar un Padre Nuestro y ser bendecidos por uno de sus maestros.

 

3  Un banquete se organizaba por muy diversos motivos, como sellar alianzas, establecer pactos o celebrar acontecimientos de carácter privado (como bautizos o casamientos). En cualquier caso, un casamiento se ajustaba perfectamente a todos estos supuestos. La finalidad secundaria del “convivia” era reforzar las relaciones sociales que se pretendían consolidar, además de anunciarlas como compromiso del cumplimiento de la unión que se pretendía establecer. Los festines solían volver a repetirse periódicamente, con el mismo fin, en todas las capas sociales, y no pocas veces sirvieron para reforzar alianzas ante la amenaza objetiva de otros grupos con distintos intereses, por no decir enemigos.

Era bastante normal que este tipo de eventos durara varios días según las disponibilidades económicas del convocante, aunque éste solía por norma no escatimar gastos. Como consecuencia de lo cual las borracheras se sucedían sin solución de continuidad casi desde el primer momento, así que no importaba demasiado lo que se comía, sobre todo porque al tratarse de actos sociales de larga duración, entre los distintos platos o manjares se solían intercalar diversas distracciones, dicho sea de manera eufemística, entre las que no faltaban juglares, músicos o incitantes bailarinas, las cuales no dejarán de tener incidencia, más o menos directa, en la iconografía, y por supuesto en los penitenciales que, como veremos, no permanecerán pasivos en este asunto.

 

4  A pesar de lo dicho se ha puesto en cuestión recientemente la fecha de aparición del cinturón de castidad, que parece ser invención renacentista más que medieval, según algunos autores, más piadosos con la población femenina que parecía haber sufrido antes que nadie el engorroso y represivo aparato.

 

5  Según la Torá (los cinco primeros libros de la Biblia) se establece el concepto genérico de que la eliminación, o no consideración, de las diferencias cualitativas es malo. Establecer diferencias para definir y delimitar especies, por el contrario, es bueno. De este patrón moral se establece que algo es malo cuando es impuro, es decir, tiene características comunes a especies, formas o cometidos diferentes. Por ejemplo, se dice en el Levítico (19, 19): “Guardad mis preceptos. No aparearás ganado tuyo de diversa especie. No siembres tu campo con dos clases distintas de grano. No uses ropa hecha con dos clases de tejidos”. O en el Deuteronomio 22, 9 – 11: “No sembrarás tu viña con semilla de dos clases. No ararás con un buey y una asna juntos. No vestirás ropa tejida la mitad con lana y la otra mitad con lino”. Según lo dicho “un ser humano no puede comportarse como mujer si es hombre, de la misma forma que no puede ponerse vestidos de mujer si es hombre, o vestidos de hombre si es mujer, ya que es abominación” (Deuteronomio 22, 5). Esto viene a sancionar directamente el asunto de la homosexualidad y el incesto, pues éste último pecado también supone la trasgresión de no establecer diferencias funcionales, ya que nadie puede ser a un tiempo amante y miembro de la misma familia.

 

6  El éxito del modelo de infierno que la Iglesia impone tiene una acogida notable, pues de una manera indirecta y subrepticia lo que propone es el castigo atroz a todos aquellos que no han sufrido penalidades en este mundo, ya sea porque han aprovechado y disfrutado de forma razonable su estancia en el mundo de los vivos, o porque no han llevado una vida de sacrificios de forma voluntaria o involuntaria. La Iglesia lo que le pide a los fieles es que se olviden de sí mismos, que sean humildes y que hagan penitencia por sus pecados. Si esta vida terrible no se ve gratificada con una pequeña venganza hacia los pecadores, que hacen justo lo contrario mientras pueden, no hubiera tenido la aceptación que tuvo este siniestro lugar. De esa vida frustrante nace ese odio inconsciente que se alegra, en el fondo, con la aniquilación del prójimo pecador, con la ventaja añadida de que esa sórdida alegría no supone ninguna carga en la conciencia, porque el que impone el criminal castigo es nada menos que Dios.

 

7  La idea de los Gnósticos con respecto al infierno es que éste se encuentra precisamente en la tierra y cada uno se enciende su propio fuego cuando no tiene a nadie que se lo encienda. En este tipo de grupos no existe la frustrante envidia que se produce habitualmente en muchas personas con la contemplación de la felicidad ajena, así que tampoco necesitan ningún tipo de contrapartida infernal en el “más allá”.

 

Hay sólo 1 comentario.

  1. Abram Lunderman dice:

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