ROMÁNICO
VIAJES
El tímpano del Juicio Final de la Abadía de Santa Fé de Conques
El Infierno es un lugar situado más allá de la muerte, lo mismo que el paraíso o el purgatorio en la religión cristiana. Los tres lugares responden a la necesidad de ubicar en algún sitio a las almas de los difuntos y con ello se viene a decir que con la muerte no se acaba todo. Es una manera de evitar el miedo instintivo a la muerte.
En todas las culturas existe desde siempre un lugar con características y funciones más o menos parecidas, es decir, donde las almas coexisten entre sombras y difusas nieblas, pero en cualquier caso, un lugar donde se continúa teniendo conciencia de la propia existencia, donde se sigue viviendo.
Como no hay experiencia física y objetiva de ese submundo, en casi todas las culturas y religiones se producen descripciones más o menos adaptadas a las necesidades de cada momento histórico o a la idiosincrasia de cada pueblo o etnia.
Al principio el Infierno era una simple y difusa estancia casi de carácter inmaterial pero con el tiempo, poco a poco, se fueron produciendo descripciones más concretas y dotando a ese espacio de características más físicas, aunque no por ello menos imaginativas.
La estructura primitiva del Infierno en el cristianismo abunda en descripciones aterrorizantes narradas sobre todo por clérigos visionarios que decían haber visitado el lugar, sobre todo para dar más verosimilitud a la narración.
Esta estructura infernal camina en paralelo con la justicia mundana, porque como de esta existen muchas dudas por parte del pueblo con respecto a su eficacia o a su objetividad, el Infierno impuesto por el cristianismo acentúa o subraya la contundencia y seriedad de la justicia divina, aunque luego no haya manera de explicar cómo un Dios tan pretendidamente bondadoso es tan implacable en el “Juicio Final”, ni tampoco la realidad del tremendo fracaso divino que se ve obligado a instaurar la “Institución Infernal” para achicharrar a una gran parte del género humano que él mismo ha creado, según se dice.
Una gran parte del éxito de este Infierno cristiano desde sus comienzos, es la necesidad que tienen los “buenos”, –que nunca suelen ser ricos, ni viciosos o pecadores–, de que los “malos”, –que son todas esas cosas y las disfrutan durante su vida sin tasa ni medida y con gran placer y, además, ajenos a la justicia humana–, se tengan que fastidiar en el “Juicio Final” sufriendo el castigo divino, también sin tasa ni medida.
Esa es la esperanza de los “buenos”, que al final, ya que en esta vida no se les ha hecho justicia, o al menos se les ha hecho deficientemente, sea la “justicia divina” la que ponga las cosas en su sitio. Una esperanza (virtud teologal) que asienta sus voluminosas y ciegas posaderas sobre el pecado de la envidia, que es, al final, el culpable del éxito de ese Infierno que, de esta manera, se ha tenido por necesario o imprescindible para tranquilidad de los buenos y fieles creyentes, y cuyas puertas son custodiadas celosamente por el clero administrativo, lo mismo que las del Paraíso o el Purgatorio.
El miedo al Infierno mantiene en sus posiciones, paralizadas de terror, a las mentes colonizadas por la religión, a los temerosos fieles creyentes, que no se atreven a pecar, o sea, a disfrutar de los placeres terrenales tan prohibidos siempre y, por lo tanto, controlados, e incluso, lo que es peor, auto controlados, que es mejor para el estamento clerical que así no tiene que trabajar tanto, sino tan solo limitarse a las labores de “mantenimiento” del “fuego eterno”, cosa que se solía hacer desde los púlpitos con teatrales y dramáticos sermones escatológicos.
Se le empieza a perder el respeto al Infierno cuando el concepto de “castigo físico” por falta de moralidad empieza a derivar hacia la noción de “sufrimiento psicológico” o angustia existencial, percepción propia de una sociedad que se hace cada vez más materialista y encuentra su castigo en el mundo de lo material, en su propio entorno y en su vida diaria, justo lo contrario que al principio.
Inconsciencia acostumbrada en el uso de los conceptos de “espiritual/alma” y “material/cuerpo” en el mundo antiguo y una conciencia mayor, en las sociedades modernas, en los más concretos y realistas enfoques de lo “físico” y lo “psíquico”. Todo ello provoca la desaparición del tradicional y brutal Infierno cristiano al mismo tiempo que va desapareciendo de las conciencias la sensación de “pecado” inducida por las prohibiciones de carácter “moral/religioso”, para fijarse más en todo lo relacionado con lo “civil”, que delimita más el área de su influencia sobre la defensa de los derechos y libertades individuales contra las agresiones exteriores, es decir, más centrado en razones éticas que religiosas.
Grabado de la Abadía de Santa Fe (1838).
Una de las representaciones más completas y realistas del Infierno cristiano, desde el punto de vista iconográfico, se encuentra en la Abadía de Santa Fé, en la localidad francesa de Conques (departamento del Aveyron), y más concretamente en el tímpano de la portada abierta en el hastial de poniente.
La vieja Abadía de Conques en la actualidad, donde se observa ya la presencia de las dos torres de poniente obra del siglo XIX.
Fundada por el abad Dadón en el año 1042 con el patrocinio de Carlomagno, la abadía de Santa Fé terminó de construirse a principios del siglo XII con planta de cruz latina. Las torres de la fachada fueron levantadas en el siglo XIX.
Hastial de poniente de la Abadía de Santa Fé donde se encuentra la portada con el tímpano.
La magnífica plaza de Conques, de gran sabor medieval, donde se ubica la Abadía.
Sobre la portada de la fachada oeste se encuentra el tímpano del “Juicio Final”, una obra maestra del románico europeo que, además, conserva abundantes restos de la policromía original, lo que supone un aliciente añadido para el visitante.
El tímpano está articulado en tres niveles superpuestos y ajustados conceptualmente a la doctrina oficial.
En el nivel superior se representa la morada divina desde donde una pareja de ángeles, situados en los extremos, anuncian con sus trompas el “Juicio”; en el centro otros dos ángeles sostienen la cruz, los clavos y la lanza, protagonistas en el Calvario. Un poco más abajo, en el nivel central, Cristo en Majestad señalando con su mano derecha a los justos y con su izquierda a los pecadores y condenados; en el nivel inferior, a la derecha para el espectador, las puertas del infierno tradicionalmente representada por las fauces abiertas de un terrible monstruo y en el lado contrario el Paraíso, la Jerusalén Celestial del Apocalipsis, con sus moradores.
En la parte superior de la cruz se puede leer “Jesús Nazareno rey de los judíos” aunque la inscripción original (IESUS NAZARENUS REX IODEORUM) está incompleta. En el madero transversal se lee SOL – LANCEA – CLAVI – LUNA en la primera línea y en la segunda: OC SIGNUM CRUCIS ERIT IN CELO CUM, es decir: “Esta señal de la cruz estará en el cielo”. Todo el conjunto iconográfico hace referencia literal al texto del evangelio de San Mateo (24, 29-31) cuando dice: «Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán en el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Él enviará a sus ángeles con sonora trompeta y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo del cielo hasta el otro».
En el extremo superior izquierdo el “ángel de sonora trompeta” en el acto de convocar a los elegidos desde su extremo del cielo.
En el centro del nivel intermedio Cristo en Majestad dentro del clípeo habitual de todas las representaciones del Pantocrátor románico. El ángel del lado izquierdo sobre la mano derecha de Cristo deja leer en su filacteria el «Venid benditos de mi Padre…» (Mateo 25, 34-37) y el de la derecha el «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno…». Las nubes envuelven el exterior del clípeo, elemento que suele estar presente en todas las teofanías bíblicas. En cambio las estrellas están dentro. Sobre la posición de las manos de Cristo hay demasiadas interpretaciones. Pocas aluden al hecho de que la derecha del personaje apunta al cielo, lugar de donde viene y al que va a llevar a sus elegidos, mientras que la izquierda apunta hacia la tierra y al lugar que tiene reservado a los pecadores y condenados.
Al lado derecho de Cristo se encuentra el cortejo de los justos enmarcados por orlas en las que se puede leer, en la parte superior: SANCTORUM CETUS STAT XPISTO IUDICE LETUS, es decir, “el grupo de los santos está alegre ante Cristo Juez” y en la parte inferior: SIC DATUR ELECTIS AD CELI GAUDIA VINCTIS GLORIA PAX REQUIES PERPETUUSQUE DIES, QUE SIGNIFICA “Así les son dados a los elegidos vencedores las alegrías del cielo, la paz y los días de eterno descanso”.
Abre la procesión de los justos la Virgen María seguida de San Pedro, primitivos patronos de la abadía, a los que sigue Dadón, fundador del primer eremitorio. Sujeta en su mato un bastón rematado en forma de “tau” griega, atributo de los maestros espirituales, signo de la sabiduría y, ocasionalmente, de los abades de los monasterios.
A continuación el abad con su báculo que coge de la mano al gran Carlomagno.
A continuación el abad de Santa Fe, con su báculo, coge de la mano al gran Carlomagno, patrocinador del templo, el cual sostiene su tradicional vara florida; y luego otros dos personajes portando una especie de relicario y un cofre que, a juzgar por la manera de sujetarlo, no tocando con las manos directamente el objeto, debe de tratarse de alguna reliquia importante destinada al altar de la iglesia; por último cuatro personajes ligeramente más pequeños completan la fila- Sobre todos ellos extienden sus alas algunos ángeles. Los que están sobre la Virgen María y San Pedro llevan además unas cartelas. En la de la Virgen se puede leer claramente UMILITAS, o sea, “humildad”, la de San Pedro está casi completamente desvanecida, aunque según muchos autores debería hacer alusión a la “constancia”. Sobre la cartera del abad se puede leer CARITAS y sobre la última nada porque está completamente borrada, aunque podría sospecharse cualquiera o ambas de las otras dos virtudes teologales, es decir, fe y esperanza, la primera directamente relacionada con la patrona definitiva de la abadía.
Los cuatro ángeles a la izquierda del Pantocrátor.
A la izquierda del Pantocrátor hay cuatro ángeles. El de arriba a la izquierda muestra un libro con la inscripción SIGNATUR, es decir, “está escrito”, o como se dice en el Apocalipsis (20, 12-15): «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono; fueron abiertos unos libros y luego se abrió otro libro, que es el de la Vida; y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras». Hay que aclarar que en los primeros libros abiertos están escritas las acciones buenas o malas de los hombres, y en el libro de la Vida están escritos los nombres de los predestinados.
Debajo del primer ángel se encuentra otro con un incensario. Arriba a la derecha el portador de la espada de fuego y el escudo, donde se puede leer “los ángeles separarán a los justos de los pecadores” para echarlos en el horno del fuego y allí será el llanto y el crujir de dientes”, como se dice en el evangelio de san Mateo (13, 49-50).
Al lado del ángel turiferario se encuentra el portador del estandarte de la victoria sobre la muerte.
En el cuadrante la derecha comienza el desfile de los réprobos.
A continuación, en el tramo de la derecha, comienza el desfile de los réprobos. En este caso se trata de monjes impíos que empiezan ya a ser torturados. En la parte superior un monje es obligado a agacharse ante un diablo deforme y espantoso y por encima otros tres clérigos se encuentran atrapados en las redes del monstruo, tal vez insinuando algunas de las sonadas fechorías del obispo Clermont y sus tres sobrinos.
Detrás de este grupo se encuentra un grupo de demonios dando buena cuenta de algunos herejes. El de más arriba con un libro en las manos sujeto por un demonio que, a su vez, aplasta con su enorme pata el pecho de otro hereje, al cual le clava un cuchillo en la espalda un tercer diablo, al tiempo que le muerde la cabeza.
En el extremo izquierdo un demonio se dispone a arrancar con sus fauces la corona de un rey desnudo el cual señala con su mano, para quitarse responsabilidades, a Carlomagno, que se encuentra en el grupo de los elegidos. Otro par de personajes pertenecientes a la nobleza, a juzgar por sus ropajes, están también en manos de los demonios.
En la parte superior de esta escena se puede leer: HOMNES PERVERSI SIC SUNT IN TARTARA MERS, o sea: “los perversos están así en el Tártaro”. Y continúa la leyenda en la parte inferior: PENIS INIUSTI CRUCIANTUR IN IGNIBUS USTI DEMONAS ATQUE TREMUNT PERPETUOQUE GEMUNT: “Los injustos sufren tormento quemados por el fuego rodeados de demonios y gimen y tiemblan para siempre”.
Condenados por avaricia y gula.
Para rematar el extremo derecho del nivel central hay otro par de interesantes escenas. En la de arriba un demonio coge de la barba a un falsificador de moneda que sujeta en sus manos el cuño para grabarlas. El demonio se dispone a verter sobre su boca el mismo metal fundido que el falsario se disponía a utilizar.
En la de abajo un par de diablos sujetan colgado boca abajo de una polea a un condenado al que se disponen a hacer devolver todo lo que ha comido, en clara alusión al pecado de la gula. Otro condenado espera su turno.
La representación clásica de las puertas del Infierno en el románico: Un monstruo con las fauces abiertas devorando condenados.
Habitualmente casi todas las representaciones identificativas del Infierno como lugar de condenación, lo mismo que todo el catálogo de tormentos infligidos a los condenados, tienen como origen la exuberante fantasía islámica que describe el lugar como una monstruosa serpiente o dragón que se traga las almas de los condenados de tres en tres, como en este caso, o de cinco en cinco, como en la portada de San Miguel de Estella. Los artistas románicos, que tampoco andaban cortos en imaginación, redondearon la obra ayudados por algunos monjes especialmente significados por su celo profesional que, para avalar sus fantasías escatológicas, no dudaban en afirmar que habían visitado el Infierno invitados por un ángel del Señor con el fin de narrar sus visiones y poder así aleccionar a los creyentes.
Sector derecho del tímpano con una visión de conjunto del Infierno.
A la izquierda de Cristo se puede ver esta visión de conjunto del Infierno cristiano. En ella se puede apreciar claramente otra de las características del lugar, cual es el reinado absoluto del caos y del desorden, donde los pecadores se retuercen en posturas grotescas y normalmente dolorosas, propias de las torturas a las que se han hecho acreedores y donde los brazos y las piernas se entremezclan con los de otros cuerpos en anárquico desconcierto, sin que a veces se pueda saber quién es el propietario de una cabeza, un brazo o una pierna, y para averiguarlo haya que seguir con atención el deforme laberinto de miembros dispersos.
Sobre este tercer nivel se encuentra la descriptiva leyenda: FURES MENDACES FALSI CUPIDIQUE RAPACES SIC SUNT DAMPNATI CUNCTI SIMUL ET SCELERATI, es decir, “los ladrones, los mentirosos, los falsos, los codiciosos, son condenados así al mismo tiempo y sin demora”.
El caballero Rainor.
Este guerrero cubierto con la cota de malla parece ser el caballero Rainor, señor del castillo de Aubier situado en la provincia de Rouergue, territorio al que pertenece la Abadía de Conques. Había sido excomulgado por mofarse y maltratar a los monjes, cosa que hacía por gusto asiduamente. En una de esas ocasiones y se supone que por efecto de la justicia divina, su caballo se fue al suelo y el caballero dio con sus huesos en tierra, pero con la mala fortuna de caer de cabeza y romperse el cuello, razón por la cual entregó el alma allí mismo y sin dilación. Ya le estaban esperando impacientes sus demonios torturadores.
El pecado de concupiscencia en la escena.
A continuación se encuentra una pareja de concupiscentes amarrados con una soga al cuello y otra en las manos, una de las cuales, la derecha del hombre toca una de las serpientes (símbolo de la lujuria) que se enroscan en la pierna de Satanás, rey supremo de la estancia en remedo grotesco de la del Cristo en Majestad que preside el tímpano y tocado con una corona de cabellos erizados, casi un atributo identificativo del demonio en el románico. Sobre su regazo y en sus manos algunas serpientes más para no dejar lugar a dudas. Su mano derecha invade el siguiente grupo infernal.
La Avaricia.
En este grupo se representa el pecado de la avaricia en la figura de un personaje colgado del cuello del que, a su vez, pende una pesada bolsa donde guarda sus rapiñas que, para su desgracia, no alivia en nada el estrangulamiento que le aplica con dedicación otro diablo subalterno. Las serpientes que parecen brotar de las piernas de Satanás envuelven también el mástil de la horca y las piernas del reo reclamando e inmovilizando su propiedad. Debajo del diantre ejecutor del avaro, otro pecador, en este caso un mentiroso a quién otro ayudante jorobado le saca la lengua para arrancársela con sus zarpas, qué menos, mientras se tuestan sus posaderas sobre codiciosas llamas.
La Lujuria.
La mujer lujuriosa, señalada simbólicamente por las serpientes que le muerden la cabeza y por otra que le muerde el pie, se encarama a horcajadas sobre su amante, el cual la sujeta por las piernas. Un diablo cornudo empuja desde arriba a la pareja con el fin de introducirla completamente en el fuego que arde en la parte inferior. Un ayudante sujeta la cuerda anudada sobre el personaje masculino para significar tal vez las ataduras del pecado concupiscente.
El pecado de la Gula a la brasa como no podía ser menos.
No faltan tampoco en las descripciones grandes calderos puestos a hervir atizados por demonios que introducen a los condenados cabeza abajo, como en uno de los fragmentos de este infierno. En este caso se trata de la representación del pecado de la gula, que parece tener especial predilección por el extremo derecho del segundo y tercer nivel. El pecador de la imagen exhibe una gran barriga producto inequívoco del pecado que representa.
Un cazador furtivo cazado.
Sobre la escena superior se encuentra esta nueva víctima. En este caso se trata de un cazador furtivo, o mejor dicho ilegal, porque es sabido que la plebe no podía cazar sin permiso en los campos y bosques del señor feudal. Cazar estaba exclusivamente reservada para estos, por lo que se consideraba delito practicarla, aunque solo fuera para sobrevivir. Como el poder eclesiástico era uña y carne con el poder civil, ambos se protegían con leyes y prohibiciones destinadas a mantener a raya al pueblo y aumentar así su dependencia y servidumbre, sobre todo en esta materia. Se supone que cazar no era pecado, tan solo si lo consideraba así el clero, que también tenía sus prebendas en esta forma de suministro. Por lo tanto no es de extrañar la representación de este supuesto pecador atado a una pértiga que descansa sobre los hombros de dos diablos secretarios con orejas de conejo que sirven para definir y dar pistas sobre el tipo de transgresión de la víctima. Por si esto fuera poco el infractor es asado directamente al fuego, es decir, aplicando directamente las llamas sobre la carne, técnica culinaria expresamente adoptada por los señores feudales, mientras que el pueblo cocinaba la carne hirviéndola en agua, normalmente con verduras.
La escena amolda la tortura representada al diseño geométrico disponible, que como se ve no es mucho, pero si suficiente para incluir a los personajes y unas llamas dignas.
Un músico irreverente.
A este otro condenado también le están sacando la lengua, en este caso con unas tenazas, pero el instrumento musical que le ha sido confiscado por un demonio revela o sugiere la posibilidad de que el pecador sea músico e intérprete de canciones poco recomendables, irreverentes o profanas, cosa muy mal vista por el estamento religioso. Otro demonio sujeta con una cuerda por detrás al personaje.
La escena del pesaje del alma.
La escena de la psicostasia, es decir, del pesaje del alma, es uno de los patrones iconográficos importados de la cultura egipcia. En el cristianismo el arcángel san Miguel es el encargado de sostener la balanza donde se van a pesar las buenas y malas acciones del difunto. Si el peso de las malas es superior al de las buenas la víctima será considerada culpable y arrastrada hasta las puertas del tártaro. Un demonio está ya al acecho con sus cuerdas para llevarse consigo al reo si fuera necesario.
Algunos de los elementos de la balanza se han perdido, solo quedan los platillos, por lo que no es fácil identificar el instrumento, pero el patrón iconográfico en su conjunto no deja lugar a dudas.
La llegada al Paraíso.
Al lado contrario de la entrada del infierno y debajo de la escena del pesaje del alma, se encuentra la entrada al paraíso donde son recibidos todos los que han superado la prueba. Encima se puede leer: CASTI PACIFICI MITES PIETATIS AMICI SIC STANT GAUDENTES SECURI NIL METUENTES, que quiere decir “los castos, los pacíficos, los amables, los piadosos, se encuentran a salvo y sin temor”.
La resurrección de los muertos.
Pero no puede haber Juicio Final sin la resurrección previa de los muertos. Eso es lo que se ve en esta escena en la que los ángeles levantan las cubiertas de los sepulcros de los que van saliendo los resucitados para someterse al juicio. La escena se desarrolla contigua a la de la psicostasia y sobre la representación de la Jerusalén Celestial.
El Padre Abraham en el Paraíso.
Y ya en la morada divina se encuentran los santos y los justos ocupando el panel inferior a la derecha de Cristo. En el centro de la representación se encuentra el padre Abraham, padre de todos los pueblos, que es lo que significa su nombre, pues es aceptado por musulmanes, judíos y cristianos.
Bajo la arcada simbólica que representa el lugar de los justos y en cuyo centro se encuentra Abraham, se encuentran a su izquierda dos profetas y dos profetisas que representan el Antiguo Testamento y a su derecha dos personajes que sujetan un único cáliz y dos mujeres en representación del Nuevo Testamento.
Claustro de la Abadía de Santa Fe.
Los restos del claustro de la Abadía de Conques (seis vanos geminados con dobles columnas rematados por capiteles figurados). El claustro fue desmontado poco a poco en el siglo XIX y sus sillares sirvieron para la construcción de la villa de Conques. Algunos de sus capiteles se exhiben en el museo que se abre detrás el recinto junto con una interesante colección de lápidas e inscripciones.
El claustro fue construido bajo el mandato del abad Bégon III entre los siglos XI y XII.
Detalle de uno de los magníficos capiteles del claustro que aún se conservan “in situ”.
Detalle de la cabecera de la iglesia desde el lado sur.
La arquitectura de la Abadía de Conques se erigió como modelo en la época para todas las obras románicas de la época en Auvernia. Se aprecian, desde el punto de vista volumétrico, dos de las cuatro capillas radiales que delimitan el deambulatorio interior, por medio del cual se habilita el recorrido y la visita a las reliquias de santa Fé, espacio típico, además, de las iglesias que reciben peregrinos, en este caso del Camino de Santiago, cuya ruta pasa por la localidad.
Interior de la iglesia de la abadía.
El interior es esbelto, sobrio y con una bella iluminación natural que invita a la meditación. Al fondo se aprecia la cabecera, con el presbiterio articulado en tres niveles superpuestos con arcos, y el deambulatorio. En primer término la elegante nave central.
Crucero de la iglesia.
La cúpula que se alza sobre el crucero se eleva a 22 metros sobre una base octogonal que descansa sobre trompas y estas sobre esbeltas columnas compuestas rematadas por extraordinarios capiteles tallados con diversos motivos.
2 comentarios.
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