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Viaje al «Inframundo Egipcio»

Dibujo de David Robert desde el lado contrario con la Esfinge de la necropolis de Ghiza

Dibujo de David Robert  con la Esfinge de la necrópolis de Gizeh.

Cuando un determinado grupo humano se siente desprotegido en lo referente a su supervivencia porque no puede controlar o amoldar a sus necesidades lo que le rodea, busca la protección que le falta en alguien que le proporcione seguridad. La tendencia natural es agruparse para hacerse más fuertes. Si no es suficiente el grupo buscará a alguien que por sus cualidades (fuerza, inteligencia) sea capaz de aportar soluciones.

Las sociedades, por lo tanto, empezarán a estructurarse jerárquicamente. Pero si aun así quedaran cabos sueltos, se recurrirá a alguien que esté en un nivel superior y sea capaz de dominarlo todo. Entonces se inventan los dioses.

Los dioses, en teoría, y por esperanza intrínseca e ineludible de los humanos, sí son capaces de dominar los elementos, ya sean atmosféricos, geográficos, patológicos o mentales. Los dioses lo pueden todo porque son los que han creado los problemas. Se les supone un poder omnímodo.

El temor principal del hombre es la muerte, el hipotético final. Nadie puede saber empíricamente qué hay detrás de la muerte, así que el problema se pone en manos de los dioses. Pero como los dioses no se dejan ver ni oír, se habilita la creación de intermediarios capaces de ver y oír a los dioses para que luego trasmitan sus deseos (órdenes) a los humanos. Se crea, por lo tanto, el cuerpo sacerdotal. Este estamento es el encargado de encauzar los problemas para recabar la solución divina.

Las grandes civilizaciones han tenido tiempo más que suficiente a lo largo de su historia para elaborar un entramado teológico complejo y adecuado a las necesidades y temores de los humanos. La civilización egipcia no es una excepción, sino más bien un paradigma, sobre todo en el problema del “Más Allá”, o sea, de lo que hay después de la muerte.

 

La solución para los egipcios, como para el resto de las civilizaciones o culturas, no puede ser otra que el diseño de un nuevo lugar en el que se vuelve a vivir de nuevo. Lo cual ha dado origen, entre otras cosas, a una ingente cantidad de obras de arte de una calidad indescriptible tanto en su literatura, como en pintura, escultura, arquitectura y música que, ya de por sí, son capaces de evocar el concepto de inmortalidad.

Pero para sobrevivir a la muerte, en el caso de Egipto, es necesario conservar el cuerpo que ha de contener la vida futura.

 

Momia egipcia con mascara y cartonajes decorados en el Museo Arqueologico Nacional de Madrid

Momia egipcia con máscara y cartonajes decorados en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. En el capítulo 154 del “Libro de los Muertos” se puede leer: «¡Salve Osiris, padre divino, he venido a cuidarte para que cuides mis carnes que están aquí. Estoy completo como mi padre Khepri, semejante a aquel que no perece… Llévame en tu séquito y no me pudriré, ni mis huesos se disgregarán, ni mis carnes se convertirán en un líquido impuro, ni mi cuerpo olerá ni se descompondrá ni se trasformará en gusanos innumerables…».

 

Para los egipcios el individuo se compone de una parte material y otra espiritual. La parte material, a su vez, está formada por el cuerpo físico (Khet), el nombre del individuo (Rem) y su sombra (Shut). La parte espiritual también está compuesta por otros tres elementos:

El Ka, indestructible, encargado de asegurar la vida en el otro mundo y de alimentar al difunto, pues solo él puede deambular por el interior de la tumba y trasportar ofrendas y alimentos.

El Ba, que abandona el cuerpo en el momento de la muerte y puede desplazarse por el mundo de los vivos durante el día para regresar a la tumba durante la noche, para lo cual necesita que el cuerpo (Khet) esté perfectamente conservado, pues de lo contrario no tendría reposo en ningún destino y el individuo desaparecería para siempre. El Ba, que suele ser representado en forma de pájaro con cabeza humana y es la fuerza animada de cada persona.

Y por último el Akh, ser luminoso que es la parte espiritual capaz de relacionarse directamente con la divinidad y que suele representarse como un ibis con cresta o cabeza coronada.

 

Ilustracion del capítulo 92 del Libro de los Muertos Pintura mural en la camara funeraria de Irinefer en el poblado de los artesanos de Deir el Medina Tumba TT 290 XIX Dinastia

Ilustración del capítulo 92 del Libro de los Muertos. Pintura mural en la cámara funeraria de Irinefer en el poblado de los artesanos de Deir el Medina. Tumba TT 290. (XIX Dinastía).

 

El Akh en la proa de la barca de Horus Pintura mural en la camara funeraria de Sennedjem en el poblado de los artesanos de Deir el Medina Tumba TT 1 XIX Dinastia

El Akh en la proa de la barca de Horus. Pintura mural en la cámara funeraria de Sennedjem en el poblado de los artesanos de Deir el Medina. Tumba TT 1. (XIX Dinastía).

 

La momificación

Dicho lo cual se comprende que es necesario conservar en perfecto estado el cuerpo del difunto para poder vivir de nuevo en el “Más Allá”. Ello da lugar a un nuevo cuerpo de expertos que poco a poco va mejorando las técnicas de la momificación.

Al principio los cuerpos se envolvían en vendas simplemente, pero se vio que solo con eso no se evitaba la descomposición, por lo que los embalsamadores comenzaron a vaciar el interior del cuerpo y a desecarlo con natrón. En el Imperio Medio comenzó a extraerse también el cerebro, de forma que se obtuvo un resultado casi definitivo.

Según Heródoto, después de la muerte se llevaba el cuerpo a los embalsamadores, un colectivo que solía trasmitir sus conocimientos a sucesivas generaciones. “El Señor de los Secretos”, un sacerdote con la cabeza cubierta por una máscara con cabeza de chacal representando al dios Anubis, era el encargado de dirigir los trabajos.

Se colocaba el cuerpo sobre una mesa, se le extraía el cerebro por los orificios de la nariz con ganchos de cobre y se impregnaba la cavidad craneal con resinas de coníferas o cera de abejas. Se abría la cavidad ventral por el lado izquierdo y se extraían las vísceras. Se lavaba y se purificaba el interior con vino de palma e incienso molido. Las vísceras se envolvían con paños de lino por separado y se depositaban el los vasos canopos protegidos por los hijos de Horus: Amset, con cabeza humana, protegía el hígado; Hapi, con cabeza de mono, los pulmones; Kebekhsenuef, con cabeza de halcón, los intestinos y Duamuatef, con cabeza de chacal, el estómago. El corazón no se extraía.

 

Vasos canopos conservados en el British Museum de Londres

Vasos canopos conservados en el British Museum de Londres.

 

Luego el cuerpo era tratado con natrón por fuera y por dentro para extraer los líquidos de los tejidos, operación que duraba entre treinta y cuarenta días, después de lo cual el cuerpo ya no se descomponía. A continuación se rellenaba la caja torácica con lino y plantas olorosas y se cosía la abertura o se cubría con una tela.

Museo Arqueologico de Florencia donde se conservan vendas para la momificacion en este caso con algunas formulas escritas pertenecientes al Libro de los Muertos

Museo Arqueológico de Florencia donde se conservan vendas para la momificación, en este caso con algunas fórmulas escritas pertenecientes al “Libro de los Muertos”. El vendado de la momia debía de durar quince días. Las vendas solían ser de lino y se utilizaban en grandes cantidades. Antes del proceso se ordenaban según un ritual específico. Normalmente el lino más basto y tosco se colocaba en contacto directo con el cuerpo y las vendas más finas se utilizaban para la envoltura exterior. A veces se compraban en lugares especializados en su fabricación, pero normalmente se confeccionaban con tejidos pertenecientes al ajuar familiar. También solían impregnarse en aceites o resinas y, en casos especiales, se escribían en ellas conjuros del Libro de los Muertos destinados a proteger al difunto de la descomposición. El cadáver, ya desecado, se colocaba sobre una mesa especialmente diseñada para facilitar al embalsamador el vendaje alrededor del cuerpo.

 

Acabada esta operación se procedía al vendado con tiras de lino y siguiendo un orden determinado. Entre las vendas se iban colocando un gran número de amuletos para proteger las distintas partes del cuerpo. Se empezaba vendando los dedos uno por uno, luego los miembros y la cabeza y, por último, el resto del cuerpo. Los brazos se colocaban a lo largo del cuerpo y cruzando los antebrazos sobre el pecho. Después se solía colocar una máscara con el retrato del difunto, se introducía el cadáver en una caja y se le entregaba a los familiares.

 

El cortejo fúnebre

Como siempre, dependiendo de las disponibilidades económicas de la familia del difunto, se iniciará el cortejo fúnebre camino de la necrópolis con más o menos pompa. No era lo mismo, evidentemente, el entierro del faraón que el de un miembro de la clase más baja de la sociedad.

 

Papiro de Any Libro de los muertos Capitulos 1 al 16 Marcha del cortejo uúnebre hasta la necropolis

Papiro de Any. Libro de los muertos. Capítulos 1 al 16. Marcha del cortejo fúnebre hasta la necrópolis. En esta primera parte del Libro se representa la marcha del difunto hasta la tumba. Básicamente el cortejo estaba encabezado por los sacerdotes encargados de recitar los textos de los capítulos 1 al 16 del Libro de los Muertos y dirigir las ceremonias. El ataúd con la momia era trasportado en una barca ritual o trineo arrastrados por bueyes. Detrás el contenedor de los vasos canopos con las vísceras y la caja de los ushebtis. Les sigue un coro de plañideras, la familia del difunto y un grupo de porteadores encargado de llevar las ofrendas y los alimentos que habrá de consumir el finado en el “Más Allá”.

 

Caja contenedora y ushebtis los que responden conservados en el British Museum de Londres

Caja contenedora y “ushebtis” (los que responden), conservados en el British Museum de Londres.

 

En el capitulo 6 del Libro de los Muertos se recitan encantamientos destinados a activar a los ushebtis para que atiendan la llamada del difunto

En el capítulo 6 del Libro de los Muertos se recitan encantamientos destinados a activar a los ushebtis para que atiendan la llamada del difunto: «¡Oh ushebtis! Si soy llamado o designado para hacer los trabajos que son hechos habitualmente en el Imperio de los Muertos, la molestia te será traspasada en ese lugar como alguien que realiza su trabajo. Trabaja tú en mi lugar en todo momento para cultivar los campos, para irrigar las riberas y para trasportar la arena del Oriente al Occidente. “Heme aquí” dirás tú›».

 

Cuando el cortejo llega a la entrada de la tumba, la momia dentro de su ataúd es colocada en vertical ante la puerta para iniciar el rito de “Apertura de la Boca”. El sacerdote “sem” encargado de la ceremonia toca con la azuela ritual la boca, los ojos y los oídos de la momia para que el difunto comience a utilizar de nuevo sus sentidos y pueda ver, comer, beber, hablar, oír y caminar. Se recitan los encantamientos del capítulo 21 al 23:

«Que seas repuesto, que sean regenerados tu vigor y tu juventud. Escucha mi voz y renace con el conjuro. Oye mi conjuro… que tus músculos sean reforzados, que tus ojos vean por ti, que tus pies caminen para ti, que tus oídos se abran para ti, tu lengua hable para ti, tu voz sea escuchada, tus labios suenen, tu corazón vuelva a latir…».

 

Papiro de Any Libro de los muertos En el capitulo 7 se llega a la puerta de la tumba y se recitan formulas para proteger al difunto de todos los peligros

Papiro de Any. Libro de los muertos. En el capítulo 7 se llega a la puerta de la tumba y se recitan fórmulas para proteger al difunto de todos los peligros, en particular de la serpiente Apofis, y le permita franquear sin daño la entrada a su nueva existencia. La llegada al mundo subterráneo se verá facilitada por el conocimiento de las fórmulas contenidas en los capítulos 8 al 11, mediante los cuales obtendrá la victoria sobre sus enemigos y podrá franquear la temible puerta de los capítulos 12 y 13.

 

Terminada la ceremonia el sarcófago es introducido en la tumba mientras se recitan los conjuros de los capítulos 8 al 11:

«Palabras dichas por el difunto: “Gloria a ti Ra. He aquí aquel para el que las puertas son misteriosas, aquel que tiene poder sobre el poste donde los enemigos son atados después de ser juzgados por el tribunal de los muertos sobre la balanza de Ra por medio de la cual pesa Maat cada día. Heme aquí, labro la tierra ante ti, he venido ya anciano. Estrella de la mañana, despéjame el camino, que entre en paz en el buen Occidente, que pueda adorar a Osiris, el Señor de la Vida”»

 

La sala de Maat

Pero el difunto deberá pasar la importante prueba del “Juicio de Maat”, muy conocida por su representación en el papiro de Hunefer. Se trata de la escena de la psicostasia o pesaje del alma del difunto.

Papiro de Hunefer Tebas Imperio Nuevo XIX Dinastia Museo Britanico de Londres

Papiro de Hunefer. Tebas. Imperio Nuevo. XIX Dinastía. Museo Británico de Londres. Ilustración del Capítulo 125 del Libro de los Muertos. A la izquierda de la ilustración el difunto entra en la sala del juicio (sala de las dos Maat) por el dios Anubis (con cabeza de chacal) para ser juzgado.

 

El corazón del difunto es colocado en uno de los platillos de la balanza y en el otro se coloca la pluma de Maat, una pluma de avestruz que es atributo de la diosa de la Justicia. Si los platillos quedan equilibrados es señal de que el difunto ha llevado una vida acorde a las normas éticas y legales. En caso contrario Ammit, (monstruo con cabeza de cocodrilo, parte superior de león y parte inferior de hipopótamo) que espera bajo la balanza, devora el corazón del difunto y este queda destruido e imposibilitado para entrar en los “Campos de Iaru”. Thot, con cabeza de ibis, anota todos los detalles del juicio. En el texto jeroglífico sobre su cabeza se le denomina “Señor de las palabras divinas”

A continuación, si el difunto supera la prueba, Horus le conduce a presencia de Osiris, dios de los muertos y del inframundo, el cual está acompañado por su esposa Isis y su hermana Neftis.

Texto del papiro de Nu: “Lo que hay que decir cuando se accede a la sala de las dos Maat; separar al difunto de todos los pecados que ha cometido, ver los rostros de los dioses.”

(Declaración de inocencia ante el gran dios): “Palabras dichas por el difunto: «¡Salve gran dios, señor de las dos Maat! He venido hasta ti, mi señor, habiendo sido conducido para ver tu perfección. Te conozco y conozco el nombre de los cuarenta y dos dioses que están contigo en la sala de las dos Maat, que viven de la guarda de los pecados y abrevan de su sangre el día de la evaluación de las cualidades ante Unnefer. Mira: El de las dos hijas, el de las dos Meret, el Señor de las dos Maat es tu nombre. He venido ante ti y te he traído lo que es equitativo, he expulsado para ti la iniquidad».

Viene luego una larga enumeración de faltas no cometidas por el difunto entre las que cabría destacar a modo de ejemplo: «No cometí iniquidad con los hombres; no maltraté a la gente; no empobrecí a un pobre en sus bienes; no hice pasar hambre a nadie; no hice llorar; no maté ni hice matar a nadie; no fui pederasta; no forniqué en los lugares santos; no engañé con las balanzas ni falseé su peso; no quité la leche de la boca de los niños… » «He aquí que he llegado a la sala del juicio, ante vosotros, sin pecados, sin delitos, sin villanía, así pues, salvadme, protegedme, no habléis contra mí ante el gran dios…».

Posteriormente los cuarenta y dos dioses presentes en la sala someten al difunto a un interrogatorio minucioso relacionado con cuestiones rituales y preparación que deben de estar en posesión del finado como, por ejemplo, los nombres de los dioses, el conocimiento de los lugares sagrados y las puertas por donde debe pasar a continuación el juzgado. Esta larga lista de preguntas fue denominada “Libro de pasar al otro lado de la puerta cerrada”.

Una vez superado el interrogatorio, los dioses, anuncian la presencia de un nuevo “justificado” a Osiris: «¡Adelante! Eres anunciado. Tu pan es el ojo sagrado, tu cerveza es el ojo sagrado, tu ofrenda funeraria sobre la tierra es el ojo sagrado».

A continuación el difunto es proclamado “justificado”, es decir, listo para pasar a los “Campos del Iaru”.

 

Ilustracion del capítulo 110 del Libro de los Muertos

Ilustración del capítulo 110 del Libro de los Muertos. Pintura mural en la cámara funeraria de Sennedyem (Tumba TT 1 de Deir el Medina, el poblado de los artesanos. Tebas Oeste, XIX Dinastía). Se trata de una de las ilustraciones más famosas en lo que se refiere a las representaciones del “Más Allá”, o lo que es lo mismo: “Los Campos de Iaru”, un lugar paradisíaco regado por canales de agua en el que el difunto y su mujer trabajan los campos y recogen abundantes cosechas. A este lugar no se tiene acceso hasta después de haber pasado el juicio de Osiris en la sala del pesaje del alma y haberlo superado para pasar al estado de “ser luminoso”.

 

El texto dice: “Aquí comienzan las fórmulas de la Campiña de las Felicidades y las fórmulas de la salida al día; entrar y salir en el imperio de los muertos; establecerse en el Campo de las Juncias, residir en la doble campiña de las Felicidades, la gran ciudad señora de la brisa; ser allí poderoso, ser allí glorioso, trabajar allí, cosechar allí, comer allí, beber allí, hacer el amor allí y hacer todo lo que se suele hacer en la tierra”.

 

Los ataúdes

El ataúd es un mueble protector de la momia no solo físicamente sino también desde el punto de vista mágico. En muchos casos el ataúd estaba decorado tanto en su interior como por fuera. Los elementos decorativos más utilizados en el exterior de la caja eran los ojos (udyat) que permitían al difunto estar en contacto con el mundo de los vivos. Dentro del ataúd se solían representarse conjuros mágicos del “Libro de los Sarcófagos” destinados a evitar la derrota con los demonios del inframundo y por lo tanto su destrucción vital. También se solían representar mapas del “Más Allá” para que el difunto pudiera seguir siempre el camino adecuado.

Ataud con momia conservados en el British Museum de Londres

Ataúd con momia conservados en el British Museum de Londres.

 

Al principio las cajas eran muy débiles porque solían construirse con tejidos o papiro reforzados con escayola. En el Imperio Medio (Dinastías XI y XII) empezaron a fabricarse de madera y a finales del II Período Intermedio (Dinastías XIII a XVII) con forma antropomorfa.

Poco a poco se generalizó en el Imperio Nuevo (Dinastías XIX a XXI) la costumbre de emplear varios ataúdes que encajaban unos dentro de otros y alcanza su máximo esplendor en la tumba de Tutankamon. Ello responde a la necesidad conservar la momia con las máximas garantías.

También existen una enorme cantidad de sarcófagos de piedra, casi todos tallados con inscripciones del “Libro de los Muertos”. Pero en todo caso, este despliegue de medios se corresponde con una disponibilidad económica patente. La gente común era enterrada de forma bastante más sencilla, en cajas de madera simplemente, lo que no impidió que el cuerpo se conservara perfectamente, incluso muchas veces mejor, en gran parte debido a las condiciones medioambientales caracterizadas por la una falta de humedad y un exceso de calor extremos propios de climas desérticos.

 

Las Tumbas

El Valle de los Reyes en la orilla Oeste de Tebas A la derecha la tumba de la Tumba de Tutankamon

El Valle de los Reyes en la orilla Oeste de Tebas. A la derecha la tumba de la Tumba de Tutankamon.

 

Con el fin de proteger el cuerpo del difunto con mayor seguridad comenzaron a construirse tumbas de gran envergadura y ostentación, lógicamente dependiendo de la importancia social del personaje fallecido. Zhoser e Imhotep fueron los artífices de la primera arquitectura monumental en lo referente a tumbas y para ello se apoyaron en la utilización de piedra como material de construcción duradero y sólido.

 

Necropolis de Gizeh en el Cairo con la Esfinge guardiana de la meseta y las piramides al fondo

Necrópolis de Gizeh en el Cairo con la Esfinge guardiana de la meseta y las pirámides al fondo.

 

Desde la primera pirámide escalonada de Saqqara hasta los hipogeos del Valle de los Reyes, pasando por las conocidas pirámides de la necrópolis de Gizha, hay un extenso repertorio destinado a albergar los cuerpos. A ello habría que añadir la gran cantidad de templos funerarios que jalonan la geografía egipcia con la función de dar culto a los faraones más significativos de su historia.

 

Interior de la tumba KV 34 del Valle de los Reyes perteneciente al faraon Tutmes III

Interior de la tumba KV 34 del Valle de los Reyes perteneciente al faraón Tutmes III. La decoración pertenece al “Libro de la Duat” cuya narración se articula en doce horas nocturnas a través de las cuales el difunto viaja hasta la salida del sol.

 

Pero otro de los puntos de interés en el asunto de las tumbas es la maravillosa obra de creación que decora las paredes interiores de los recintos. No solo se trata de realizaciones artísticas del máximo interés estético, llenas de colorido y exuberancia, sino también de información sobre todos los aspectos de la vida cotidiana, y ello sin olvidarnos de lo más importante para los egipcios, que no es otra cosa que los aspectos rituales y religiosos relacionados con la escatología y los dioses y con la información que el “Libro de los Muertos” proporciona a los difuntos para tener una vida placentera y segura en los “Campos de Iaru”, fin último de todo el conjunto que conforma una tumba y que, visto desde nuestra perspectiva, nos llena de asombro y admiración.

 

Escena de vendimia en la tumba TT 52 perteneciente a Nakht escriba y astrónomo del templo de Amon

Escena de vendimia en la tumba TT 52 perteneciente a Nakht, escriba y astrónomo del templo de Amón.

 

A ello tendríamos que añadir la importancia de los ajuares funerarios que solían acompañar al difunto en la propia tumba, compuestos por todo tipo de muebles, alimentos y vestidos, y que han llegado hasta nosotros a pesar de que en muchos casos el tradicional saqueo y violación de las tumbas nos haya privado de muchas de estas maravillas, sobre todo cuando se trataba de objetos de metales y piedras preciosas que, en muchos casos sirvieron para financiar el reinado de más de un faraón además de la propia supervivencia del pueblo.

 

Muebles pertenecientes al ajuar funerario de Tutankamon conservados en el Museo Egipcio de El Cairo

Muebles pertenecientes al ajuar funerario de Tutankamon conservados en el Museo Egipcio de El Cairo.

 

Los textos funerarios de los egipcios

Los textos funerarios egipcios son muchos y variados y responden en gran medida a los cambios propios de cada época e incluso de cada capa social.  Básicamente pueden resumirse en los tres más conocidos o citados:

Los “Textos de las Pirámides” son un conjunto de encantamientos y conjuros destinados a facilitar al faraón el tránsito hacia la otra vida que se gravaban en el interior de las tumbas. Comenzaron a utilizarse a partir de la V Dinastía en la pirámide de Onos y se han recopilado alrededor de ochocientas fórmulas mágicas en distintas pirámides. Tratan de asuntos rituales, luchas contra potenciales enemigos de ultratumba y algunos poemas de carácter religioso, a veces relacionados con la creación del mundo. Comienza ya a relacionarse al faraón con Osiris, dios de los muertos.

 

Camara funeraria de la tumba KV 9 perteneciente a Ramses VI en el Valle de los Reyes

Muro derecho de la cámara funeraria de la tumba KV 9 perteneciente a Ramsés VI en el Valle de los Reyes. Los textos proceden del libro que los arqueólogos han dado en llamar “Libro de la Tierra” o “La creación del disco solar”, que viene a ser una ampliación de los textos del “Libro de las Puertas” y en el que se narra la aparición de la barca solar al amanecer y su llegada a la tierra.

 

Pintura mural en la tumba KV 43 del Valle de los Reyes perteneciente a Thutmes IV

Pintura mural en la tumba KV 43 del Valle de los Reyes perteneciente a Thutmes IV, el cual recibe el signo “Ankh” de varios dioses.

 

Ataud decorado en su interior conservado en el Brithis Museum de Londres

Ataúd decorado en su interior conservado en el Brithis Museum de Londres.

 

A raíz de la decadencia y caos de las ideas religiosas del Primer Período Intermedio aparecen los “Textos de los Sarcófagos”, que no son sino una recopilación y renovación de los precedentes “Textos de las Pirámides”. Se inscriben directamente en los sarcófagos, lo que viene a significar un uso más popular y menos exclusivo, lo cual también se refleja en los conjuros y encantamientos mágicos del “corpus”. El acceso del pueblo a su utilización implicaba, a su vez, un acceso más democrático y general del difunto a una vida placentera en ultratumba, incluso en algunas fórmulas se especifica incluso la igualdad de los hombres, derecho concedido por los dioses. Estos textos comienzan poco a poco a decorar las propias paredes de las tumbas y son el precedente del “Libro de los Muertos” o “Libro de salir al día”, el cual alcanza su máximo esplendor durante el Imperio Nuevo, momento en el que todo el mundo tiene la posibilidad real de alcanzar los “Campos de Iaru”.

 

Fragmento de un papiro del Libro de los Muertos perteneciente a Nakht

Fragmento de un papiro del “Libro de los Muertos” perteneciente a Nakht, en el que el difunto se encuentra junto a su esposa Tawi, cantora del templo de Amón, adorando a Osiris y Maat en un escenario que, se supone, representa la propiedad del noble. (XVIII Dinastía).

 

Los conjuros, ahora ya ilustrados con profusión en muchos casos, estaban al alcance de cualquiera simplemente adquiriendo un ejemplar, eufemísticamente hablando, a los escribas. El papiro con los textos acompañaba al difunto a la tumba casi como un amuleto protector, pues en él se daban toda clase de instrucciones al portador para sortear peligros, traspasar puertas y vencer enemigos.

El “Libro de salir al día” se seguirá utilizando durante el Período Ptolemáico. La escritura se hacía en columnas para los personajes importantes y solía escribirse en jeroglífico cursivo. También podían escribirse en filas y en ese caso se empleaba el hierático, Se dejaba un espacio en blanco para escribir el nombre del difunto, lo que quiere decir que se hacía en serie. El nombre del difunto iba casi siempre precedido de “el Osiris … justificado”, que indicaba que el personaje ya había superado el juicio en la “Sala de las dos Maat”. En la fórmula para dedicada a mantener al corazón fiel al difunto se puede leer: «… ¡Oh mi corazón por el cual existo en la tierra!, ¡No te levantes contra mí como testigo! ¡Note opongas contra mi ante los jueces! ¡No seas belicoso contra mi delante del Señor de Occidente! Proclama el bien para “el Osiris (nombre) justificado… yo no estoy muerto en el Occidente porque soy un espíritu glorificado para toda la eternidad».

 

Osiris Señor de los Muertos con el cetro heka y el flagelo nekhakha

Osiris, Señor de los Muertos, con el cetro “heka” y el flagelo “nekhakha”, en una pintura mural de la tumba KV 16 del Valle de los Reyes perteneciente al faraón Ramsés I.

 

Los capítulos del “Libro de los Muertos” son alrededor de doscientos, aunque no todos se utilizan en los manuscritos.

Los capítulos 1 al 16 contienen las fórmulas que han de recitarse durante la marcha del cortejo fúnebre hacia la necrópolis, la oración de “salir al día” y algunos himnos a Osiris y al sol.

En los capítulos 17 al 63 se habla de la regeneración, del triunfo y la alegría del difunto ante la impotencia de sus enemigos y el poder de éste sobre las dificultades y peligros.

Del 64 al 129 se trata de la trasfiguración y del poder manifestarse bajo diversas formas, navegar en la barca solar y del conocimiento de algunos misterios importantes para poder regresar a la tumba. Se incluye también el juicio en la “Sala de las dos Maat”.

Y del 130 hasta el final se incluyen los conjuros y textos de glorificación del muerto para ser utilizados en días señalados y en el culto funerario.

 

Además de estos tres textos citados se utilizaron algunos más con características específicas en sus contenidos:

Las “Letanías de Ra”, por ejemplo, fue compuesto en la Dinastía XVIII y estaban destinadas exclusivamente al faraón y a los miembros de su familia y excepcionalmente a algún personaje noble o señalado. Se trata de un conjunto de textos con invocaciones a Ra y oraciones en las que el propio faraón se atribuye características divinas y se asocia Ra. Tutmes III fue el primero que utilizó el texto en su tumba, la KV 34 del Valle de los Reyes..

También en el Imperio Nuevo se utilizó el “Libro de las Puertas”, en el cual se describe el periplo del difunto en el “Más Allá”, donde tiene que pasar por una serie de puertas asociadas a distintas diosas, de las cuales tiene que conocer su nombre para continuar su viaje porque de lo contrario será arrojado a un lago de fuego. El viaje trascurre en la barca de Ra que va acompañado por Apuaut (“el que abre los caminos”), Sia (“el que piensa”) yHu (“el que ordena y dispone”). Se pasarán doce puertas, una por cada hora nocturna y en la duodécima se despojará Ra de su momia y renacerá con la salida del sol en forma de Jepri, el escarabajo.

El “Libro del Amduat” (aquello que existe en el Inframundo), también llamado “Libro de la Cámara Oculta”, describe el viaje de Ra durante las doce horas de la noche venciendo todos los peligros propios de la oscuridad. El hecho de estar en posesión de su conocimiento daba al difunto la posibilidad de renacer a la salida del sol con la forma del “akh”, espíritu luminoso capaz de comunicarse con la divinidad. Para ello se le dan una serie de instrucciones que ha de cumplir si no quiere ser castigado. Este libro fue utilizado sobre todo en las Dinastías XVIII y XIX y puede contemplarse en todo su esplendor en las tumbas de Tutmes I, Tutmes III t Seti I.

 

Fragmento del Amduat representado en la tumba de Tutmes III en el Valle de los Reyes

Fragmento del Amduat representado en la tumba de Tutmes III en el Valle de los Reyes.

 

El “Libro de las Cavernas” divide la Duat en cuevas que el difunto tiene que atravesar en su recorrido nocturno por el Inframundo. Contiene descripciones precisas de los premios y castigos a los que el alma puede ser sometida. Finalmente los enemigos nocturnos son aniquilados en la quinta caverna al tiempo que el sol emerge en el horizonte en la sexta y última

El “Libro de la Tierra” o de “La creación del disco solar”, comienza a utilizarse en la Dinastía XIX y se puede ver en algunos hipogeos  del Valle de los Reyes, sobre todo en la KV9 perteneciente a Ramses VI, ya de la Dinastía XIX. En el texto se narra la creación del sol y su renacimiento diario, así como su recorrido por el mundo de la oscuridad en los abismos de la tierra de donde finalmente surge elevado por los brazos de los dioses.

 

Fragmento de pintura mural en la camara funeraria Ramses VI en el Valle de los Reyes

Fragmento de pintura mural en la cámara funeraria Ramsés VI en el Valle de los Reyes decorada con los textos procedentes del “Libro de la Tierra” o “La creación del disco solar”.

 

En el “Libro de la noche” se describe cómo la diosa Nut (la noche) engulle al sol en Occidente y lo hace pasar por el interior de su cuerpo para devolverlo a la luz de Oriente al amanecer. Está dividido el recorrido solar en doce puertas que la barca deberá traspasar impulsada por un grupo de dioses precedidos por Ra con cabeza de carnero. Sia viaja en la proa, Hu en la popa y Maat y el rey en el centro.

Del “Libro de las Respiraciones” se conocen dos versiones, ambas utilizadas a partir de la Dinastía XXVI en adelante. Una de las versiones es atribuida a la diosa Isis que la compuso para su hermano Osiris. La segunda es atribuida al dios Thot. Sus conjuros y encantamientos eran recitados en ceremonias funerarias para que el difunto aprendiera a respirar de nuevo y activara sus sentidos. En cualquier caso estos se derivan en general del “Libro de los Muertos” que es el texto de referencia.

 

Las piramides de Gizeh desde el desierto profundo

Las pirámides de Gizeh desde el desierto profundo.

 

Hay sólo 1 comentario.

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